CAPÍTULO 5

Luego de nueve años juntos, las cosas entre Nikko y yo habían llegado a un punto difícil. Él era un hombre que amaba su libertad y tomaba decisiones arbitrarias, sin consultar con nadie lo que haría a continuación. Allí radicaban nuestras discusiones.

Su padre era abogado de una firma pequeña en Viana y antes de que su hijo mayor se graduara, logró introducirlo en su nómina. El trabajo, la ocupación y nuestros horarios, más la condición de vivir en distritos diferentes, le hizo acostumbrarse a no incluirme en casi ninguno de sus planes. Sin embargo, seguíamos juntos, porque el poco tiempo reunidos era bueno.

Catalina, la prima de Nikko, quien era dueña de una tienda de zapatos en Castelo, nos recibía de vez en cuando allí. Ella era una de las primas con las que mejor me llevaba, congeniábamos, e incluso ella conocía a mi amiga Sandra y solíamos reunirnos en Braga cuando Cata viajaba.

Dos días después del cumpleaños de su hijo, Nikko y yo entramos a su tienda con la idea de saludar y ver su nueva mercancía. Amo los zapatos y Cata vendía modelos increíbles, además me daba crédito.

Al entrar, no fueron los nuevos calzados los que provocaron mi ansiedad. Detrás del mostrador se encontraba una hermosa chica, alta, muy delgada y con el cabello lleno de reflejos a quien no conocía hasta entonces. Resultó llamarse Belinda, ser una de las mejores amigas de la dueña y me enteré de que, en sus ratos libres dentro de su trabajo como secretaria en un consultorio médico cercano a la villa de los Saravia, se ganaba un dinero extra colaborando con Catalina en la zapatería.

La mujer fue quien nos atendió en ausencia de la dueña. Nikko me la presentó como alguien a quien ya conocía desde hace mucho y me di cuenta que entre ambos existía mucha camaradería.

Se enfrascaron en una conversación muy amena y muy larga. Estaba acostumbrada a la reserva de Nikko, al no querer incluirme más de lo necesario en algunos ejemplos como ese, así que opté por alejarme poco a poco hasta verme divagando por el recinto comercial.

Me fui perdiendo entre zapatos de todas las tallas hasta llegar a los de damas.

El lugar estaba decorado de una forma muy especial. La repisa de botines femeninos llegaba a un tope de pared hecha de cajas de zapatos ubicada a mi lado derecho. Las mismas fueron ordenadas para crear con ellas un muro de adorno con la finalidad de tapar parte del depósito y así ahorrar espacio. Me encantaba mirar las cajas, estaban pintadas de distintos colores y tenían algunos poster pegados con imágenes de montañas locales, playas y paisajes de nuestro país, mostrando a una que otra modelo usar las marcas que allí se vendían.

Desde allí vi que Nikko y la tal Belinda aún seguían conversando y al parecer ella había dicho algo muy gracioso porque él estaba muerto de risa.

Suspiré y seguí mirando alrededor para quitarme de encima esa sensación de olvidada cuando al bajar la vista, me di cuenta de unos zapatos de hombres que se balanceaban un poco y sobresalían del depósito oculto por las cajas.

La persona que usaba esas deportivas tenía los tobillos cruzados, prácticamente acostado en el suelo

Me fui asomando hasta ir descubriendo un holgado jean claro, luego una camiseta negra y di con el rostro.

¡Pum!

Mi estómago dio un vuelco.

Me quedé congelada por un breve momento pero decidí reaccionar rápido.

—Hey —dije fingiendo una sonrisa.

Maël se sacó unos audífonos de las orejas y alzó la cabeza para verme.

—Hey —respondió casi sin ganas.

Mis labios se separaron.

«¿Me respondió el saludo? Vaya…»

—¿Cómo estás? ¿Qué haces allí? —exhalé con una risa floja.

Él suspiró con fastidio. Intenté que mis cejas no se levantaran por el gesto.

—Trabajo aquí. —Se encogió de hombros.

«Ah, eso no lo sabía…»

Asentí. Lo miré por un segundo y me pregunté qué hacía escondido detrás de esas cajas escuchando música en su iPod. Me eché a reír, no parecía ser el empleado del mes.

