Al día siguiente, Mathias despertó con la sensación de que todo había sido una extraña pesadilla. Pero no, aquello no había sido un sueño, y, por primera vez en años, levantarse de la cama, le resultó una agobiante idea.
Sin embargo, no le quedaba más remedio que afrontar la realidad, por lo que, ahogando un suspiro, se puso de pie y salió al pasillo, en donde se asombró de que todo estuviera tan silencioso.
Hasta que, de pronto, un fuerte estruendo lo hizo tensarse.
—¡Cuidado, Lars! —oyó la vocecita de Emma desde la sala.
Alarmado, Mathias bajó corriendo, y entonces lo vio:
Lars se encontraba de pie sobre una silla, sosteniendo…
—¡No! —gritó Mathias, alzando la mano, al ver que la brújula de su padre se precipitaba al suelo.
Sin embargo, llegó demasiado tarde, y esta se estrelló contra el piso, haciéndose añicos.
Mathias se quedó en shock, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él, antes de caminar hacia Lars con los dientes apretados.
—¿Qué creen que están haciendo? —bramó, haciendo que Lars se bajara de la silla y retrocediera, con sus ojitos llenos de miedo.
—Yo… yo solo quería ver… —intentó excusarse.
—¡No me importa lo que quisieras! —rugió Mathias, fuera de sí—. Acaban de romper la brújula de mi padre.
Automáticamente, Jens y Emma se acercaron a Lars, como si quisieran protegerlo, y los tres miraron a Mathias con los ojitos llenos de lágrimas.
—¡No eres como mamá! —susurró Emma con la voz quebrada.
Mathias sintió que le faltaba el aire.
—¿Qué no soy como su madre? —bufó, sin percatarse de la frialdad y la rabia en su voz—. Entonces, si es tan buena, ¿por qué no están con ella?
La pregunta flotó en el aire como una nube oscura, y los niños se quebraron.
—No lo sabemos… —murmuró Lars, con labios temblorosos—. Pero mamá nos quiere, no como tú.
Emma asintió, abrazando su osito con fuerza.
—Nos dijo que tú nos cuidarías, que tendríamos todo, que nos querrías… pero… —Hizo una un puchero, mirándolo fijamente con sus ojitos azules, idénticos a los de él—. ¡Pero tú eres un ogro!
Esa frase, llena de inocencia y dolor, atravesó a Mathias como una daga, obligándolo a cerrar los ojos, mientras presionaba el puente de su nariz con los dedos.
«Esto se está saliendo de control», pensó, sintiéndose frente a una bomba que no sabía desactivar.
—Miren… —suspiró, intentando controlar el tono de su voz—. Lo siento, ¿sí? No soy bueno con los niños, y mucho menos cuando tocan y rompen cosas que son importantes para mí.
Lars sollozaba, encogido, como si esperara otro regaño, y Mathias se sintió una m****a. No sabía lidiar con su propia frustración, ¿cómo podía ayudarlos con las de ellos?
—Haremos un trato, ¿de acuerdo? —dijo, agachándose para quedar a su altura—. Yo intentaré no enojarme tanto, pero ustedes tienen que prometerme que seguirán las reglas. ¿Está claro?
Los pequeños asintieron en silencio, aunque sus ojitos seguían tristes.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó, aunque ya podía intuir la respuesta.
Emma bajó la cabeza, acariciando las orejas desgastadas de su osito.
—Es que… extrañamos a mamá…
El peso de aquellas palabras golpeó a Mathias como una cachetada. Pero ¿qué esperaba? Eran tres niños, que habían sido enviados allí sin ninguna explicación. Claro que extrañaban a su madre.
—A ver, intentaré hablar con ella, ¿sí? —dijo, aunque por primera vez no estaba seguro de poder cumplirlo.
Los niños lo miraron, esperanzados, haciéndolo sentir aún peor. ¿Qué tal si Sofie se negaba a aparecer?
—Quédense aquí. Iré a hacer una llamada.
