Febrero 01, año 2020, Braga. Quinta da Mafalaia.
Sandra pensaba que yo era mentirosa. O que, en esta estricta ocasión, todo lo que le estaba contando era una vil mentira.
—Podrías decir algo —expresé, después del silencio que se generó entre nosotras.
Sentadas bajo aquel árbol frondoso que tanto amaba, sombra hermosa del restaurante Quinta da Mafalaia, observé su rostro ovalado de piel morena clara y suave. Ella miraba con asombro y quizás con algo que me reprobaba.
—Sería bueno que opinaras, Sandra, porque me había jurado que no le contaría esto a nadie —le dije—. Aunque ya existen personas que lo saben. —Bajé la cara un poco avergonzada por esa última información.
La vi tragar grueso. Y es que la historia era algo que a muchos les podía suceder, pero no a mí. Estas cosas no debían ocurrirle a una simple mortal como yo, quien solía sentirse entera ante la vida. Contar algo así no era fácil, yo sabía que no.
—Bueno —comenzó a decir—. Yo… Yo no… —Sí, ella se había quedado sin palabras—. ¿Estás segura que todo esto comenzó desde que él era un… un niño? —No me dejó responder siquiera. Se inclinó hacia delante y susurró con energía—. Me estás hablando de un niño. ¡Un muchachito, un niñato, un jovencillo!
Elevé mis cejas y ella relajó su cuerpo, entendiendo que estaba exagerando con sus ideas. Pude haber cometido mil errores, pero no era “eso” que se aventuró a pensar.
—¡Pero es que no puede ser! Me dejas… El día que lo conocí se le notaba vacío, típico…, inmaduro, infantil.
Sin moverme mucho porque deseaba ver en detalle sus reacciones, y sobre todo que ella no confundiera las mías, emití una pequeña risa con tintes de tristeza. Mi gran amiga estaba equivocada.
Él no era típico. El protagonista de nuestra conversación, razón por la cual llegué a la Quinta para contarle todo a Sandra, era otra cosa muy distinta.
—Créeme cuando te digo que, lo que has creído que era él hasta ahora, bien puede ser lo contrario.
Suspiré, destapé la caja de cigarrillos que puse sobre la mesa y encendí uno. Sandra miró mi pitillo y por primera vez en la vida supe que estaba a punto de arrancármelo de las manos.
Precisamente de esto le hablaba, del efecto que algunos tienen en otros. Vicios que rompen una cadena de bondad provocados por la ansiedad de una historia.
—Esto que me cuentas es una bomba, es algo bastante... intenso.
—Lo sé, y precisamente vine para contártelo porque ya no puedo ocultártelo más. —Suspiré de nuevo, el peso en mis hombros pulsaba pidiendo liberarse.
Ella miró a la mesa de hierro y madera que teníamos entre nosotras, para luego mirarme fijamente colocando una de sus manos sobre la única que yo cargaba libre sobre mi regazo.
—No sé exactamente las razones que te obligaron a callar, pero comprendo que no quisieras decirlo a los cuatro vientos. Quiero me disculpes.
—¿Que yo te disculpe? ¿De qué? ¿Por qué?
Suspiró, recostándose en el espaldar de su silla.
—Porque no lo noté, nunca vi nada en tus ojos. Y sé que necesitabas ayuda, al menos para desahogarte, o ver las cosas en perspectivas.
Sonreí.
—Creo que no me he explicado bien. —Mantuve la sonrisa, una que ahora se tornaba compasiva, ya que debía entender yo también que lo narrado no era algo fácil de digerir—. Estoy convencida que el desahogo no es suficiente para que yo supere todo. No eres la única que se enteró de esto, vine para que tú también lo supieras. Solo a eso vine, no a curarme de este desamor tan loco.
Ella no pudo evitar el brillo en sus ojos.
—¿Por qué no me lo contaste antes? ¿Por qué no me incluiste en ese secreto tuyo, en esa vida? ¿Quiénes son esas personas que también lo saben?
Después de esas preguntas que no generaron respuestas inmediatas, Sandra emitió otra y fue allí cuando enderecé la espalda.
Fui hasta ese lugar para soltarlo todo, toda la historia que viví con “él”, uno de los secretos mejor guardados en mi vida, a pesar de que un número reducido de personas lo sabían.
—¿Y ahora qué harás? —fue su pregunta. Y no supe qué decir.
Después de todo por lo que pasé y de por fin contárselo, no sabía qué diablos hacer. Estaba perdida.
Me hice una cola en mi largo cabello negro, le di la última calada a mi cigarrillo y lo apagué en uno de los ceniceros que el padre de Sandra dispuso en cada una de las mesas de su restaurante. La miré tras un suspiro.
—¿Tienes café? Aún no termino de contarte todo.
***
Once años antes.
Año 2009. Norte de Portugal.
Supe que algo extraño pasaba desde el momento en que fui observada por “él”. Lo supe varios años después, pero jamás pude olvidar esa expresión tan genuina, divina… horrorosa.
