Mathias llegó a la mansión con paso firme, seguido por las voces y risas de los niños que venían charlando y jugando detrás de él. Sin embargo, cualquier asomo de alegría se desvanecía al ver el rostro de Mathias al saber que había tenido que cumplir con algo que su hermano le había prometido hacer.En cuanto la puerta de la mansión se cerró detrás de él, Mathias se volvió hacia Anna, el ama de llaves y le pidió les preparara algo para merendar.Anna, percibiendo el mal humor de su jefe, asintió rápidamente, antes de guiar a los niños a la cocina.Tras asegurarse de que los niños estaban en buenas manos, furioso, Mathias se encaminó en dirección al improvisado despacho de Lukas, consciente de que debía encontrarse allí. Al llegar, sin molestarse en llamar, empujó la puerta con tanta fuerza que esta golpeó contra la pared, haciendo que Lukas diera un respingo en su silla, alarmado.—¡Math! ¡Casi me das un infarto, hermano! ¿Qué diablos…? —repuso Lukas, sorprendido.—¿Infarto? Infarto e
La música retumbaba en las paredes del club, mientras las luces bailaban al ritmo, llenando el ambiente de tonos rojos y púrpuras que hacían parecer que el tiempo se había detenido. Sofie se había colocado rápidamente el «uniforme de trabajo», y ya llevaba un par horas trabajando. Aunque al principio se había sentido bastante incómoda en aquel ambiente, poco a poco, había aprendido a manejarse con más soltura.—Estás mejorando mucho, Sofie. Cada día te ves más segura. Ya no pareces un ciervo asustado —le había dicho Freja, sonriendo, mientras recogía las bandejas en la barra.Sofie rio. Aún no se acostumbraba al ajustado top ni mucho menos a los tacones de vértigo, pero, por lo menos, ya no se tambaleaba con cada paso que daba ni caminaba como si lo estuviera haciendo sobre cáscaras de huevo. Además, había aprendido a mantener mínimamente la compostura frente a los clientes, y, con palabras correctas y una cortés sonrisa, hasta el momento había logrado esquivar las insinuaciones no de
—Lo siento, señorita Vang. Lamentablemente, es cáncer. Terminal.La doctora continuaba hablando, pero las palabras ya no llegaban a Sofie con claridad.Cáncer…Terminal…La sentencia era implacable. No había margen para malinterpretaciones, y, mucho menos, para la esperanza.Sofie bajó sus ojos, mirando a los pequeños que se encontraban sentados junto a ella, absortos en sus mundos infantiles. Sus hijos… Sus preciosos trillizos.En ese momento, sintió el tirón de una pequeña manita. Era Emma, con sus ricitos rubios completamente desordenados, quien la miraba con su característica inocencia.—¿Estás bien, mami? —preguntó la pequeña, ladeando su cabecita, mientras sus grandes ojitos azules brillaban de curiosidad al ver que su madre tenía la mirada ausente.Las lágrimas de Sofie no tardaron en derramarse, rodando silenciosamente por sus mejillas, y la pequeña Emma frunció la nariz, desconcertada porque su madre llorara sin razón aparente, antes de mirar a sus hermanos. Ninguno de los tr
Mathias Lund frunció el ceño mientras recorría con la mirada los informes financieros que se encontraban encima de su escritorio. La oficina en su mansión era un santuario de eficiencia, libre de cualquier tipo de distracción. El monitor brillaba frente a él, y las gráficas en la pantalla demostraban que Lund Farma continuaba aplastando a la competencia.Sin embargo, había algo que lo hacía sentir incómodo: las inconsistencias en la sección de gastos. Alguno de los departamentos estaba gastando más de lo que había autorizado, y eso lo irritaba por completo. Nada en su empresa se movía sin que él lo permitiera.Pensando en que tendría que analizar la situación y ponerle remedio, se masajeó el puente de la nariz y cerró los ojos por unos segundos, permitiéndose un momento de descanso.Sin embargo, la calma duró muy poco. La puerta de su despacho se abrió, y tras ella apareció Jo Bensen, el jefe de seguridad de la mansión, con el ceño profundamente fruncido.—Señor Lund, hay algo que nec
