Mathias Lund frunció el ceño mientras recorría con la mirada los informes financieros que se encontraban encima de su escritorio. La oficina en su mansión era un santuario de eficiencia, libre de cualquier tipo de distracción. El monitor brillaba frente a él, y las gráficas en la pantalla demostraban que Lund Farma continuaba aplastando a la competencia.
Sin embargo, había algo que lo hacía sentir incómodo: las inconsistencias en la sección de gastos. Alguno de los departamentos estaba gastando más de lo que había autorizado, y eso lo irritaba por completo. Nada en su empresa se movía sin que él lo permitiera.
Pensando en que tendría que analizar la situación y ponerle remedio, se masajeó el puente de la nariz y cerró los ojos por unos segundos, permitiéndose un momento de descanso.
Sin embargo, la calma duró muy poco. La puerta de su despacho se abrió, y tras ella apareció Jo Bensen, el jefe de seguridad de la mansión, con el ceño profundamente fruncido.
—Señor Lund, hay algo que necesita su atención —anunció el hombre con su acostumbrada seriedad.
Mathias soltó un profundo suspiro y alzó la mirada, visiblemente molesto por la interrupción.
—¿Qué sucede, Jo? ¿Qué es tan urgente para que entres sin llamar? —preguntó con frialdad.
—Lo siento, pero en la entrada hay un mensajero con una entrega urgente. Dice que necesita su firma de manera personal —se apresuró a responder.
Mathias alzó una ceja y ladeó la cabeza, desconcertado. Él jamás recibía ningún tipo de paquete en la mansión. Todo lo relacionado con los negocios era enviado de manera directa a la sede central de la empresa, mientras que los asuntos personales eran atendidos por sus asistentes.
—¿Una entrega? —repitió más para sí mismo que para Jo.
—Así es, señor. Realmente, parece urgente —asintió.
Mathias chasqueó la lengua, irritado. Odiaba todo lo que no estuviera fríamente planeado. Sin embargo, había aprendido a manejar las sorpresas, por lo que intentaba tomar lo desconocido como un simple problema a resolver.
—Ahora me encargo —dijo, poniéndose de pie y colocándose la chaqueta de su traje a medida.
Con paso firme y decidido, salió del despacho, cruzando rápidamente los pasillos de mármol de la mansión. El eco de sus pasos resonaba como el tictac de un reloj, de manera precisa e implacable. Cada detalle de aquella vivienda dejaba en claro que nada en la vida de Mathias estaba fuera de lugar; nada estaba librado al azar.
Al menos, hasta ese día.
El portón de la mansión se abrió con suavidad, revelando al mensajero, quien lo esperaba con una carpeta en sus manos.
Mathias lo examinó de arriba abajo, con una mezcla de curiosidad y recelo.
—Es una entrega exprés, señor Lund —informó el hombre, mientras extendía la carpeta hacia Mathias—. Necesito que firme aquí.
Mathias entrecerró los ojos. Aquello era algo totalmente fuera de lo común. Sin embargo, no se permitió mostrar su desconfianza y se apresuró a firmar en el espacio indicado, antes de devolver la carpeta.
—Lleven eso al garaje —ordenó Mathias, al ver las cinco cajas que se encontraban detrás del mensajero, asumiendo que esa era toda la entrega.
Estaba a punto de girarse y regresar a la mansión, cuando el mensajero lo detuvo con un gesto breve.
—Lo siento, señor, pero eso no es todo.
Mathias alzó las cejas y lo miró fijamente, sintiendo que la paciencia se le agotaba.
—¿Qué más hay? —inquirió, con brusquedad.
En ese momento, otro hombre apareció frente al portón, llevando consigo algo que hizo que el aire se congelara en los pulmones de Mathias. ¡Eran tres pequeños niños!
Dos varones y una niña, de no más de cinco años, caminaban de la mano de aquel desconocido, con sus ojitos azules brillando de curiosidad mientras analizaban todo a su alrededor.
Mathias frunció el ceño hasta que su entrecejo casi formó una V, con el rostro endurecido por una máscara de incomodidad.
—¿Qué significa esto? —preguntó con frialdad y un tono controlado, aunque severo.
—Ellos son parte de la entrega —respondió el mensajero, sin inmutarse.
Tras estas palabras, se hizo el silencio.
