XXXIII Entre la vida y la muerte

Más confundido que antes, Mad acabó la inesperada llamada.

—Sí, me gustaría una pizza —le dijo a Amalia.

El rostro de la mujer se iluminó. Se levantó de un brinco.

—Iré a ver qué tenemos en la cocina.

Volvió luego de unos minutos, Mad terminaba otra llamada.

—No hay pepperoni. ¿Será muy peligroso si salgo a comprar?

—No, nadie tiene nada en tu contra. ¿Irás al minimarket que está a dos cuadras?

—A ese mismo. ¿Quieres acompañarme?

—No, tengo algo que hacer.

Amalia puso los brazos en jarra. Tenía el ceño fruncido.

—No me vas a dejar con las pizzas preparadas, ¿verdad? La pizza recalentada es un horror.

—Almorzaré contigo, cariño.

No importaba el motivo, cuando Mad la llamaba cariño, se le quitaban al instante todas las ganas de discutir, pero eso él no podía saberlo.

—Más te vale —le advirtió ella, con la misma expresión de enfado antes de salir.

Mad volvió a coger su teléfono, tenía muchas llamadas que hacer.

En un canasto, Amalia llevaba pepperoni, unos quesos que se le antojaron de
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