LXIII El ofrecimiento

La radiante sonrisa de Alfonso, luego de una magnífica noche, se borró al llegar a su oficina. No había un café a la temperatura perfecta esperándolo ni ninguna delicia de las que Daniela siempre compraba para él.

No estaba Daniela por ninguna parte.

Nueve y media y ella llegó. Venía corriendo con una bolsa de la amasandería San Portos, el cabello despeinado, la camisa fuera de la falda.

Se encontró con Alfonso en el pasillo.

—Lo lamento... Prepararé el café rápido... —estaba sin aliento.

—Hay una reunión ahora —siguió caminando y se fue en el ascensor.

¡La reunión! Ella dejó la bolsa en su escritorio y cogió las carpetas que había dejado listas el día anterior. Dio gracias por ser tan eficiente, la Unavi del pasado nunca la defraudaba.

Todos los asistentes ya estaban en la sala de reuniones. Repartió las carpetas lo más rápido que pudo para no hacerlos perder más tiempo. Ni siquiera había otro asistente que le ayudara porque todavía nadie había llegado a reemplazar a Darío.

—Despué
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