Tres disparos cortaron la quietud de la noche como si fuera queso fundido. Golpes sordos sobre carne machacada, crujidos de madera reseca, quejidos de sorpresa y resoplidos ausentes de esternones colapsados completaron la atronadora sinfonía.La banda sonora que ambientaba la atroz trampa nacida de la más despreciable traición llegó a su fin con una puerta derribada de una patada. Mad entró al pequeño y sombrío cuarto justo a tiempo de coger a la escurridiza figura que intentaba colarse por la ventanilla en altura. Amalia gritó al ser jalada con brusquedad de una pierna. Se quedó muda al ver que quien la había atrapado era Mad. Los ojos del hombre refulgían como brasas ardientes en la oscuridad.O tal vez sólo eran los efectos de las drogas que seguían en su sistema.Mad la puso de pie cerrando los dedos contra su brazo. Se le clavaron como las garras con que un águila aferraba a su presa y la miró con el mismo desprecio.—No te atrevas a decir nada —ordenó él.En la bodega, los homb
El vientre sudoroso de Amalia se agitaba como las olas, un mar crispado por la fuerza del reencuentro con su amante. Tras su breve, pero intensa separación, ella y Mad saciaban el hambre inaguantable que sentían el uno por el otro.Voraces como bestias, danzaban al silencioso ritmo de sus dichosas exhalaciones. Caricias lentas, pero firmes y un vaivén que los tenía en la cresta de la ola. Sólo bajaban para volver a subir otra vez.—Apenas dos días —balbuceó Mad, apartándose de los tiernos labios de Amalia justo lo necesario—. ¿Cómo esto puede sentirse mejor que hace dos días?—No... no sé... —su mirada soñadora se volvió absolutamente exquisita cuando, con la mueca que Mad ya conocía, se dejó ir una vez más.Él la acompañó y se deslizaron por la ola en espera de la siguiente. Mad descansó con la cabeza apoyada en el pecho de Amalia unos minutos que se hicieron eternos, pero aún así demasiado breves. Se interrumpieron con una llamada telefónica.Ya no habría más olas en lo que quedaba
En el mundo había personas que masticaban más de lo que podían tragar y acababan atragantados, eso le había pasado a Tino, que cosechaba lo que había sembrado en las profundidades de la bodega 46.El pequeño peón había transitado la senda de los gigantes y ahora lo pisotearían. Un hombre muerto que camina.—Podemos negociar... puedo entregar un detalle de las operaciones de Eddie Markel los últimos tres años, que es el tiempo que he trabajado para él. Yo hacía todo el trabajo, él sólo gozaba de las utilidades.—Quiero lo que me robaste de regreso. ¿Puedes hacer eso?—El cargamento ya fue vendido, pero...—Mad, córtale una mano.—¡No! ¡No, por favor! Soy bueno con los números, haré que recuperes lo perdido en unas cuantas semanas. ¡Lo multiplicaré!Con los ojos desorbitados, Tino vio a Mad coger una vieja sierra oxidada. De repente empezó a reír.—¡Estás rodeado de traidores, Santori! ¿Adivina quién se revuelca con la zorra que me dio la información del cargamento? Tus enemigos están m
Un golpe en la caseta de cristal de la ducha hizo a Mad volverse. Amalia estaba afuera y le hacía unos gestos.—Cariño, ¿quieres ducharte conmigo?—Tal vez en otro momento. ¿Estás esperando alguna visita?En el momento en que Mad negaba, les llegó el lejano sonido del timbre. —¿Viste de quién se trata?—No. Tú dijiste que no me acercara a la puerta. Con un mal presentimiento instalado en su cabeza, Mad se secó y vistió lo más rápido que pudo. —Deberías poner un intercomunicador en la entrada, de esos que tienen cámara —sugirió Amalia, retorciendo nerviosamente las manos.—Sí, es buena idea. Si tengo oportunidad lo haré mañana. —Cogió una pistola y fue hacia la puerta.En la cocina, Amalia aferró el cuchillo más grande que pudo encontrar, atenta a cualquier sonido que oyera. Un vistazo por la mirilla bastó para relajar el tenso cuerpo de Mad. Guardó la pistola en la parte trasera del pantalón, soltó un suspiro y abrió la puerta. —Antonio, qué sorpresa. Me tardé porque estaba en la