Acto seguido, se encaminó hacia el estudio, y rápidamente buscó en su ordenador el número telefónico del bloque de departamentos en el que sabía que Sofie vivía mientras trabajaba para él. No sabía si seguiría allí, pero no perdía nada con intentarlo.
—¿Sí? —respondió una voz masculina, cuando se estableció la conexión.
—Estoy buscando a Sofie Vang. ¿Podría pasarme con ella, por favor?
—Lo siento, señor, pero la señorita Vang se mudó hace años.
Mathias apretó el teléfono con fuerza.
—¿Dejó alguna dirección? ¿Algún número de contacto?
—No, lo siento. Solo entregó las llaves y se fue.
Frustrado, Mathias colgó sin despedirse, y, por un momento, se quedó mirando la pantalla de su teléfono con su mente trabajando a mil por horas. No podía cargar con todo aquello solo, mucho menos cuando los niños pedían por su madre con sus miradas llenas de tristeza.
Sin embargo, muy a su pesar, solo había una persona que podía ayudarlo y ese era Lukas, su hermano menor. Un constante dolor de cabeza, pero también el único que era capaz de localizar a Sofie en tiempo récord, sin importar lo que tuviera que hacer para lograrlo.
Detestándose por tener que hacer aquello, marcó su número, y, en cuanto la conexión se estableció, oyó la despreocupada voz de Lukas.
—¡Hermano! ¿Ya estás listo para recordarme lo indispensable que soy?
Mathias resopló, masajeándose la sien.
—Lukas, necesito que encuentres a Sofie Vang —dijo sin rodeos.
—¿Sofie Vang? ¿Tu exasistente? —preguntó Lukas, sorprendido—. No me digas que aún no superas sus largas piernas. Esos trajes que usaba… ¡Ufff! —bufó.
Mathias apretó la mandíbula. No tenía tiempo para sus estupideces.
—¿Podrías hacerme el favor de escucharme? Necesito que averigües a dónde está viviendo, lo antes posible.
—Wow, sí que estás desesperado por esa mujer. Parece que alguien quiere divertirse —bromeó.
—¡Lukas! —exclamó Mathias, perdiendo la paciencia.
—Está bien —rio Lukas—. Me pondré con eso. Dame una hora, ¿sí? Salvo que quieras que hackee un par de bases de datos…
—No hagas estupideces, Lukas —gruñó Mathias, frunciendo el ceño—. Solo encuéntrala.
—Claro, mi capitán. Pero, ahora sí me debes una.
Mathias soltó un bufido.
—Cállate y haz tu trabajo.
Lukas se rio de nuevo, pero su tono cambió a uno más serio.
—De verdad, Mathias. ¿Qué está pasando? ¿Por qué buscas a Sofie después de tanto tiempo?
Mathias dudó. No era fácil decir en voz alta lo que ni siquiera él había procesado del todo.
—Es complicado. Ven a casa y lo hablamos. No quiero hacerlo por teléfono.
Lukas hizo una pausa, y luego soltó un silbido bajo.
—Eso suena serio. Iré en cuanto la encuentre. Espérame y no hagas locuras —dijo en tono de broma.
Mathias blanqueó los ojos, mientras cortaba la llamada, y se quedó inmóvil.
Detestaba sentir que todo se le escapaba de las manos. No podía mantener la compostura con tres niños pequeños, y ahora estaba dependiendo de su hermano para encontrar a Sofie y pedirle las respuestas que necesitaba.