—¡Dios mío! Demasiada gente en el centro, estaba loca por llegar —exclamó Catalina entrando a la tienda como una tromba—. ¡Heeey! Buenos días, chica —me saludó con un abrazo ya cuando me alejé de Maël y me acerqué a Nikko.

Al girarse hacia su primo, se puso seria de repente y miró entre la dependienta y mi novio.

—Hola, Nikko.

—Hola, Cata —respondió él de la misma manera, burlándose un poco.

Arrugué las cejas.

—¿Qué sucede? —pregunté, con una sonrisa torcida.

—Ella está molesta conmigo porque dice que siempre vengo a entretener a sus empleados —respondió mi novio.

—Primero Maël y ahora Belinda. Cada vez que viene Nikko, estos se ponen a conversar de mil cosas y no les deja trabajar.

Mi novio y Belinda se echaron a reír. Yo en cambio sonreí como payaso. El pensamiento de Belinda y Nikko conversando animadamente despertó ese análisis de siempre existir algo nuevo de qué enterarme con respecto a mi pareja y siempre por boca de otros. Creo que al final nunca me acostumbraría a tanta reserva. Preferí llamar la atención de Cata para que me indicara los precios de unas botas que me gustaron y así dejar que aquellos siguieran actualizándose. No quería que Belinda me atendiera y mucho menos Maël.

Me probé el calzado frente al espejo bajo anclado en una de las paredes del fondo. Maël se levantó de tajo al ver a su jefa venir y me reí por la situación.

Me subí el jean que cargaba puesto para cerrar el cierre de mis futuras botas color negro de tacón alto y así poder ver mejor cómo me quedaban.

—¡Espectaculares! —opinó Cata. Vendedora, al fin. Aunque no se escapaba de la realidad, las botas eran todo un lujo—. Te quedan divinas. ¿Qué opinas, Maël?

Lo miré. Él miraba mis pies, luego a la nada.

—Sí, le quedan bien —fue lo único que dijo.

Ladeé la boca evitando no expresar lo que sentí: a mis pies arder cuando dejó sus ojos allí por más de dos segundos.

Me fascinó el calzado y en vez de usar el crédito, las pagué de una vez. No deseaba endeudarme delante de la flacucha que entretenía demasiado a mi novio.

—Maël, atiende a Delu, por favor —demandó Catalina y suspiré. Luego se dirigió a la puerta de entrada—. Belinda, voy un momento a casa ¿ok? —Paseó su mirada entre su primo y ella.

La chica asintió y la dueña salió disparada del sitio.

Maël adelantó el paso y mientras lo seguía, me lo quedé mirando de pies a cabeza.

Mordí mis labios… ¡Qué bueno estaba ese tío, por Dios! La forma como le quedaba la franela, el jean…

Al llegar al mostrador guardó los zapatos en una caja y los metió en una bolsa con el logo de la tienda. Pagué rápidamente, todos nuestros movimientos automatizados, y carraspeé mi garganta para avisarle a Nikko que ya estaba lista para irnos. Su tardanza en despedirse de la flaca me hizo sudar.

—¿Nos encontramos entonces allá? —preguntó ella como si yo no estuviera allí.

—¡Claro! Estaré con mamá y un primo en el centro comercial, pero creo que sí podemos ayudarte.

Allí fue cuando me grabé la cara de Belinda.

Nos fuimos, por fin, pero ya instalada en la habitación de Nikko, no me aguanté.

—¿A qué centro comercial irás? —le pregunté.

Él alzó la cara de vivo-tonto. Le vi hacer memoria.

—Ah… Eso es en Braga. Iré con Harry y mamá al centro en unos días.

—¿Y Belinda va con ustedes?

Nikko alzó las cejas.

—Sí. ¿Qué pasa?

Miré mi silueta en el espejo mientras me probaba las botas.

Arrugué los labios y me encogí de hombros.

—Nada.

Decidí concentrarme en las botas, en mi aspecto, de ahora cabellos lacios y largos, negros, olvidándome de Nikko con Belinda, Maël y su prieto culo, y me dejé convencer de mi pareja para quedarme unos cuantos días más en su casa.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo