Después de una larga noche, Mathias y Lukas finalmente fueron liberados de la comisaría y ambos llegaron a la mansión. Afuera, la madrugada era implacable, y la mansión, envuelta en un gran silencio. Anna, el ama de llaves, quien se había quedado con los niños, probablemente estaría dormida, confiada en que los pequeños no despertarían hasta la mañana siguiente.Lukas, con el labio partido y una ceja abierta, se dejó caer en el sofá de cuero negro de la sala, soltando un profundo suspiro que mezclaba irritación y agotamiento. Mathias lo observó con el ceño fruncido y se paró frente a él, cruzándose de brazos.—Lukas, ¿en qué rayos estabas pensando? —exigió saber, rompiendo el silencio, con una voz que denotaba la falta de sueño—. ¿En serio te pareció que era buena idea meterte en una pelea en un club? ¿Sabes lo que pensarán los niños cuando te vean en ese estado deplorable?Lukas alzó la cabeza y esbozó una sonrisa cargada de sarcasmo, mientras se tocaba con cuidado la zona magullada
Dos días después del incidente en el club, la rutina en la mansión parecía haber vuelto a la normalidad que se había instalado desde que la llegada de los niños a la vida de Mathias.Mathias, sentado en la sala, repasaba al detalle una serie de documentos, mientras esperaba a Lukas, quien se encontraba encerrado en su despacho.Irritado, dado que los niños estaban a punto de bajar a desayunar, listos para su primer día de clases, Mathias dejó los papeles a un lado, y se encaminó a la improvisada oficina de su hermano.Al abrir la puerta, tal y como se temía, se encontró con Lukas frente a su estación de trabajo con los cinco monitores que le había conseguido, parpadeando a su alrededor. Lukas tecleaba frenéticamente, con el ceño fruncido, el cual, por momentos, era sustituido por una intrigante sonrisa.Suspirando, Mathias se acercó a su hermano menor, y, con tono firme, dijo:—Lukas, ¿en qué momento piensas salir de aquí? Te recuerdo que este no es tu único trabajo. Necesito hablar c
—¿Qué pasa, nena? ¿Todo bien? —preguntó Katrine, intrigada, al ver la incomodidad en el rostro de Sofie.—No lo sé. Fue raro. Era un correo electrónico sin ningún asunto y cuando lo abrí… no cargó nada. Solo se puso la pantalla en blanco, antes de volver a la normalidad, pero el correo desapareció —respondió, aún más desconcertada.Inmediatamente, Katrine frunció el ceño y extendió una mano hacia su amiga.—Dame el teléfono —repuso, con una urgencia que sorprendió a Sofie.Sofie la miró, sorprendida, pero, al ver la expresión de su amiga, le entregó el móvil sin dudarlo.—Pero ¿qué sucede? ¿Qué piensas hacer? —preguntó Sofie, con el ceño fruncido.Sin embargo, Katrine no respondió de inmediato, sino que, en cambio, comenzó a manipular el dispositivo con rapidez. Sus dedos volaban por la pantalla mientras su ceño se fruncía cada vez más.—Esto no es nada normal. Creo que acaban de infectar el móvil con un virus —explicó, con un tono sombrío.Sofie parpadeó, completamente en shock.—¿Un
En el estudio que Mathias había improvisado para él en la mansión, Lukas permanecía inclinado sobre la estación de trabajo, con sus cinco monitores titilando a un ritmo frenético, mientras los auriculares captaban las primeras voces.Durante los últimos dos días había trabajado arduamente, para asegurar que el virus se instalara rápidamente y sin dejar rastros visibles. Finalmente, había conseguido lo que quería: oír las conversaciones cerca del dispositivo infectado, y, con una enorme sonrisa, se apresuró a subir el volumen de los auriculares, al máximo.—¿Qué pasa, nena? —preguntó una voz femenina, a la que automáticamente él catalogó como «Voz A»—. ¿Todo bien?Satisfecho, Lukas se recostó en su silla, con los brazos detrás de la cabeza y los pies sobre la esquina del escritorio, sin poder ocultar una sonrisa. Esas dos mujeres habían caído en su trampa.—No lo sé. Fue raro —respondió la Voz B, con cierto desconcierto—. Era un correo electrónico sin ningún asunto y, cuando lo abrí… s