Por un momento, el mundo pareció congelarse, y Mathias sintió que una fría electricidad le recorría la columna vertebral.
«¿Parte de la entrega?» Eso no tenía ningún tipo de sentido.
Los tres niños lo miraron con fascinación infantil, ajenos a la tensión que los rodeaba. La niña, con los rizos dorados que se mecían al viento, fue la primera en acercarse.
—¿Tú eres nuestro papi? —preguntó con entusiasmo, corriendo hacia él, sin soltar su pequeño osito de peluche.
La pequeña Emma se abrazó con fuerza a las piernas de Mathias, quien se quedó completamente paralizado, incapaz de reaccionar. La niña jaló del ruedo de su chaqueta, alzando la vista hacia él con una sonrisa que iluminó su delicada y hermosa carita.
—¿Qué diablos…? —preguntó Mathias en un susurro.
Los dos varones, Lars y Jens, la siguieron de cerca, lanzando risitas mientras comenzaban a explorar el jardín de la mansión con completa despreocupación, antes de que su hermana se les uniera.
Mathias abrió la boca para detenerlos, pero las palabras se atoraron en su garganta, y los niños rápidamente cruzaron el umbral de su organizado hogar.
—¡No entren ahí! —ordenó, por fin, pero su voz sonó débil incluso para sí mismo.
Los pequeños continuaron con su camino y comenzaron a correr, mientras sus risas resonaban por el camino empedrado que conducía a la puerta principal de la mansión, como un huracán que amenazaba con destruir el orden de su vida.
Mathias inspiró profundamente, intentando recuperar parte de su habitual compostura, a pesar de que su mente estaba sumida en el caos.
—Allí tiene todo lo que necesita saber —dijo el mensajero, señalando el sobre, antes de darse media vuelta y marcharse, junto a su compañero.
Mathias frunció aún más el ceño y bajó la mirada hacia el sobre que tenía entre sus manos. Intentando comprender algo de todo aquello, con dedos tensos, lo abrió, sacó los papeles del interior, y los desplegó.
Sin embargo, lo que vio lo dejó de piedra.
¡Era un análisis de ADN!
Los resultados eran claros e irrefutables, y cada palabra y cada cifra de ese informe lo golpeó con fuerza.
—Son… mis hijos —murmuró, sin poder comprenderlo del todo.
Por un momento, Mathias sintió que el tiempo se paralizaba, mientras su mente intentaba procesar que esos tres pequeños desconocidos, que ahora corrían por la mansión, llevaban su sangre.
«¿Cómo es posible?», se preguntó, mientras negaba con la cabeza, incrédulo.
Intentó procesar lo que estaba sucediendo, pero la realidad se impuso: esos tres niños no solo eran sus hijos, su legado, sino que ahora también eran su responsabilidad.
—Jo —dijo con frialdad—, asegúrate de que los niños no salgan de la mansión, y procura alejar de ellos todos los objetos frágiles.
Jo, quien había permanecido unos pasos por detrás de su jefe, se apresuró a asentir y se alejó, listo para cumplir con la orden.
Mathias volvió a mirar los papeles, y vio que el informe iba acompañado de una pequeña nota. La caligrafía era simple, clara, y cada palabra parecía cargada de un peso asfixiante.
«Mathias, siento que tengas que enterarte de esta manera, pero estos son Emma, Lars y Jens… tus hijos. No puedo seguir cuidando de ellos. Así que ahora es tu turno. Espero que puedas hacerlo bien. —Sofie Vang».
Aquel nombre hizo que el corazón de Mathias diera un vuelco.
«Sofie…», pensó, mientras la memoria de una noche borrosa y lejana lo atravesaba como un relámpago: el olor a whisky, la luz tenue de su oficina en Lund Farma, las manos de su asistente Sofie Vang…
Cinco años atrás. La noche que había creído olvidar y cuyo resultado ahora corría por la villa, gritando y riendo sin parar.
Mathias inspiró profundamente, intentando recuperar el control, mientras miraba en dirección a la vivienda.
—¿Qué demonios se supone que haga con ellos? —murmuró, en el mismo momento, en el que Emma aparecía en el umbral de la puerta, mirándolo con su radiante sonrisa.
—¿Podemos quedarnos aquí para siempre?