Mathias se quedó inmóvil frente al portón de la villa, con la carta arrugada en un puño, sintiendo que había perdido el control.Las risas infantiles llenaban la mansión, pero para Mathias solo reflejaban el peso de la realidad. Esos niños que corrían por su casa, no eran más que ¡sus propios hijos!No solo había pasado una noche con Sofie Vang, su exasistente, sino que, cinco años después, se encontraba con la noticia de que era padre de tres niños, que le habían entregado como un paquete, acompañados de una simple nota, que parecía una orden; algo que él estaba acostumbrado a dar, mas no a recibir.La rabia hervía en su pecho al pensar en que Sofie había guardado aquel secreto por tanto tiempo. Había sido un destello en su vida: una aventura fugaz, seguida de una repentina despedida, también sin explicaciones.Mathias cerró los ojos y la noche en que todo había comenzado volvió a él con claridad.Esa noche, tras la muerte de su padre había decidido sumergirse en el alcohol, momentos
Al día siguiente, Mathias despertó con la sensación de que todo había sido una extraña pesadilla. Pero no, aquello no había sido un sueño, y, por primera vez en años, levantarse de la cama, le resultó una agobiante idea. Sin embargo, no le quedaba más remedio que afrontar la realidad, por lo que, ahogando un suspiro, se puso de pie y salió al pasillo, en donde se asombró de que todo estuviera tan silencioso.Hasta que, de pronto, un fuerte estruendo lo hizo tensarse.—¡Cuidado, Lars! —oyó la vocecita de Emma desde la sala.Alarmado, Mathias bajó corriendo, y entonces lo vio:Lars se encontraba de pie sobre una silla, sosteniendo…—¡No! —gritó Mathias, alzando la mano, al ver que la brújula de su padre se precipitaba al suelo.Sin embargo, llegó demasiado tarde, y esta se estrelló contra el piso, haciéndose añicos.Mathias se quedó en shock, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él, antes de caminar hacia Lars con los dientes apretados.—¿Qué creen que están haciendo? —bramó, hacien
Al otro lado de la ciudad, Sofie miraba a través de la ventana del dormitorio, observando cómo la lluvia resbalaba por los cristales, tal y como lo hacían los días que le quedaban de vida. Sabía que no tenía más tiempo, y que la decisión debía tomarse cuanto antes. Erik no la entendería; nunca lo había hecho, pero ella necesitaba liberarse de esa relación, necesitaba estar tranquila, sola con sus pensamientos, antes de partir de este mundo.El día anterior, había enviado a Emma, Jens y Lars con Mathias, su padre, y esa despedida pesaba como una losa en su pecho, como si le hubieran arrancado una parte de su alma. Definitivamente, aquello le había hecho comprender el sentido de la frase «morir en vida». Sin embargo, sabía que había hecho lo correcto, y ahora tocaba hacer lo mismo con Erik.Agotada, se pasó las manos por el rostro. Desde que le habían dado la noticia de su cáncer terminal, hacía quince días, apenas había logrado dormir unas cuantas horas, ya que se había empeñado en dej
En la villa Lund…Mathias regresó a la sala y se detuvo al ver a los niños abrazados y sentados en el suelo.—¿En serio vas a encontrar a mamá? —preguntó Emma, con voz débil.Mathias sintió que algo en su interior se rompía ante la frustración de no tener una respuesta clara.—Lo intentaré —respondió al fin, aunque sabía que no era suficiente.Emma bajó la mirada y comenzó a juguetear con las orejas gastadas de su peluche. La observó, por un momento, consciente de que necesitaba ganarse su confianza.—Su madre también tenía un osito —repuso, intentando aliviar un poco la tensión.Emma levantó la cabeza y asintió con seriedad.—Sí, este es el suyo. Se llama Lasse. —Abrazó aún más al peluche—. A veces hablaba con él cuando estaba triste. Yo hago lo mismo, por eso me lo regaló.Lasse. Claro, ese era el nombre del peluche que Sofie guardaba en su oficina. Jamás olvidaría como ella se inclinaba sobre su escritorio, aferrada a aquel muñeco, cuando creía que nadie la veía.Lars, que había es