Mathias llegó a la mansión con paso firme, seguido por las voces y risas de los niños que venían charlando y jugando detrás de él. Sin embargo, cualquier asomo de alegría se desvanecía al ver el rostro de Mathias al saber que había tenido que cumplir con algo que su hermano le había prometido hacer.En cuanto la puerta de la mansión se cerró detrás de él, Mathias se volvió hacia Anna, el ama de llaves y le pidió les preparara algo para merendar.Anna, percibiendo el mal humor de su jefe, asintió rápidamente, antes de guiar a los niños a la cocina.Tras asegurarse de que los niños estaban en buenas manos, furioso, Mathias se encaminó en dirección al improvisado despacho de Lukas, consciente de que debía encontrarse allí. Al llegar, sin molestarse en llamar, empujó la puerta con tanta fuerza que esta golpeó contra la pared, haciendo que Lukas diera un respingo en su silla, alarmado.—¡Math! ¡Casi me das un infarto, hermano! ¿Qué diablos…? —repuso Lukas, sorprendido.—¿Infarto? Infarto e
La música retumbaba en las paredes del club, mientras las luces bailaban al ritmo, llenando el ambiente de tonos rojos y púrpuras que hacían parecer que el tiempo se había detenido. Sofie se había colocado rápidamente el «uniforme de trabajo», y ya llevaba un par horas trabajando. Aunque al principio se había sentido bastante incómoda en aquel ambiente, poco a poco, había aprendido a manejarse con más soltura.—Estás mejorando mucho, Sofie. Cada día te ves más segura. Ya no pareces un ciervo asustado —le había dicho Freja, sonriendo, mientras recogía las bandejas en la barra.Sofie rio. Aún no se acostumbraba al ajustado top ni mucho menos a los tacones de vértigo, pero, por lo menos, ya no se tambaleaba con cada paso que daba ni caminaba como si lo estuviera haciendo sobre cáscaras de huevo. Además, había aprendido a mantener mínimamente la compostura frente a los clientes, y, con palabras correctas y una cortés sonrisa, hasta el momento había logrado esquivar las insinuaciones no de
El Lustury Club continuó latiendo al ritmo de la música ensordecedora, mientras Sofie sentía que todo se venía abajo. Quería correr, huir, pero sabía que no tenía escapatoria. Mathias estaba allí y ya no podía convencerlo de que se había equivocado.Tragando saliva, tratando de deshacer el nudo que se le había formado en la garganta, Sofie se dio media vuelta, y, con el corazón en un puño, se enfrentó a Mathias, al padre de sus hijos.Mathias continuó sujetándola firmemente, y su mirada la llenó de un pánico que a duras penas pudo controlar.—Mathias… —murmuró, sin molestarse en evitarlo.—¿Así que ya no intentas fingir que no me conoces? —repuso Mathias con voz gélida—. Pensé que intentarías negarlo una vez más.—Por favor, suélteme. No querrá armar un escándalo—dijo Sofie, sintiendo cómo su voz casi se perdía en el bullicio del club, intentando soltarse.—¿Aquí? ¿Te molesta que arme un escándalo en este hermoso y cálido lugar? ¿En serio crees que me importa? —replicó Mathias, con un
Luego de lo que le pareció una eternidad, Mathias se adentró en la mansión. La casa estaba en calma, sumida en un silencio solamente interrumpido por el crepitar del fuego en la chimenea de la sala.Con la mente embotada, se sirvió un vaso de whisky, bebió un sorbo y se desplomó en el sofá, con sus pensamientos regresando al Lustury Club. Cada palabra que había pronunciado volvía a él como un eco doloroso y ensordecedor.—Emma, Lars y Jens ya no tienen madre. Porque tú, Sofie, no eres digna de serlo.Mathias abrió los ojos de golpe y soltó un profundo suspiro, molesto consigo mismo por atreverse a dudar de la decisión que había tomado, en el mismo momento en el que unos pasos ligeros rompieron la aparente calma de la sala.Lukas apareció, en pijamas, con una expresión de curiosidad en su rostro.—¿Y, Math? ¿Qué tal te fue? —preguntó, sentándose en el sillón que se encontraba frente a su hermano.Mathias lo miró con frustración y resignación.—Pues… como esperaba. Me dio la razón sin s