XXXII Consecuencias

Era mediodía cuando Amalia llamó a la puerta del estudio de Mad. Entró cargando una bandeja con café. El hombre había llegado quien sabía a qué hora durante la madrugada. No la despertó ni al acostarse ni al levantarse. Supo que había dormido a su lado porque la almohada olía a su perfume.

—¿Todo bien?

Mad llevaba allí desde la mañana. El computador estaba apagado y no había libros ni documentos sobre el escritorio.

—Asuntos del trabajo.

Asuntos del trabajo cuando no estaba trabajando, cuando no hacía nada más que estar allí sentado, masticando algún asunto en su cabeza, debía significar que algo no andaba bien. Y para los estándares de la bestia de Abdali, algo debía andar terriblemente mal si lo tenía tan ensimismado.

Amalia rodeó el escritorio y, sentándosele sobre las piernas, se dedicó a besarlo. Besos suaves, lentos, delicados. Quería mimarlo y subirle el ánimo con sus arrumacos.

—¿Quieres hablar? Es bueno hablar de vez en cuando. Compartir los problemas aliviana la carga y yo
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