CAPÍTULO 4 – Fracturas Invisibles

Al día siguiente, Mathias despertó con la sensación de que todo había sido una extraña pesadilla. Pero no, aquello no había sido un sueño, y, por primera vez en años, levantarse de la cama, le resultó una agobiante idea. 

Sin embargo, no le quedaba más remedio que afrontar la realidad, por lo que, ahogando un suspiro, se puso de pie y salió al pasillo, en donde se asombró de que todo estuviera tan silencioso.

Hasta que, de pronto, un fuerte estruendo lo hizo tensarse.

—¡Cuidado, Lars! —oyó la vocecita de Emma desde la sala.

Alarmado, Mathias bajó corriendo, y entonces lo vio:

Lars se encontraba de pie sobre una silla, sosteniendo…

—¡No! —gritó Mathias, alzando la mano, al ver que la brújula de su padre se precipitaba al suelo.

Sin embargo, llegó demasiado tarde, y esta se estrelló contra el piso, haciéndose añicos.

Mathias se quedó en shock, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él, antes de caminar hacia Lars con los dientes apretados.

—¿Qué creen que están haciendo? —bramó, haciendo que Lars se bajara de la silla y retrocediera, con sus ojitos llenos de miedo.

—Yo… yo solo quería ver… —intentó excusarse.

—¡No me importa lo que quisieras! —rugió Mathias, fuera de sí—. Acaban de romper la brújula de mi padre.

Automáticamente, Jens y Emma se acercaron a Lars, como si quisieran protegerlo, y los tres miraron a Mathias con los ojitos llenos de lágrimas.

—¡No eres como mamá! —susurró Emma con la voz quebrada.

Mathias sintió que le faltaba el aire.

—¿Qué no soy como su madre? —bufó, sin percatarse de la frialdad y la rabia en su voz—. Entonces, si es tan buena, ¿por qué no están con ella?

La pregunta flotó en el aire como una nube oscura, y los niños se quebraron.

—No lo sabemos… —murmuró Lars, con labios temblorosos—. Pero mamá nos quiere, no como tú.

Emma asintió, abrazando su osito con fuerza.

—Nos dijo que tú nos cuidarías, que tendríamos todo, que nos querrías… pero… —Hizo una un puchero, mirándolo fijamente con sus ojitos azules, idénticos a los de él—. ¡Pero tú eres un ogro!

Esa frase, llena de inocencia y dolor, atravesó a Mathias como una daga, obligándolo a cerrar los ojos, mientras presionaba el puente de su nariz con los dedos.

«Esto se está saliendo de control», pensó, sintiéndose frente a una bomba que no sabía desactivar.

—Miren… —suspiró, intentando controlar el tono de su voz—. Lo siento, ¿sí? No soy bueno con los niños, y mucho menos cuando tocan y rompen cosas que son importantes para mí.

Lars sollozaba, encogido, como si esperara otro regaño, y Mathias se sintió una m****a. No sabía lidiar con su propia frustración, ¿cómo podía ayudarlos con las de ellos?

—Haremos un trato, ¿de acuerdo? —dijo, agachándose para quedar a su altura—. Yo intentaré no enojarme tanto, pero ustedes tienen que prometerme que seguirán las reglas. ¿Está claro?

Los pequeños asintieron en silencio, aunque sus ojitos seguían tristes.

—¿Y ahora qué pasa? —preguntó, aunque ya podía intuir la respuesta.

Emma bajó la cabeza, acariciando las orejas desgastadas de su osito.

—Es que… extrañamos a mamá…

El peso de aquellas palabras golpeó a Mathias como una cachetada. Pero ¿qué esperaba? Eran tres niños, que habían sido enviados allí sin ninguna explicación. Claro que extrañaban a su madre.

—A ver, intentaré hablar con ella, ¿sí? —dijo, aunque por primera vez no estaba seguro de poder cumplirlo.

Los niños lo miraron, esperanzados, haciéndolo sentir aún peor. ¿Qué tal si Sofie se negaba a aparecer?

—Quédense aquí. Iré a hacer una llamada.

Acto seguido, se encaminó hacia el estudio, y rápidamente buscó en su ordenador el número telefónico del bloque de departamentos en el que sabía que Sofie vivía mientras trabajaba para él. No sabía si seguiría allí, pero no perdía nada con intentarlo.

—¿Sí? —respondió una voz masculina, cuando se estableció la conexión.

—Estoy buscando a Sofie Vang. ¿Podría pasarme con ella, por favor?

—Lo siento, señor, pero la señorita Vang se mudó hace años.

Mathias apretó el teléfono con fuerza.

—¿Dejó alguna dirección? ¿Algún número de contacto?

—No, lo siento. Solo entregó las llaves y se fue.

Frustrado, Mathias colgó sin despedirse, y, por un momento, se quedó mirando la pantalla de su teléfono con su mente trabajando a mil por horas. No podía cargar con todo aquello solo, mucho menos cuando los niños pedían por su madre con sus miradas llenas de tristeza.

Sin embargo, muy a su pesar, solo había una persona que podía ayudarlo y ese era Lukas, su hermano menor. Un constante dolor de cabeza, pero también el único que era capaz de localizar a Sofie en tiempo récord, sin importar lo que tuviera que hacer para lograrlo.

Detestándose por tener que hacer aquello, marcó su número, y, en cuanto la conexión se estableció, oyó la despreocupada voz de Lukas.

—¡Hermano! ¿Ya estás listo para recordarme lo indispensable que soy?

Mathias resopló, masajeándose la sien.

—Lukas, necesito que encuentres a Sofie Vang —dijo sin rodeos.

—¿Sofie Vang? ¿Tu exasistente? —preguntó Lukas, sorprendido—. No me digas que aún no superas sus largas piernas. Esos trajes que usaba… ¡Ufff! —bufó.

Mathias apretó la mandíbula. No tenía tiempo para sus estupideces.

—¿Podrías hacerme el favor de escucharme? Necesito que averigües a dónde está viviendo, lo antes posible.

—Wow, sí que estás desesperado por esa mujer. Parece que alguien quiere divertirse —bromeó.

—¡Lukas! —exclamó Mathias, perdiendo la paciencia.

—Está bien —rio Lukas—. Me pondré con eso. Dame una hora, ¿sí? Salvo que quieras que hackee un par de bases de datos…

—No hagas estupideces, Lukas —gruñó Mathias, frunciendo el ceño—. Solo encuéntrala.

—Claro, mi capitán. Pero, ahora sí me debes una.

Mathias soltó un bufido.

—Cállate y haz tu trabajo.

Lukas se rio de nuevo, pero su tono cambió a uno más serio.

—De verdad, Mathias. ¿Qué está pasando? ¿Por qué buscas a Sofie después de tanto tiempo?

Mathias dudó. No era fácil decir en voz alta lo que ni siquiera él había procesado del todo.

—Es complicado. Ven a casa y lo hablamos. No quiero hacerlo por teléfono.

Lukas hizo una pausa, y luego soltó un silbido bajo.

—Eso suena serio. Iré en cuanto la encuentre. Espérame y no hagas locuras —dijo en tono de broma.

Mathias blanqueó los ojos, mientras cortaba la llamada, y se quedó inmóvil.

Detestaba sentir que todo se le escapaba de las manos. No podía mantener la compostura con tres niños pequeños, y ahora estaba dependiendo de su hermano para encontrar a Sofie y pedirle las respuestas que necesitaba.

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