Más confundido que antes, Mad acabó la inesperada llamada.—Sí, me gustaría una pizza —le dijo a Amalia.El rostro de la mujer se iluminó. Se levantó de un brinco. —Iré a ver qué tenemos en la cocina.Volvió luego de unos minutos, Mad terminaba otra llamada.—No hay pepperoni. ¿Será muy peligroso si salgo a comprar?—No, nadie tiene nada en tu contra. ¿Irás al minimarket que está a dos cuadras?—A ese mismo. ¿Quieres acompañarme?—No, tengo algo que hacer.Amalia puso los brazos en jarra. Tenía el ceño fruncido.—No me vas a dejar con las pizzas preparadas, ¿verdad? La pizza recalentada es un horror.—Almorzaré contigo, cariño.No importaba el motivo, cuando Mad la llamaba cariño, se le quitaban al instante todas las ganas de discutir, pero eso él no podía saberlo.—Más te vale —le advirtió ella, con la misma expresión de enfado antes de salir.Mad volvió a coger su teléfono, tenía muchas llamadas que hacer. En un canasto, Amalia llevaba pepperoni, unos quesos que se le antojaron de
Los cuatro hombres, liderados por Mad, y que usaban sus mejores atuendos para la ocasión, fueron guiados hasta el comedor por una joven sirvienta. —Tomen asiento, por favor. El señor Markel vendrá enseguida.Mad fue el primero en sentarse, de frente a la arcada que era la entrada al comedor y con un muro a su espalda. Esperaba que el pasillo a su izquierda los guiara a una salida si algo salía mal. Más mal de lo que ya iba todo. —Me siento como si estuviera desnudo —murmuró Toro, sentándose a su lado. Los guardias de la entrada los habían revisado. Las armas tuvieron que quedarse ocultas en la camioneta. —Y todo por querer hacer tu buena acción del día.—Relájate ya, Toro. Tal vez Markel quiera premiarnos por haber salvado a su hijo —convino Mao, sentado frente a él.—Si yo tuviera un hijo como ese, lo preferiría varios metros bajo tierra. Lo que va a hacer es matarnos por fastidiarlo, envenenándonos con la comida —agregó Turin. —Yo no probaré bocado. Diré que tengo indigestión—a
Cena para uno. Mad saldría a comer fuera, así que Amalia no se molestó en cocinar. Comería las sobras recalentadas del almuerzo. Lo observó mientras se arreglaba, tan estupendo, guapo y varonil. Estaba para comérselo, pero la que lo hiciera, se indigestaría. Mad era veneno. Con la excusa de quitarle unas pelusas del traje, le echó un vistazo al teléfono mientras tecleaba. "Pasaré por ti en diez minutos", había escrito.Ya no necesitaba preguntarle, él iría a cenar con una mujer, una que sí estuviera a la "altura de la ocasión". Con clase, elegancia, distinción, espigada y flacucha, de esas que se verían hermosas hasta si llevaran encima una bolsa de basura. ¿Por qué seguía perdiendo el tiempo con ella si tenía a alguien así? ¿Si podía tener a cualquier mujer que quisiera?"Porque tú lo vuelves loco, mija. Tú lo calientas como nadie", le susurró el pequeño rincón de su cerebro donde vivía lo que le quedaba de autoestima. "Mientras te lo folles bien, él seguirá contigo". —Espero que
Con la aprobación de Antonio, que no estaba muy convencido, pero confiaba en él, Mad inició su vida de «doble agente». El trabajo que Markel tenía pensado para él no era ni de asomo lo que sospechaba. No sería su matón, como lo era para Antonio, si la imagen que Markel tenía de él era la de un hombre bueno, casi un ángel. El trabajo de Mad sería cuidar a Eddie.«Quiero que lo ayudes en su rehabilitación».Por primera vez en su vida, Mad sintió que su trabajo iba acorde a sus propias aspiraciones humanitarias.—Excelente. Obtuviste calificación máxima —dijo revisando un examen que le hizo a Amalia.—Las ecuaciones se me dan tan fácil como cocinar. No son tan terribles como imaginaba.—Te dije que sería pan comido. El próximo será de comprensión lectora. Debes agarrarle el gusto a la lectura. Ahora ven aquí, voy a premiarte por ser tan buena alumna.Un futuro profesional era la motivación de Amalia para esforzarse, pero los premios de Mad ayudaban bastante, sobre todo con lo poco que s