Al otro lado de la ciudad, Sofie miraba a través de la ventana del dormitorio, observando cómo la lluvia resbalaba por los cristales, tal y como lo hacían los días que le quedaban de vida. Sabía que no tenía más tiempo, y que la decisión debía tomarse cuanto antes. Erik no la entendería; nunca lo había hecho, pero ella necesitaba liberarse de esa relación, necesitaba estar tranquila, sola con sus pensamientos, antes de partir de este mundo.El día anterior, había enviado a Emma, Jens y Lars con Mathias, su padre, y esa despedida pesaba como una losa en su pecho, como si le hubieran arrancado una parte de su alma. Definitivamente, aquello le había hecho comprender el sentido de la frase «morir en vida». Sin embargo, sabía que había hecho lo correcto, y ahora tocaba hacer lo mismo con Erik.Agotada, se pasó las manos por el rostro. Desde que le habían dado la noticia de su cáncer terminal, hacía quince días, apenas había logrado dormir unas cuantas horas, ya que se había empeñado en dej
En la villa Lund…Mathias regresó a la sala y se detuvo al ver a los niños abrazados y sentados en el suelo.—¿En serio vas a encontrar a mamá? —preguntó Emma, con voz débil.Mathias sintió que algo en su interior se rompía ante la frustración de no tener una respuesta clara.—Lo intentaré —respondió al fin, aunque sabía que no era suficiente.Emma bajó la mirada y comenzó a juguetear con las orejas gastadas de su peluche. La observó, por un momento, consciente de que necesitaba ganarse su confianza.—Su madre también tenía un osito —repuso, intentando aliviar un poco la tensión.Emma levantó la cabeza y asintió con seriedad.—Sí, este es el suyo. Se llama Lasse. —Abrazó aún más al peluche—. A veces hablaba con él cuando estaba triste. Yo hago lo mismo, por eso me lo regaló.Lasse. Claro, ese era el nombre del peluche que Sofie guardaba en su oficina. Jamás olvidaría como ella se inclinaba sobre su escritorio, aferrada a aquel muñeco, cuando creía que nadie la veía.Lars, que había es
La carretera serpenteaba bajo el cielo encapotado. Las gotas golpeaban el parabrisas, mientras Mathias conducía en silencio, completamente tenso. Lukas, en el asiento del copiloto, jugueteaba con el móvil, aunque su atención estaba puesta en el rostro de su hermano.En el asiento trasero, los niños tenían sus caritas pegadas a la ventanilla, observando el paisaje, con una evidente emoción.—Lars, Jens, ¿recuerdan ese puente? —preguntó Emma, señalando con entusiasmo.Lars sonrió y asintió, mientras Jens se limitaba a mirar sin decir nada.—Siempre pasábamos por ahí cuando mamá nos llevaba al parque —añadió Emma, riendo suavemente.Mathias frunció el ceño, sintiendo como aquellas referencias a la vida que habían llevado con Sofie lo hacían sentir como un completo intruso.—¡Es por ahí, papá! —exclamó Lars, señalando una curva—. Ese es el camino…La tensión en el coche aumentó, y Lukas miró a su hermano, notando que la expresión de Mathias se había endurecido.—¿Estás seguro? —preguntó L
Tras la respuesta de Mathias, el silencio en el portero se volvió tan denso que casi podía sentirlo en el aire, antes de que un seco clic le indicara que se había cortado la comunicación.Mathias inspiró profundamente, cerró los ojos por un instante y trató de contener la frustración, aunque sus músculos se tensaron al máximo. Acto seguido, abrió los ojos y presionó el botón repetidas veces, sin obtener ni la más mínima respuesta, lo que no hizo más que aumentar el estrés que ya sentía.Estaba a punto de golpear el telefonillo con la palma de su mano, cuando la puerta principal del edificio se abrió con un golpe. Un hombre, más bajo que él, con el cabello rubio y ojos de un verde apagado, salió con el rostro desfigurado por la rabia.—¿Qué diablos haces aquí? —rugió Erik, caminando con pasos rápidos, los hombros tensos y los puños apretados.Mathias no se movió, sino que permaneció erguido como una pared de hielo, sin que su mirada de acero reflejara emoción alguna. Ni siquiera parpad