Mathias sintió que algo dentro de él se quebraba, abriendo una grieta que no había anticipado, pero no respondió. Porque sí, Mathias Lund, el hombre que siempre tenía una respuesta para todo, no sabía qué decirle a una pequeña niña de cinco años.
Mathias se quedó inmóvil frente al portón de la villa, con la carta arrugada en un puño, sintiendo que había perdido el control.Las risas infantiles llenaban la mansión, pero para Mathias solo reflejaban el peso de la realidad. Esos niños que corrían por su casa, no eran más que ¡sus propios hijos!No solo había pasado una noche con Sofie Vang, su exasistente, sino que, cinco años después, se encontraba con la noticia de que era padre de tres niños, que le habían entregado como un paquete, acompañados de una simple nota, que parecía una orden; algo que él estaba acostumbrado a dar, mas no a recibir.La rabia hervía en su pecho al pensar en que Sofie había guardado aquel secreto por tanto tiempo. Había sido un destello en su vida: una aventura fugaz, seguida de una repentina despedida, también sin explicaciones.Mathias cerró los ojos y la noche en que todo había comenzado volvió a él con claridad.Esa noche, tras la muerte de su padre había decidido sumergirse en el alcohol, momentos
Al día siguiente, Mathias despertó con la sensación de que todo había sido una extraña pesadilla. Pero no, aquello no había sido un sueño, y, por primera vez en años, levantarse de la cama, le resultó una agobiante idea. Sin embargo, no le quedaba más remedio que afrontar la realidad, por lo que, ahogando un suspiro, se puso de pie y salió al pasillo, en donde se asombró de que todo estuviera tan silencioso.Hasta que, de pronto, un fuerte estruendo lo hizo tensarse.—¡Cuidado, Lars! —oyó la vocecita de Emma desde la sala.Alarmado, Mathias bajó corriendo, y entonces lo vio:Lars se encontraba de pie sobre una silla, sosteniendo…—¡No! —gritó Mathias, alzando la mano, al ver que la brújula de su padre se precipitaba al suelo.Sin embargo, llegó demasiado tarde, y esta se estrelló contra el piso, haciéndose añicos.Mathias se quedó en shock, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él, antes de caminar hacia Lars con los dientes apretados.—¿Qué creen que están haciendo? —bramó, hacien
Al otro lado de la ciudad, Sofie miraba a través de la ventana del dormitorio, observando cómo la lluvia resbalaba por los cristales, tal y como lo hacían los días que le quedaban de vida. Sabía que no tenía más tiempo, y que la decisión debía tomarse cuanto antes. Erik no la entendería; nunca lo había hecho, pero ella necesitaba liberarse de esa relación, necesitaba estar tranquila, sola con sus pensamientos, antes de partir de este mundo.El día anterior, había enviado a Emma, Jens y Lars con Mathias, su padre, y esa despedida pesaba como una losa en su pecho, como si le hubieran arrancado una parte de su alma. Definitivamente, aquello le había hecho comprender el sentido de la frase «morir en vida». Sin embargo, sabía que había hecho lo correcto, y ahora tocaba hacer lo mismo con Erik.Agotada, se pasó las manos por el rostro. Desde que le habían dado la noticia de su cáncer terminal, hacía quince días, apenas había logrado dormir unas cuantas horas, ya que se había empeñado en dej
En la villa Lund…Mathias regresó a la sala y se detuvo al ver a los niños abrazados y sentados en el suelo.—¿En serio vas a encontrar a mamá? —preguntó Emma, con voz débil.Mathias sintió que algo en su interior se rompía ante la frustración de no tener una respuesta clara.—Lo intentaré —respondió al fin, aunque sabía que no era suficiente.Emma bajó la mirada y comenzó a juguetear con las orejas gastadas de su peluche. La observó, por un momento, consciente de que necesitaba ganarse su confianza.—Su madre también tenía un osito —repuso, intentando aliviar un poco la tensión.Emma levantó la cabeza y asintió con seriedad.—Sí, este es el suyo. Se llama Lasse. —Abrazó aún más al peluche—. A veces hablaba con él cuando estaba triste. Yo hago lo mismo, por eso me lo regaló.Lasse. Claro, ese era el nombre del peluche que Sofie guardaba en su oficina. Jamás olvidaría como ella se inclinaba sobre su escritorio, aferrada a aquel muñeco, cuando creía que nadie la veía.Lars, que había es