Con Tino fuera de acción, las operaciones de Eddie Markel en el territorio de Santori fueron desarticuladas. Sin embargo, siempre podían volver a articularse. Era misión de Mad el impedirlo.Para ello tenía dos planes en mente, uno simple, eficiente y rápido al que él se refería como "sucio" y uno lento y elaborado, pero no menos eficaz que era el "limpio".Mientras conducía a la dirección que K había averiguado para él, meditaba en cuál de los dos ejecutar. El "sucio" era más de su estilo, pero su estilo debía cambiar, era inevitable, la gente maduraba y los métodos se sofisticaban. Él quería ser un hombre sofisticado, la bestia de Abdali no podía durar para siempre. No mataría a Eddie Markel si podía evitarlo. "Cuando esto acabe, nos tomaremos unas vacaciones en un resort de lujo, como la gente elegante", le había dicho a Amalia. "Usarás un vestido blanco, largo y sedoso y brindaremos en la cubierta de un yate".Ella había reído, sin tomar muy en serio sus palabras. En ese sentido
Era mediodía cuando Amalia llamó a la puerta del estudio de Mad. Entró cargando una bandeja con café. El hombre había llegado quien sabía a qué hora durante la madrugada. No la despertó ni al acostarse ni al levantarse. Supo que había dormido a su lado porque la almohada olía a su perfume.—¿Todo bien?Mad llevaba allí desde la mañana. El computador estaba apagado y no había libros ni documentos sobre el escritorio. —Asuntos del trabajo. Asuntos del trabajo cuando no estaba trabajando, cuando no hacía nada más que estar allí sentado, masticando algún asunto en su cabeza, debía significar que algo no andaba bien. Y para los estándares de la bestia de Abdali, algo debía andar terriblemente mal si lo tenía tan ensimismado.Amalia rodeó el escritorio y, sentándosele sobre las piernas, se dedicó a besarlo. Besos suaves, lentos, delicados. Quería mimarlo y subirle el ánimo con sus arrumacos.—¿Quieres hablar? Es bueno hablar de vez en cuando. Compartir los problemas aliviana la carga y yo
Más confundido que antes, Mad acabó la inesperada llamada.—Sí, me gustaría una pizza —le dijo a Amalia.El rostro de la mujer se iluminó. Se levantó de un brinco. —Iré a ver qué tenemos en la cocina.Volvió luego de unos minutos, Mad terminaba otra llamada.—No hay pepperoni. ¿Será muy peligroso si salgo a comprar?—No, nadie tiene nada en tu contra. ¿Irás al minimarket que está a dos cuadras?—A ese mismo. ¿Quieres acompañarme?—No, tengo algo que hacer.Amalia puso los brazos en jarra. Tenía el ceño fruncido.—No me vas a dejar con las pizzas preparadas, ¿verdad? La pizza recalentada es un horror.—Almorzaré contigo, cariño.No importaba el motivo, cuando Mad la llamaba cariño, se le quitaban al instante todas las ganas de discutir, pero eso él no podía saberlo.—Más te vale —le advirtió ella, con la misma expresión de enfado antes de salir.Mad volvió a coger su teléfono, tenía muchas llamadas que hacer. En un canasto, Amalia llevaba pepperoni, unos quesos que se le antojaron de
Los cuatro hombres, liderados por Mad, y que usaban sus mejores atuendos para la ocasión, fueron guiados hasta el comedor por una joven sirvienta. —Tomen asiento, por favor. El señor Markel vendrá enseguida.Mad fue el primero en sentarse, de frente a la arcada que era la entrada al comedor y con un muro a su espalda. Esperaba que el pasillo a su izquierda los guiara a una salida si algo salía mal. Más mal de lo que ya iba todo. —Me siento como si estuviera desnudo —murmuró Toro, sentándose a su lado. Los guardias de la entrada los habían revisado. Las armas tuvieron que quedarse ocultas en la camioneta. —Y todo por querer hacer tu buena acción del día.—Relájate ya, Toro. Tal vez Markel quiera premiarnos por haber salvado a su hijo —convino Mao, sentado frente a él.—Si yo tuviera un hijo como ese, lo preferiría varios metros bajo tierra. Lo que va a hacer es matarnos por fastidiarlo, envenenándonos con la comida —agregó Turin. —Yo no probaré bocado. Diré que tengo indigestión—a