La tormenta no amainaba, mientras el coche avanzaba por las calles de Copenhague. Mathias apretaba el volante, intentando concentrarse en la conducción y en las indicaciones que los niños le daban desde el asiento trasero.—Aquí, papá, gira por esta calle y luego sube el puente —le decía Lars, con la mirada atenta, señalando el camino—. Así íbamos a casa de Katrine con mamá.No obstante, Emma, contrario a hacía unos minutos, se encontraba en silencio, con la mirada vidriosa fija en la ventana y su peluche apretado contra el pecho. Mientras Mathias seguía las indicaciones de Lars, miró a su hija por el retrovisor, intrigado por su silencio.Lukas, quien también iba extrañamente silencioso, miró a Mathias con complicidad, y, rompiendo su mutismo, en voz baja, comentó:—Parece que Emma se ha dado cuenta de lo que está pasando…Mathias apartó los ojos del espejo retrovisor por un momento, pensativo. Si era como decía Lukas, lidiar con eso sería mucho más complejo que cualquier negociación
Diez minutos después, Mathias aparcó el coche frente a la vivienda que Jens le había indicado y miró la fachada, por un momento. Lukas observaba atentamente a su hermano, mientras Emma permanecía en silencio, recostada en el asiento trasero, y Lars intentaba animarla sin éxito.—Quédate con los niños, yo te llamaré si hace falta —dijo Mathias, en un tono mucho más serio y frío que de costumbre, sin apartar la mirada de la fachada de la casa que había a un lado.Lukas asintió, encogiéndose de hombros, tras lo cual Mathias se bajó del coche y se acercó a la puerta, en donde llamó al timbre, hasta que escuchó pasos apresurados al otro lado.Un minuto después, Katrine abrió la puerta, mostrando una calculada sorpresa.—¿Señor Lund? ¿A qué debo el honor de su visita? —preguntó con un tono que pretendía ser amable, pero que no logró ocultar del todo su incomodidad. No temió reconocerlo, después de todo, quien no conociera a Mathias Lund, aunque solo fuera por las noticias, había vivido deba
Cuando Sofie llegó al hospital, lo hizo con pasos lentos, intentando calmarse. La llamada de la doctora Bergström la había llenado de ansiedad, aunque no imaginaba nada peor que el diagnóstico que había recibido.¿Qué más podía haber más allá de la certeza de que estaba muriendo? ¿Qué más podía decirle?Con estas preguntas en mente, inspiró profundamente, y cruzó la sala de espera, sin mirar a nada ni a nadie.«Tranquila, Sofie. Nada puede ser peor… Nada», se dijo a sí misma, buscando creerlo, aunque el corazón le pesaba como una losa.Casi mecánicamente, continuó avanzando, sintiendo que los pies apenas le respondían y el corazón le martilleaba en las costillas.Sin embargo, cuando ya estaba por llegar frente a la puerta de la doctora Helena Bergström, algo por el rabillo del ojo llamó su atención. ¿Acaso ese hombre alto, de cabello oscuro y perfil digno de un dios, era…?—Señorita Vang —dijo la doctora Bergström llamando su atención—. Me alegra que haya venido tan rápido. Pase a mi
—Lo siento, señorita Vang. Lamentablemente, es cáncer. Terminal.La doctora continuaba hablando, pero las palabras ya no llegaban a Sofie con claridad.Cáncer…Terminal…La sentencia era implacable. No había margen para malinterpretaciones, y, mucho menos, para la esperanza.Sofie bajó sus ojos, mirando a los pequeños que se encontraban sentados junto a ella, absortos en sus mundos infantiles. Sus hijos… Sus preciosos trillizos.En ese momento, sintió el tirón de una pequeña manita. Era Emma, con sus ricitos rubios completamente desordenados, quien la miraba con su característica inocencia.—¿Estás bien, mami? —preguntó la pequeña, ladeando su cabecita, mientras sus grandes ojitos azules brillaban de curiosidad al ver que su madre tenía la mirada ausente.Las lágrimas de Sofie no tardaron en derramarse, rodando silenciosamente por sus mejillas, y la pequeña Emma frunció la nariz, desconcertada porque su madre llorara sin razón aparente, antes de mirar a sus hermanos. Ninguno de los tr