Mi mano viajó a mi boca y aspiré del dispositivo que llevaba escondido en mi palma: un cigarro electrónico casi inodoro que la misma mano en su apretón y técnica lograba tapar tanto la visión del mismo, como el sonido de reverberante vapor.Contuve el humo mientras caminaba descalza hacia la luz que me esperaba, siempre rodeándola, para irme incorporando poco a poco a ella.—Zu, Zu. —Un sonido fuerte salió de mis labios junto al humo, nublando el espacio donde me encontraba. Adoré el absoluto silencio del público.—Zu, Zu. —Boté rayas curvilíneas, pesadas, gruesas y lentas, atravesando el haz de luz para empezar a recitar las líneas que escribí hace mucho tiempo atrás, unas que no había mostrado a nadie hasta esa actualidad y que tuve que adaptar en cambios y variación de palabras en tan solo dos días. Un pequeño guión por el cual luché para que fuese conclusivo en esa obra.—Este m@ldito olor a azufre que nadie puede soportar… me agooooobia. —Transformé mi voz a la de un demonio burl
—Me siento halagado —cortó el silencio al rato de observarme—. Delu, eso que hiciste allá afuera estuvo increíble. Eres más talentosa de lo que creí. Giré la cara para mirarle. Maël se colocaba en un peldaño más abajo del mío, cosa que debía evitar. —Deja la intimidación a un lado. —Me incliné y lo besé—. Tú eres la razón de mi talento, de esa conclusión y despedida. Creo que esta obra fue una de las cosas más geniales que me han sucedido en mucho tiempo, pero tú estás primero. Lo sabes, ¿verdad?Tragó grueso y poco a poco me fue llevando a su regazo. Me senté sobre sus piernas y le abracé, dándole besos una y otra vez. Él acarició mis muslos sobre la malla que aún llevaba puesta. —Eres tan hermosa… —Plantó besos en mis párpados—. ¿Sabes? Danilo creo que lloró cuando te vio en el escenario.Reí al escucharle. —Siempre odió que dejara la actuación. —Entonces no es una despedida. Tienes muchísimo talento y no debes esconderlo detrás de una computadora.Suspiré profundo, como enamor
Papá y mamá aún no habían salido de la cama, imaginando que siendo sábado y por esa fecha especial, descansarían un poco más. Dejé en la mesa baja de la sala un par de cajas grandes que contenían bambalinas de colores para el árbol navideño, y caminé al patio para saludar al perro.Torto salió de la casita de paredes gruesas para el frío que papá le construyó, y me recibió con esa inocencia especial que alegra el alma de cualquiera.—Hey, compañero, es bueno verte. —Dejé que me abrazara con sus grandes patas.Subí hasta mi antigua habitación para lavarme las manos y ver qué más cosas podría llevarme.Tocaron la puerta. —¿Delu? Me levanté de la cama y giré el picaporte. —Pasa, papá. —Me moví del umbral invitándole a entrar. Allí estaba él, ese hombre sencillo, alto y de cabellos negros que tanto adoro.—¿Cuándo llegaste? —Hace un rato. ¿Ya mamá despertó? —Sí, está en la cocina.—Perfecto.A punto de salir, papá me detuvo.—Hija. Quiero disculparme por no ir a la obra. —Oh, no,
Si me dijeran un año atrás que estaría sentada en esa mesa celebrando el Espíritu de la Navidad con mis padres, mi hermano y mi novio, lo hubiese creído. Pero si me dijeran que mi pareja sería Maël Saravia, la risa sería descomunal.Papá y mamá no dejaban de mirarlo y Danilo no ayudaba con ese amago de sonrisa que estaba a punto de explotar. Mientras, yo conversaba con Maël de cualquier tontería. Sobre el sabor de la comida, sacar a pasear al perro, el estar pendiente de las venideras críticas sobre la obra en los distintos medios, cualquier cosa para llenar el incómodo silencio.—Y dime, Maël, ¿estás estudiando? Él asintió a la pregunta de papá.—Sí, señor. Estudio Administración de Empresas. Ya solo me falta un año para graduarme. —Vaya —esta vez habló mi madre—. Es toda una proeza salir de la universidad a los veinte. Bueno, Danilo está igual que tú. Solo que por su carrera salió a los veintidós. —Medicina siempre es más larga que cualquier otra carrera, mamá —aportó mi hermano