Todo comenzó un día después de entrar a aquella casa, creo recordar que pisé aquel suelo el día 04 de octubre del año 2009. Solo tenía dieciocho años de edad.
Con una carrea en educación que apenas empezaba y justo quería abandonar para enfocarme en otras cosas, mi cabeza estaba repleta de deseos por el dueño de aquella vivienda.
No tenía idea de las personas que me encontraría allí, a parte de mi novio, por supuesto; un joven cuatro años mayor que yo llamado Nikko Saravia, bastante alto, con un atractivo que amenazaba un poco mi seguridad emocional, y con un color de cabello que rivalizaba con mi larga cabellera negra.
Nikko era estudiante de Derecho en la universidad de Minho, sede de mi distrito, lugar donde nos conocimos. Cabe destacar que él y yo no vivíamos en la misma localidad, aunque sí en el mismo Consejo. Mi casa quedaba en el Distrito de Braga, y la de él en Viana do Castelo, a una distancia de 62 kilómetros en carretera a una hora y cuarenta minutos en carro. Para la fecha fui a conocer la vivienda de sus padres, ya teníamos seis meses de noviazgo.
Hasta el momento nunca había pisado el hogar de los Saravias. Solía trasladarme en colectivo de transporte para visitarlo, pero jamás me quedaba. Asistíamos a obras de teatro, dábamos paseos por las calles y bulevares de Castelo... Confieso que viajar para allá me encantaba
La familia de Nikko, mi novio, era bastante grande y vivían todos en un mismo complejo habitacional. Sus abuelos habían luchado día y noche para construir una urbanización entera donde los Saravias pudiesen vivir.Cuando aquello que tanto me ha costado contar comenzó, esa explosión en mente ajena, Nikko había convencido a sus padres para que yo pudiera quedarme a dormir allí, en su casa. Estábamos felices y excitados por esa novedad.Conocí a sus progenitores: Adelaida y Nicolás, también pude conocer a su hermano, Estéfano y a varios de sus primos: Eusebio y Harry, quienes eran hermanos y un solo año menores que mi novio. Conocí a Catalina, prima de todos ellos y un tanto contemporánea con Nikko, y a Marcelino, un chico de rostro dulce aunque físico imponente, quien era menor que todos nosotros.Mis nervios me atacaban con el pasar de las horas, y más cuando hicieron que me instalara en el cuarto de Nikko. Él era mayor no solo en edad, sino en… experiencia. Yo solo me había dado unos c
Año 2016.—¿Qué hacen los fantasmas merodeando por aquí?Las palabras de Maël hicieron que mi cara se arrugara y me girara hacia él. Por primera vez escuchaba la voz crecida del “niño”.Cuando pequeño, era juguetón y hasta tremendo con los mayores, pero conmigo se desvanecía, perdía la capacidad de hablar.Sabía que por alguna razón, o varias, los primos le molestaban, a veces eran crueles. A pesar de su comportamiento, siempre me pareció un niño muy inteligente.Pero esas burlas quedaron siete años atrás, cuando dejé de verlo por motivo de su viaje a la capital. Su regreso a Viana fue más que suficiente para recordar de sopetón aquella carita tersa y linda para que ahora, a comienzos del año 2016, mis ojos pudieran ver que ya no se trataba de un infante cualquiera, sino de un adolescente de quien ya más nunca nadie se burlaba.En esa actualidad pude sentir cómo se forma el carácter de un sujeto cuando crece demasiado pronto.Siempre me pregunté ¿qué sintió él cuando me vio después de
Año 2018.El primer indicio de lo que sucedía lo noté dos años después, en una de las reuniones infantiles que organizaba la familia de Nikko. Llegué a principios del mes de junio a un saloncito de fiesta que antiguamente los abuelos Saravia construyeron para el disfrute familiar, y pude notar que Maël había llegado temprano para ayudar con la colocación de las mesas y manteles y toda la preparación para aquel cumpleaños. Se celebraban los cinco añitos del hijo de la prima Catalina.Usando un vestido sencillo y cómodo vestido, colaboré en las tareas.En el momento en el que todo estuvo listo, aproveché la buena señal de Internet que ofrecía el salón y me senté en una de las primeras mesas para ir revisando mis correos y redes sociales mientras llegaban los invitados.Allí estaba Maël y no tenía por qué ser así, era una fiesta infantil. Sí, era su pequeño primito, pero igual él desencajaba. O eso era lo que yo sentía.Joder, no quería estar cerca de él. Maël me ponía de los nervios.Lo
