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CAPÍTULO 3 – Confusión y Decisiones

Mathias se quedó inmóvil frente al portón de la villa, con la carta arrugada en un puño, sintiendo que había perdido el control.

Las risas infantiles llenaban la mansión, pero para Mathias solo reflejaban el peso de la realidad. Esos niños que corrían por su casa, no eran más que ¡sus propios hijos!

No solo había pasado una noche con Sofie Vang, su exasistente, sino que, cinco años después, se encontraba con la noticia de que era padre de tres niños, que le habían entregado como un paquete, acompañados de una simple nota, que parecía una orden; algo que él estaba acostumbrado a dar, mas no a recibir.

La rabia hervía en su pecho al pensar en que Sofie había guardado aquel secreto por tanto tiempo. Había sido un destello en su vida: una aventura fugaz, seguida de una repentina despedida, también sin explicaciones.

Mathias cerró los ojos y la noche en que todo había comenzado volvió a él con claridad.

Esa noche, tras la muerte de su padre había decidido sumergirse en el alcohol, momentos antes de que Sofie se adentrara en su despacho, y, al verla, había sentido como si lo hiciera por primera vez.

No era su tipo, ni de su clase, pero había algo en ella que lo atraía de una manera extraña, una forma en la que ninguna mujer había logrado. Ni siquiera su exnovia, a quien había amado profundamente.

No recordaba bien lo que le había dicho, pero, de pronto, recordaba estar frente a ella, tras lo cual, y sin poder evitarlo, la había atraído hacia él, con una desconocida necesidad.

En ese momento, había sido consciente de que ese era un límite que no debía cruzar, pero el deseo lo había superado, y, en cuanto la besó, fue como encender una hoguera.

Mathias nunca había sido un hombre impulsivo, pero al sostenerla con fuerza, sintió que ella podría salvarlo. Sin embargo, ese alivio se desvaneció en cuanto se separaron. Y, al ver a Sofie abrazarse a sí misma, comprendió que lo había estropeado todo.

Rápidamente, intentó disculparse, sintiéndose atrapado entre el deseo y el arrepentimiento.

Pero ella volvió a guardar silencio, y, cuando salió, el sonido de la puerta al cerrarse había puesto fin a esa noche que nunca debió suceder; una noche que, sin saberlo, cambiaría sus vidas para siempre.

A la mañana siguiente, Sofie había llegado temprano, como si nada hubiera sucedido; aunque su mirada era diferente: fría, distante.

—Quiero presentar mi dimisión —dijo ella, colocando su renuncia frente a él.

—¿Dimisión? —repitió, incrédulo. No lo había visto venir.

—Sí, señor. Es mejor que me vaya —respondió ella sin emoción.

—¿Por qué? —preguntó Mathias, con frialdad.

Ella bajó la mirada, pero no respondió, sino que sonrió con tristeza, antes de marcharse.

Mathias había sentido el impulso de detenerla, de pedirle que se quedara…, pero algo lo había frenado. Tal vez el miedo, o, quizás, la necesidad de fingir que nada había sucedido.

Sin embargo, durante un buen tiempo, no había podido dejar de lamentarse por haber perdido a la mejor asistente que había tenido. No solo era guapa, sino que, además, era extremadamente inteligente y eficaz. Por eso, durante varios meses, Mathias había intentado localizarla, pero solo se había encontrado con un profundo silencio.

Hasta ahora…

De vuelta al presente, se pasó una mano por el cabello, furioso, sin poder creer que Sofie le hubiera ocultado aquello durante tanto tiempo, sin darle siquiera la posibilidad de decidir si quería o no formar parte de la vida de los niños.

Realmente, no tenía idea de qué hacer con ellos, y lo peor de todo era que tampoco quería saberlo. En su vida no había espacio para niños, y mucho menos para tres. Tenía una empresa que dirigir, y, especialmente, un plan a futuro que no contemplaba ninguna sorpresa.

Sin embargo, cuando estaba a punto de tomar una decisión, una vocecita suave e infantil lo detuvo.

—¿Papi?

Mathias alzó la mirada, encontrándose con Emma, una pequeña versión de Sofie, con sus rizos dorados desordenados y un osito de peluche apretado contra su pecho.

—Eres más guapo de lo que mami nos dijo —repuso mientras lo abrazaba una vez más.

Mathias se quedó paralizado, y, aunque quiso apartarse, algo se lo impidió. La calidez de Emma lo había desarmado por completo. Nada lo había preparado para ese momento.

Lars y Jens aparecieron detrás de su hermana, y lo miraron con curiosidad.

Mathias inspiró profundamente, recuperando un poco la compostura, y, al verlos a los ojos, sintió que no sería capaz de deshacerse de ellos; eran la viva imagen de su madre. Y aunque en ese momento la detestara, algo en su interior le impedía pagar su frustración con ellos.

—¡Anna! —llamó al ama de llaves.

—¿Sí, señor?

—Necesito que duches a los niños y que prepares una habitación para ellos —ordenó Mathias, con frialdad.

—Señor Lund, ¿está…?

—¿Me estás cuestionando? —la interrumpió bruscamente, fulminándola con la mirada.

—No, señor. Lo siento. Me encargaré de todo ahora mismo —respondió Anna, retomando su tono profesional, antes acercarse a los niños, quienes, sin protestar, se dejaron conducir escaleras arriba.

Mathias los observó hasta que desaparecieron en lo alto, sintiendo que todo giraba a su alrededor. ¿Cómo haría para hacerle frente a todo aquello?

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