La carretera serpenteaba bajo el cielo encapotado. Las gotas golpeaban el parabrisas, mientras Mathias conducía en silencio, completamente tenso. Lukas, en el asiento del copiloto, jugueteaba con el móvil, aunque su atención estaba puesta en el rostro de su hermano.En el asiento trasero, los niños tenían sus caritas pegadas a la ventanilla, observando el paisaje, con una evidente emoción.—Lars, Jens, ¿recuerdan ese puente? —preguntó Emma, señalando con entusiasmo.Lars sonrió y asintió, mientras Jens se limitaba a mirar sin decir nada.—Siempre pasábamos por ahí cuando mamá nos llevaba al parque —añadió Emma, riendo suavemente.Mathias frunció el ceño, sintiendo como aquellas referencias a la vida que habían llevado con Sofie lo hacían sentir como un completo intruso.—¡Es por ahí, papá! —exclamó Lars, señalando una curva—. Ese es el camino…La tensión en el coche aumentó, y Lukas miró a su hermano, notando que la expresión de Mathias se había endurecido.—¿Estás seguro? —preguntó L
Tras la respuesta de Mathias, el silencio en el portero se volvió tan denso que casi podía sentirlo en el aire, antes de que un seco clic le indicara que se había cortado la comunicación.Mathias inspiró profundamente, cerró los ojos por un instante y trató de contener la frustración, aunque sus músculos se tensaron al máximo. Acto seguido, abrió los ojos y presionó el botón repetidas veces, sin obtener ni la más mínima respuesta, lo que no hizo más que aumentar el estrés que ya sentía.Estaba a punto de golpear el telefonillo con la palma de su mano, cuando la puerta principal del edificio se abrió con un golpe. Un hombre, más bajo que él, con el cabello rubio y ojos de un verde apagado, salió con el rostro desfigurado por la rabia.—¿Qué diablos haces aquí? —rugió Erik, caminando con pasos rápidos, los hombros tensos y los puños apretados.Mathias no se movió, sino que permaneció erguido como una pared de hielo, sin que su mirada de acero reflejara emoción alguna. Ni siquiera parpad
La tormenta no amainaba, mientras el coche avanzaba por las calles de Copenhague. Mathias apretaba el volante, intentando concentrarse en la conducción y en las indicaciones que los niños le daban desde el asiento trasero.—Aquí, papá, gira por esta calle y luego sube el puente —le decía Lars, con la mirada atenta, señalando el camino—. Así íbamos a casa de Katrine con mamá.No obstante, Emma, contrario a hacía unos minutos, se encontraba en silencio, con la mirada vidriosa fija en la ventana y su peluche apretado contra el pecho. Mientras Mathias seguía las indicaciones de Lars, miró a su hija por el retrovisor, intrigado por su silencio.Lukas, quien también iba extrañamente silencioso, miró a Mathias con complicidad, y, rompiendo su mutismo, en voz baja, comentó:—Parece que Emma se ha dado cuenta de lo que está pasando…Mathias apartó los ojos del espejo retrovisor por un momento, pensativo. Si era como decía Lukas, lidiar con eso sería mucho más complejo que cualquier negociación
Diez minutos después, Mathias aparcó el coche frente a la vivienda que Jens le había indicado y miró la fachada, por un momento. Lukas observaba atentamente a su hermano, mientras Emma permanecía en silencio, recostada en el asiento trasero, y Lars intentaba animarla sin éxito.—Quédate con los niños, yo te llamaré si hace falta —dijo Mathias, en un tono mucho más serio y frío que de costumbre, sin apartar la mirada de la fachada de la casa que había a un lado.Lukas asintió, encogiéndose de hombros, tras lo cual Mathias se bajó del coche y se acercó a la puerta, en donde llamó al timbre, hasta que escuchó pasos apresurados al otro lado.Un minuto después, Katrine abrió la puerta, mostrando una calculada sorpresa.—¿Señor Lund? ¿A qué debo el honor de su visita? —preguntó con un tono que pretendía ser amable, pero que no logró ocultar del todo su incomodidad. No temió reconocerlo, después de todo, quien no conociera a Mathias Lund, aunque solo fuera por las noticias, había vivido deba