Luego de nueve años juntos, las cosas entre Nikko y yo habían llegado a un punto difícil. Él era un hombre que amaba su libertad y tomaba decisiones arbitrarias, sin consultar con nadie lo que haría a continuación. Allí radicaban nuestras discusiones.Su padre era abogado de una firma pequeña en Viana y antes de que su hijo mayor se graduara, logró introducirlo en su nómina. El trabajo, la ocupación y nuestros horarios, más la condición de vivir en distritos diferentes, le hizo acostumbrarse a no incluirme en casi ninguno de sus planes. Sin embargo, seguíamos juntos, porque el poco tiempo reunidos era bueno.Catalina, la prima de Nikko, quien era dueña de una tienda de zapatos en Castelo, nos recibía de vez en cuando allí. Ella era una de las primas con las que mejor me llevaba, congeniábamos, e incluso ella conocía a mi amiga Sandra y solíamos reunirnos en Braga cuando Cata viajaba.Dos días después del cumpleaños de su hijo, Nikko y yo entramos a su tienda con la idea de saludar y v
El martes 10 de julio del 2018, ya con mi maletín listo para irme a casa, escuché una bulla provenir de la sala.Salí d la habitación de Nikko y me di cuenta de la llegada de muchos jóvenes, acompañados algunos con sus novias, todos bien vestidos con latas de Corales, Sagres y Súper Bock bajo el brazo.—¿Qué sucede allá afuera? —le pregunté a mi novio tras devolverme a su habitación.—Mierda, se me olvidó informarte —dijo Nikko colocando sus manos en la cabeza de forma exagerada.Luego se echó a reír y puse mi cara de aburrimiento.—Muy gracioso. Ajá, dime, ¿qué se te olvidó?—Hoy es el cumpleaños de Maël y se lo van a celebrar aquí.Arrugué el rostro.—¿Y por qué aquí? ¿Por qué no en su casa?Él suspiró e irguió su cuerpo un poco sobre el colchón de la cama.—Desde que su familia está en Lisboa, mamá le ofreció la casa para la celebración.—¿Y por qué están en Lisboa, no es el cumpleaños de su hijo? ¿No deberían estar aquí con él, o él con ellos?—No sé, Delu, tú sabes que mis tíos v
Confirmé después de que efectivamente, aquella muestra de buena voluntad de Maël para conmigo no era más que un falso manto rosa. Además, corrió el rumor en la familia de que su novia terminó con él.Escuché por boca de las tías de Nikko que la dulce Katty lo dejó una semana después del cumpleaños, por un maltrato que el chico le hizo a ella, o un engaño, cosas de jóvenes, no supe bien los detalles. Pero sí me enteré de que algo grave había pasado entre ellos y fue en esos días que vi en él algo tan distinto, una de sus molestias por la vida dio un salto gigante.Sentada junto al primo Harry y Nikko en un área de la casa que adoraba: un juego de sillones que mi suegra ubicó cerca del jardín, yo leía un guión que un amigo me envió a casa por correo local.Cada uno con lo suyo, hasta que los chicos comenzaron a reírse de algo que veían juntos en la laptop de Harry.Tosí un poco para que se callaran.—Delu, si te molesta tanto que estemos aquí, vete a leer en el cuarto —dijo mi novio.—N
Agosto, 2018. Viana.La miraba fijamente, escondida detrás de una botella de cerveza bien fría. La sospecha de que algo sucedía entre esa mujer y mi novio me devolvió hasta las ganas de fumar.Nos encontrábamos en otra fiesta de la familia, esa vez se realizaba en la casa de Catalina y no en un salón.Aquella era una celebración por todo lo alto: el cumpleaños de la tía Chía.Belinda, la amiga y empleada de tiempo parcial de Catalina se encontraba allí, por supuesto. Era a ella a quien yo veía.Una mueca desquiciada surca mi rostro al recordarla.Un enorme patio delantero, rodeado de materos colgados en las paredes. Al final un techo que cubría estratégicamente el porche de la casa. Era una estructura parecida a la vivienda de los padres de mi novio, con la diferencia de que dicho espacio a que mis suegros estaba ubicado en la parte de atrás.Luego de fumar, me senté un poco alejada de ellos dos, de Nikko y de Belinda, en unas sillas justo detrás de las suyas. Ellos tenían demasiado r
Por supuesto que me lo negó, pero descubrí que le gustaba. A Nikko le gustaba mucho aquella mujer, y ella gustaba mucho de él. ¡Qué maldición! Decidí entonces seguir la relación solamente enfocada en el sex0, y en la compañía que a ratos nos dábamos. ¿Por qué? Pues, porque una parte de mí me impedía dejarle ir del todo. Sé que suena patético pero en aquel tiempo no lo veía así.Al rato de abandonar la fiesta, Pina se comunicó conmigo aquella misma noche para contarme que aquellos dos se habían comportado raros, muy juntos y compartiendo secretos otros días anteriores a ese. Sus propios ojos, según su boca, lo vieron todo. Pina no tenía que contarme demasiado, ya lo sabía. Ellos estaban teniendo una aventura o la habían tenido, de eso estaba segura. Aun así, mis ojos y los de la joven esposa de Harry no eran suficientes pruebas para seguir armando revuelo. De nuevo lo dejé pasar porque a fin de cuentas me sentía un poco más libre estando con Nikko de esa manera.Llegó septiembre y a Ni