CAPÍTULO 90

Papá y mamá aún no habían salido de la cama, imaginando que siendo sábado y por esa fecha especial, descansarían un poco más.

Dejé en la mesa baja de la sala un par de cajas grandes que contenían bambalinas de colores para el árbol navideño, y caminé al patio para saludar al perro.

Torto salió de la casita de paredes gruesas para el frío que papá le construyó, y me recibió con esa inocencia especial que alegra el alma de cualquiera.

—Hey, compañero, es bueno verte. —Dejé que me abrazara con sus grandes patas.

Subí hasta mi antigua habitación para lavarme las manos y ver qué más cosas podría llevarme.

Tocaron la puerta.

—¿Delu?

Me levanté de la cama y giré el picaporte.

—Pasa, papá. —Me moví del umbral invitándole a entrar.

Allí estaba él, ese hombre sencillo, alto y de cabellos negros que tanto adoro.

—¿Cuándo llegaste?

—Hace un rato. ¿Ya mamá despertó?

—Sí, está en la cocina.

—Perfecto.

A punto de salir, papá me detuvo.

—Hija. Quiero disculparme por no ir a la obra.

—Oh, no,
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