LXIV Amigos

Úrsula cenaba con Pedro. La policía nada había averiguado todavía sobre el robo de su auto y su hermano tampoco había dicho nada que fuera de ayuda.

—Mi relación con Alfonso va de maravillas, tanto que me pidió que me fuera a vivir con él.

Pedro dejó de comer.

—¿Sin casarse? ¿Crees que la abuela lo aprobaría?

—No lo sé, ¿crees que habría aprobado que te enredaras con prestamistas y sus cenizas terminaran como garantía?

Él la miró con pesar.

—Últimamente eres muy cruel.

—Y tú muy mentiroso.

Siguieron comiendo en silencio hasta que ella volvió a hablar.

—Noté que falta uno de mis perfumes.

—Tal vez se te acabó y no lo notaste.

—Una mujer recuerda este tipo de cosas, recuerda hasta el nivel de perfume que le queda tras cada aplicación. ¿No sabes nada al respecto?

Pedro negó, sin atreverse a mirarla a los ojos.

—Me mudaré con Alfonso el viernes. A menos que, de pronto, recuerdes algo que habías olvidado mencionar.

—¿Qué podría decirte?

Úrsula le cogió una mano.

—La abuela nos enseñó que
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