Mathias se quedó inmóvil frente al portón de la villa, con la carta arrugada en un puño, sintiendo que había perdido el control.
Las risas infantiles llenaban la mansión, pero para Mathias solo reflejaban el peso de la realidad. Esos niños que corrían por su casa, no eran más que ¡sus propios hijos!
No solo había pasado una noche con Sofie Vang, su exasistente, sino que, cinco años después, se encontraba con la noticia de que era padre de tres niños, que le habían entregado como un paquete, acompañados de una simple nota, que parecía una orden; algo que él estaba acostumbrado a dar, mas no a recibir.
La rabia hervía en su pecho al pensar en que Sofie había guardado aquel secreto por tanto tiempo. Había sido un destello en su vida: una aventura fugaz, seguida de una repentina despedida, también sin explicaciones.
Mathias cerró los ojos y la noche en que todo había comenzado volvió a él con claridad.
Esa noche, tras la muerte de su padre había decidido sumergirse en el alcohol, momentos antes de que Sofie se adentrara en su despacho, y, al verla, había sentido como si lo hiciera por primera vez.
No era su tipo, ni de su clase, pero había algo en ella que lo atraía de una manera extraña, una forma en la que ninguna mujer había logrado. Ni siquiera su exnovia, a quien había amado profundamente.
No recordaba bien lo que le había dicho, pero, de pronto, recordaba estar frente a ella, tras lo cual, y sin poder evitarlo, la había atraído hacia él, con una desconocida necesidad.
En ese momento, había sido consciente de que ese era un límite que no debía cruzar, pero el deseo lo había superado, y, en cuanto la besó, fue como encender una hoguera.
Mathias nunca había sido un hombre impulsivo, pero al sostenerla con fuerza, sintió que ella podría salvarlo. Sin embargo, ese alivio se desvaneció en cuanto se separaron. Y, al ver a Sofie abrazarse a sí misma, comprendió que lo había estropeado todo.
Rápidamente, intentó disculparse, sintiéndose atrapado entre el deseo y el arrepentimiento.
Pero ella volvió a guardar silencio, y, cuando salió, el sonido de la puerta al cerrarse había puesto fin a esa noche que nunca debió suceder; una noche que, sin saberlo, cambiaría sus vidas para siempre.
A la mañana siguiente, Sofie había llegado temprano, como si nada hubiera sucedido; aunque su mirada era diferente: fría, distante.
—Quiero presentar mi dimisión —dijo ella, colocando su renuncia frente a él.
—¿Dimisión? —repitió, incrédulo. No lo había visto venir.
—Sí, señor. Es mejor que me vaya —respondió ella sin emoción.
—¿Por qué? —preguntó Mathias, con frialdad.
Ella bajó la mirada, pero no respondió, sino que sonrió con tristeza, antes de marcharse.
Mathias había sentido el impulso de detenerla, de pedirle que se quedara…, pero algo lo había frenado. Tal vez el miedo, o, quizás, la necesidad de fingir que nada había sucedido.
Sin embargo, durante un buen tiempo, no había podido dejar de lamentarse por haber perdido a la mejor asistente que había tenido. No solo era guapa, sino que, además, era extremadamente inteligente y eficaz. Por eso, durante varios meses, Mathias había intentado localizarla, pero solo se había encontrado con un profundo silencio.
Hasta ahora…
De vuelta al presente, se pasó una mano por el cabello, furioso, sin poder creer que Sofie le hubiera ocultado aquello durante tanto tiempo, sin darle siquiera la posibilidad de decidir si quería o no formar parte de la vida de los niños.
Realmente, no tenía idea de qué hacer con ellos, y lo peor de todo era que tampoco quería saberlo. En su vida no había espacio para niños, y mucho menos para tres. Tenía una empresa que dirigir, y, especialmente, un plan a futuro que no contemplaba ninguna sorpresa.
Sin embargo, cuando estaba a punto de tomar una decisión, una vocecita suave e infantil lo detuvo.
—¿Papi?
Mathias alzó la mirada, encontrándose con Emma, una pequeña versión de Sofie, con sus rizos dorados desordenados y un osito de peluche apretado contra su pecho.
—Eres más guapo de lo que mami nos dijo —repuso mientras lo abrazaba una vez más.
Mathias se quedó paralizado, y, aunque quiso apartarse, algo se lo impidió. La calidez de Emma lo había desarmado por completo. Nada lo había preparado para ese momento.
Lars y Jens aparecieron detrás de su hermana, y lo miraron con curiosidad.
