CAPÍTULO 4

Año 2018.

El primer indicio de lo que sucedía lo noté dos años después, en una de las reuniones infantiles que organizaba la familia de Nikko. Llegué a principios del mes de junio a un saloncito de fiesta que antiguamente los abuelos Saravia construyeron para el disfrute familiar, y pude notar que Maël había llegado temprano para ayudar con la colocación de las mesas y manteles y toda la preparación para aquel cumpleaños. Se celebraban los cinco añitos del hijo de la prima Catalina.

Usando un vestido sencillo y cómodo vestido, colaboré en las tareas.

En el momento en el que todo estuvo listo, aproveché la buena señal de Internet que ofrecía el salón y me senté en una de las primeras mesas para ir revisando mis correos y redes sociales mientras llegaban los invitados.

Allí estaba Maël y no tenía por qué ser así, era una fiesta infantil. Sí, era su pequeño primito, pero igual él desencajaba. O eso era lo que yo sentía.

Joder, no quería estar cerca de él. Maël me ponía de los nervios.

Lo miré de reojo. Dios…, suspiro al recordar. Ya no se trataba de un jovencillo de quince años, no señor. Sus diecisiete ya cumplidos le daban la apariencia de un hombre con más de veinte. Maël era tan apuesto, que hasta los mismos hombres de la familia lo reconocían. Además, reunía bastante popularidad entre sus amigos, según comentarios que escuchaba por aquí y por allá.

Para ese entonces Maël tenía novia, claro. Una linda muchacha que le había visto en sus redes sociales. La dichosa se llamaba Katty y ella, al lado suyo, parecía una jovencilla de catorce cuando supe en alguna oportunidad que ambos llevaban la misma edad. Katty era delgadita, arregladita, preciosita de cara… Y él imponente, de espalda ancha, demasiado alto y hermoso rostro, limpio como una piscina recién construida, como una playa virgen, clarito y juvenil. Ella le hacía juego, pero yo sentía… No voy a explicar lo que sentía cuando les veía muy juntos en aquellas fotografías.

Para esa fiesta Maël no se la llevó, así que en solitario se paseaba de un lugar a otro manipulando el sonido, mirando a sus primos jugar, conversando con algún conocido mientras seguían llegando los invitados.

En ese año mi trabajo era todo vía web. Mi incursión en el teatro se convirtió en algo serio, llenándome de satisfacción el haber logrado un sueño.

Daba asesorías teatrales a guionistas, directores y actores. La actuación en las tablas fue tan exitosa que pude permitirme al año de actuar en un excelente tablón de Braga (y en escenarios benéficos), dejar las maderas a un lado y dedicarme al trabajo desde mi hogar, el cual me generaba buen dinero y con el aditivo de poder cuadrar mi propio horario.

Esa noche de fiesta no fue la excepción, tenía trabajo por hacer, mi correo estaba full de tareas y mi agenda electrónica pitaba constantemente, por eso busqué mi laptop en la habitación de Nikko y me regresé al salón para no sentirme totalmente apartada de la celebración; no sería tan descortés de irme de la fiesta.

Atravesé una ataviada cocina hasta un precioso y muy callado anexo con muebles y un gran comedor lleno de regalos al otro lado de un marco de pared.

Listo. Lejos de Maël, del bullicio y haciendo lo que me gustaba.

Al cabo de media hora más o menos, ya bien metida en mis quehaceres web, por un resquicio de mis retinas se filtró una sombra.

Sentí un escalofrío… Ni siquiera quise mover la cabeza.

De nuevo la sombra, un ruidito… Tragué grueso. El lugar era tranquilo, pero debo confesar que demasiado para mi gusto. ¿Qué era eso? ¿Y por dónde había entrado? ¿No se suponía que debía pasar frente a mí para llegar hasta allí?

Mirando y mirando, estática, sin mover un solo pelo, me fui dando cuenta poco a poco de que se trataba de alguien vivo. ¡Gracias a Dios! ¿Pero cómo entró sin que lo viera? ¿Tan concentrada estaba yo?

No aguanté. Sigilosamente me puse de pie y me fui acercando hasta el umbral del marco y… Arrugué mucho las cejas.

El odiosito de Maël estaba sentado frente a una computadora de mesa que no sabía siquiera que allí estaba, en uno de los extremos del comedor lleno de regalos.

Me recosté en el marco de pared e intenté relajarme un poquito.

—Me asustaste —le dije—. ¿Por dónde entraste? No te vi pasar.

Maël ni me miró, no movió ni un músculo. Siguió tipiando no sé qué cosa y manipulando el mouse como si nada.

Me mordí un carrillo y lo miré detenidamente, con la vista entrecerrada…

—Te estoy hablando —le exclamé muy seria, hastiada por su comportamiento.

Él giró lentamente su cara, me penetró con aquella mirada de CIERRA LA BOCA o DÉJAME QUIETO.

Mis labios se separaron, me dejó la garganta seca. Pero… ¡¿qué diablos le pasaba a ese niñato de pacotilla?!

Enterré la lengua entre un par de muelas y me devolví a mi sitio con el cul0 apretado.

Traté de concentrar mi atención en las tareas dándome cuenta luego de que ya no era lo mismo. Aquel silencioso lugar, con el ruido de afuera camuflado por las gruesas paredes del salón, generó en el aire un peso extraño. Cómo si ambos allí fuésemos meramente conscientes de que estábamos solos por primera vez. Qué casualidad que Mëlitito necesitaba una computadora. Ashhh…

El chico estaba por entrar a la universidad, supuse que de eso se trataba todo: algo debía estar investigando en esa PC.

Apreté los ojos e hice memoria: Administración. ¡Eso era lo que estaba por estudiar!

Miré el techo y elevé una plegaria:

«Señor, no soy digna de que entres en mi casa. Pero una palabra tuya bastará para… ¡dejar de pensar, estar pendiente y observar a ese ser!»

No, no podía. Así no podía trabajar.

Me levanté sin culminar mi labor, apagué la laptop, recogí el cable con el cual la cargaba y salí disparada de allí.

Pues… No había terminado de traspasar el umbral de la concurrida cocina cuando vi a Maël salir por la misma puerta.

Su semblante era distinto.

Paralizada, lo vi sentarse en una de las sillas cercanas al sonido y meterse de cabeza en su celular. ¡¿Él también había culminado sus tareas?! ¿Qué diablos pasó allí? ¿Acaso me perseguía? Sentí regresar nueve años atrás cuando todas las respuestas parecían ser colocadas entre nosotros, los incorrectos: la mujer y el niño. Pero esa vez todo era más grande, más intenso, ¡más loco!

Al llegar al cuarto me paré en seco.

«Ya sé lo que pasa».

La fórmula en mi mente sufrió una mutación: la mujer y el joven, rezaba la bendita. A la edad que tenía en aquella época, ¿acaso podía gustarle a un cuerpo diez años menor que yo? ¿De verdad le gustaba a Maël Saravia, o yo seguía siendo un simple y platónico capricho?

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