Como cada noche, el bar estaba repleto. Era una suerte haberse vuelto popular en las altas esferas de la sociedad y tener a gente adinerada llenando los bolsillos del dueño. El bar permitió que Mad costeara el resto de su carrera de medicina sin lo que le daba Antonio por los trabajos sucios. Ahora, un hombre respetable y distinguido, se codeaba con artistas, modelos, deportistas y socialités. Aunque eso no significaba que hubiera olvidado a sus viejos amigos. —¿Qué es toda esta basur4? La bodega donde se juntaban a jugar poker estaba llena de cajas, muebles y otras porquerías, como si el camión de una mudanza hubiera sido descargado allí mismo. —Es el pago de una deuda. Seguro que algo bueno podré sacar de aquí —dijo Toro. —Vi unas consolas de videojuegos por allá. ¿Y quién es el infeliz al que dejaste pelado? —Hotwheels, ese perdedor. Mira nada más, esto debe ser de su hermana. Toro tenía unas pequeñas bragas rojas en sus toscas manos. —¿La hermana también está metida? —No
Mad se acostumbró bien al ritmo de vida en el lago. No supo cuánto molestaba el ruido de la ciudad hasta que se enfrentó a la noche en compañía de los grillos. Y el aire limpio era bueno para su corazón.Había vuelto a trotar por las mañanas, pero no duraba ni un cuarto del tiempo de antes del ataque. Su corazón maltrecho había quedado muy debilitado. Usando una sudadera con capucha, pasó por la tienda junto a la gasolinera del pueblo después de sus ejercicios. Era un forastero y los lugareños todavía no se acostumbraban a su presencia. La desconfianza se había acentuado cuando dejó de rasurarse.La campanilla sobre la puerta anunció su presencia. Mad agitó su mano cuando el dueño de la tienda le dirigió su habitual mirada de sospecha. Fue a los anaqueles y el hombre siguió atendiendo a su clienta.Necesitaba cereal y leche también.—El pan acaba de llegar. Está crujiente y tibio, una delicia —dijo el dueño a la clienta.Mad no necesitaba pan. En la casa había un horno y se había atr
—¡Tres meses! ¡¿Cómo nadie se percató de su ausencia en tres meses?!Una demanda era lo menos que merecía la institución psiquiátrica carcelaria en que Ana debía estar recluida de por vida.—Hub0 un incendio —le contó Morgan—. Ella resultó con más del 70% del cuerpo quemado y estaba en cuidados intensivos.—¡Jamás me avisaron de eso! Les dejé mi número para que me avisaran cualquier cosa sobre ella. Jodidos ineptos, me las van a pagar.—El asunto es que la mujer quemada nunca fue Ana, era una enfermera que había renunciado, así que nadie la echó de menos hasta que no viajó a visitar a la familia para el cumpleaños de la abuela. Hicieron exámenes de ADN y descubrieron que era la enfermera Sofía Castro, pobre desgraciada.—Es lista, Ana es muy lista.—Como toda buena psicópata. Pero tu atacante fue un hombre, ¿no?—Sí. En tres meses pudo lavar muchos cerebros. Es prácticamente una celebridad para los desquiciados. Debe tener una legión. Jodida cabrona, quiere atar los cabos sueltos.—Ya
—¿Y en qué consiste esa fiesta? —preguntó Amalia. Cuando escuchó a sus trabajadores hablando de una durante el almuerzo, no pudo evitar preguntarles. —La fiesta de la siembra la hacemos cada año cuando empieza la temporada de cultivos —explicó Raúl, un muchacho espigado de profundos ojos pardos—. Es algo de viejos, para atraer la buena fortuna y que el clima sea favorable y así tener una buena cosecha. Comida, alcohol y baile, eso es lo que me gusta a mí. —También se hacen más cosas —empezó a hablar Leonardo, de unos cuarenta años—. El concurso de muñecos, por ejemplo. Se hacen muñecos que representan la sequía, las inundaciones, las plagas y cualquier cosa que pueda afectar a los cultivos. Hay buenos premios para los ganadores. —Yo estoy haciendo uno, es una langosta gigante —contó Raúl, muy entusiasmado—. Lástima que después la van a quemar. —¿Queman todos los muñecos? —preguntó Amalia. Fue Leonardo quien contestó. —Así mismo es, para evitar que afecten las cosechas. —Tú t