Mathias inspiró profundamente, recuperando un poco la compostura, y, al verlos a los ojos, sintió que no sería capaz de deshacerse de ellos; eran la viva imagen de su madre. Y aunque en ese momento la detestara, algo en su interior le impedía pagar su frustración con ellos.
—¡Anna! —llamó al ama de llaves.
—¿Sí, señor?
—Necesito que duches a los niños y que prepares una habitación para ellos —ordenó Mathias, con frialdad.
—Señor Lund, ¿está…?
—¿Me estás cuestionando? —la interrumpió bruscamente, fulminándola con la mirada.
—No, señor. Lo siento. Me encargaré de todo ahora mismo —respondió Anna, retomando su tono profesional, antes acercarse a los niños, quienes, sin protestar, se dejaron conducir escaleras arriba.
Mathias los observó hasta que desaparecieron en lo alto, sintiendo que todo giraba a su alrededor. ¿Cómo haría para hacerle frente a todo aquello?
Al día siguiente, Mathias despertó con la sensación de que todo había sido una extraña pesadilla. Pero no, aquello no había sido un sueño, y, por primera vez en años, levantarse de la cama, le resultó una agobiante idea. Sin embargo, no le quedaba más remedio que afrontar la realidad, por lo que, ahogando un suspiro, se puso de pie y salió al pasillo, en donde se asombró de que todo estuviera tan silencioso.Hasta que, de pronto, un fuerte estruendo lo hizo tensarse.—¡Cuidado, Lars! —oyó la vocecita de Emma desde la sala.Alarmado, Mathias bajó corriendo, y entonces lo vio:Lars se encontraba de pie sobre una silla, sosteniendo…—¡No! —gritó Mathias, alzando la mano, al ver que la brújula de su padre se precipitaba al suelo.Sin embargo, llegó demasiado tarde, y esta se estrelló contra el piso, haciéndose añicos.Mathias se quedó en shock, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él, antes de caminar hacia Lars con los dientes apretados.—¿Qué creen que están haciendo? —bramó, hacien
Al otro lado de la ciudad, Sofie miraba a través de la ventana del dormitorio, observando cómo la lluvia resbalaba por los cristales, tal y como lo hacían los días que le quedaban de vida. Sabía que no tenía más tiempo, y que la decisión debía tomarse cuanto antes. Erik no la entendería; nunca lo había hecho, pero ella necesitaba liberarse de esa relación, necesitaba estar tranquila, sola con sus pensamientos, antes de partir de este mundo.El día anterior, había enviado a Emma, Jens y Lars con Mathias, su padre, y esa despedida pesaba como una losa en su pecho, como si le hubieran arrancado una parte de su alma. Definitivamente, aquello le había hecho comprender el sentido de la frase «morir en vida». Sin embargo, sabía que había hecho lo correcto, y ahora tocaba hacer lo mismo con Erik.Agotada, se pasó las manos por el rostro. Desde que le habían dado la noticia de su cáncer terminal, hacía quince días, apenas había logrado dormir unas cuantas horas, ya que se había empeñado en dej
En la villa Lund…Mathias regresó a la sala y se detuvo al ver a los niños abrazados y sentados en el suelo.—¿En serio vas a encontrar a mamá? —preguntó Emma, con voz débil.Mathias sintió que algo en su interior se rompía ante la frustración de no tener una respuesta clara.—Lo intentaré —respondió al fin, aunque sabía que no era suficiente.Emma bajó la mirada y comenzó a juguetear con las orejas gastadas de su peluche. La observó, por un momento, consciente de que necesitaba ganarse su confianza.—Su madre también tenía un osito —repuso, intentando aliviar un poco la tensión.Emma levantó la cabeza y asintió con seriedad.—Sí, este es el suyo. Se llama Lasse. —Abrazó aún más al peluche—. A veces hablaba con él cuando estaba triste. Yo hago lo mismo, por eso me lo regaló.Lasse. Claro, ese era el nombre del peluche que Sofie guardaba en su oficina. Jamás olvidaría como ella se inclinaba sobre su escritorio, aferrada a aquel muñeco, cuando creía que nadie la veía.Lars, que había es
La carretera serpenteaba bajo el cielo encapotado. Las gotas golpeaban el parabrisas, mientras Mathias conducía en silencio, completamente tenso. Lukas, en el asiento del copiloto, jugueteaba con el móvil, aunque su atención estaba puesta en el rostro de su hermano.En el asiento trasero, los niños tenían sus caritas pegadas a la ventanilla, observando el paisaje, con una evidente emoción.—Lars, Jens, ¿recuerdan ese puente? —preguntó Emma, señalando con entusiasmo.Lars sonrió y asintió, mientras Jens se limitaba a mirar sin decir nada.—Siempre pasábamos por ahí cuando mamá nos llevaba al parque —añadió Emma, riendo suavemente.Mathias frunció el ceño, sintiendo como aquellas referencias a la vida que habían llevado con Sofie lo hacían sentir como un completo intruso.—¡Es por ahí, papá! —exclamó Lars, señalando una curva—. Ese es el camino…La tensión en el coche aumentó, y Lukas miró a su hermano, notando que la expresión de Mathias se había endurecido.—¿Estás seguro? —preguntó L