En casa todo es mejor, siempre es mejor; o eso pensaba. Podía asistir a cualquier evento, compartir mi relación con Maël ante el mundo entero, pero estar en nuestro hogar significaba tranquilidad, serenidad, paz, comodidad y compañía; esta última la mejor de todas.Pensando en eso, al día siguiente del encuentro con mis padres, y luego de pasear a Torto por los alrededores, me dirigí al apartamento a esperar a Maël. De camino compré cosas para organizarle una cena, algo que quise darle de sorpresa. Adquirí desde comida hasta lencería, porque deseaba volver a ver aquel rostro sexy e impresionado de cuando me encontró acostada en el mesón de la cocina. Pero claro, en vista de que cuadramos encontrarnos a las 18:00 horas del 22, debía convertir la cena en un almuerzo tardío. Limpié, arreglé la sala, instalé velas en varios rincones de nuestro piso para encenderlas cercanas a la hora de su llegada, aumenté un poco la calefacción y cerré las persianas del gran ventanal para darle un toque
Nikko echó un paso hacia delante y yo uno seco hacia atrás. No solté la manilla de la puerta.—Déjame pasar. —Su voz… Parecía otra persona, una muy distinta a la que acababa de hablar conmigo hace minutos por teléfono asegurándome que estaba a kilómetros de allí.Miré sus brazos. Sostenía su postura con sus manos escondidas detrás de cada muro que bordeaba la puerta. La palma derecha más baja que la izquierda. Algo sostenía con ella y esa certeza hizo que mi piel se erizara.Subí la mirada hacia su sonriente rostro, pero esa vez me anclé a sus ojos dándome cuenta de que llevaba consigo una desquiciada seguridad. No vi antes ojos tan afilados y despiertos. —¿Cómo llegaste aquí? ¿Cómo entraste al edificio? —Mi voz trémula, una que intentaba que sonara firme sin mayor éxito. Acentuó esa sonrisa lobuna que me estaba desesperando. —No fue difícil seguirles y mucho menos entrar. Ahora, ¿me dejarás pasar? Nunca fuiste descortés. Algo me decía que no me moviera.—¿Qué cargas allí? —Señal
Me pegué en una esquina sintiendo terror y la respiración desbocada. Ya mis lágrimas se mostraban con alevosía. Tomó mi rostro y temblé. Apretó mis mejillas acercando su cara a la mía y pude constatar algo terrible: ese hombre no olía a alcohol, no olía a nada más que perfume, exhalaba un aliento pulcro y caliente. Darme cuenta de eso me dio náuseas. Entendí que Nikko estaba motivado por la más pura rabia, por nada más. El temor creció en mí como si eso fuese posible. Sus cabales me cagaron de verdad, no podría explicarlo de otra forma, es la verdad.—Suéltame —le dije con los labios apretados por sus dedos, sintiendo cómo las lágrimas me empapaban.Él entrecerró la mirada, ladeó la cabeza, mordió sus labios y desde esa posición, extremadamente pegada a mí, logró mirar mi cuerpo de arriba abajo.—Apártate de mí, Nikko, ya está bueno, ¡apártate! —Forcejeé girando mi cabeza de un lado al otro hasta zafarme del agarre.Colocó el tubo entre sus piernas pegando la punta en contra de las mí
Nikko arrastró las manos por su cabello, limpió de su boca aquellos abundantes rastros de sangre y se levantó con mucha dificultad, tratando de ocultar que le dolía todo y que Maël le dejó mareado. —¡¿QUÉ PASÓ AQUÍ?! —Ninguno de nosotros le respondió al conserje y tampoco nos dedicamos a verle llegar o entrar.Nuestras respiraciones al unísono, nuestras miradas enredadas entre sí bajo el reto de ver quién bajaba la guardia primero. Al parecer, el casero entendió la situación porque no habló más. —¿Quieres que dejemos de pelear? —me preguntó Nikko con su voz áspera, manteniendo esa cara retorcida. Después de tantas heridas, no comprendía cómo aún llevaba fuerza en su discurso—. Si quieres que paremos, dile a tu novio que te cuente cómo fue que llegamos a esto. Dile. Aprovecha que ahora eres tú la que carga la batuta.Arrugué la cara, pero no confié en él. —Si hay algo que deba saber, pues lo sabré tarde o temprano. Pero tú te vas de aquí. —Alcé el tubo todo lo que pude—. ¡Vete ya!—