Tras la respuesta de Mathias, el silencio en el portero se volvió tan denso que casi podía sentirlo en el aire, antes de que un seco clic le indicara que se había cortado la comunicación.Mathias inspiró profundamente, cerró los ojos por un instante y trató de contener la frustración, aunque sus músculos se tensaron al máximo. Acto seguido, abrió los ojos y presionó el botón repetidas veces, sin obtener ni la más mínima respuesta, lo que no hizo más que aumentar el estrés que ya sentía.Estaba a punto de golpear el telefonillo con la palma de su mano, cuando la puerta principal del edificio se abrió con un golpe. Un hombre, más bajo que él, con el cabello rubio y ojos de un verde apagado, salió con el rostro desfigurado por la rabia.—¿Qué diablos haces aquí? —rugió Erik, caminando con pasos rápidos, los hombros tensos y los puños apretados.Mathias no se movió, sino que permaneció erguido como una pared de hielo, sin que su mirada de acero reflejara emoción alguna. Ni siquiera parpad
La tormenta no amainaba, mientras el coche avanzaba por las calles de Copenhague. Mathias apretaba el volante, intentando concentrarse en la conducción y en las indicaciones que los niños le daban desde el asiento trasero.—Aquí, papá, gira por esta calle y luego sube el puente —le decía Lars, con la mirada atenta, señalando el camino—. Así íbamos a casa de Katrine con mamá.No obstante, Emma, contrario a hacía unos minutos, se encontraba en silencio, con la mirada vidriosa fija en la ventana y su peluche apretado contra el pecho. Mientras Mathias seguía las indicaciones de Lars, miró a su hija por el retrovisor, intrigado por su silencio.Lukas, quien también iba extrañamente silencioso, miró a Mathias con complicidad, y, rompiendo su mutismo, en voz baja, comentó:—Parece que Emma se ha dado cuenta de lo que está pasando…Mathias apartó los ojos del espejo retrovisor por un momento, pensativo. Si era como decía Lukas, lidiar con eso sería mucho más complejo que cualquier negociación
Diez minutos después, Mathias aparcó el coche frente a la vivienda que Jens le había indicado y miró la fachada, por un momento. Lukas observaba atentamente a su hermano, mientras Emma permanecía en silencio, recostada en el asiento trasero, y Lars intentaba animarla sin éxito.—Quédate con los niños, yo te llamaré si hace falta —dijo Mathias, en un tono mucho más serio y frío que de costumbre, sin apartar la mirada de la fachada de la casa que había a un lado.Lukas asintió, encogiéndose de hombros, tras lo cual Mathias se bajó del coche y se acercó a la puerta, en donde llamó al timbre, hasta que escuchó pasos apresurados al otro lado.Un minuto después, Katrine abrió la puerta, mostrando una calculada sorpresa.—¿Señor Lund? ¿A qué debo el honor de su visita? —preguntó con un tono que pretendía ser amable, pero que no logró ocultar del todo su incomodidad. No temió reconocerlo, después de todo, quien no conociera a Mathias Lund, aunque solo fuera por las noticias, había vivido deba
Cuando Sofie llegó al hospital, lo hizo con pasos lentos, intentando calmarse. La llamada de la doctora Bergström la había llenado de ansiedad, aunque no imaginaba nada peor que el diagnóstico que había recibido.¿Qué más podía haber más allá de la certeza de que estaba muriendo? ¿Qué más podía decirle?Con estas preguntas en mente, inspiró profundamente, y cruzó la sala de espera, sin mirar a nada ni a nadie.«Tranquila, Sofie. Nada puede ser peor… Nada», se dijo a sí misma, buscando creerlo, aunque el corazón le pesaba como una losa.Casi mecánicamente, continuó avanzando, sintiendo que los pies apenas le respondían y el corazón le martilleaba en las costillas.Sin embargo, cuando ya estaba por llegar frente a la puerta de la doctora Helena Bergström, algo por el rabillo del ojo llamó su atención. ¿Acaso ese hombre alto, de cabello oscuro y perfil digno de un dios, era…?—Señorita Vang —dijo la doctora Bergström llamando su atención—. Me alegra que haya venido tan rápido. Pase a mi