Las travesuras de Pedro estaban a salvo, lo que menos pensaba Úrsula era regresar a casa cuando había tanto que hacer en la de Alfonso. Los besos y caricias que se daban en el sillón se interrumpieron cuando llegó el repartidor con la comida que habían ordenado. Ella quiso comer allí mismo en la sala, sentados sobre la alfombra, a la luz de las danzarinas llamas de la chimenea y bebiendo un exquisito vino que Alfonso se encargó de presumir.Y no fue lo único que presumió.—Acabo de vernos a ti y a mí cenando en un yate, en medio de un mar oscuro y sereno, cubiertos por las estrellas.—Yo también puedo verlo —ella tenía los ojos cerrados y mucha imaginación.—¿Has navegado en yate?—Lo más cerca que he estado es haberme subido al barco pirata de los juegos mecánicos. Me solté y me rompí un diente. Por fortuna no era de los permanentes.Alfonso la miró con horror. —En el yate estarás a salvo, cumple con todas las medidas de seguridad que establece la ley y puede que incluso más. De lo
La radiante sonrisa de Alfonso, luego de una magnífica noche, se borró al llegar a su oficina. No había un café a la temperatura perfecta esperándolo ni ninguna delicia de las que Daniela siempre compraba para él.No estaba Daniela por ninguna parte. Nueve y media y ella llegó. Venía corriendo con una bolsa de la amasandería San Portos, el cabello despeinado, la camisa fuera de la falda.Se encontró con Alfonso en el pasillo.—Lo lamento... Prepararé el café rápido... —estaba sin aliento.—Hay una reunión ahora —siguió caminando y se fue en el ascensor.¡La reunión! Ella dejó la bolsa en su escritorio y cogió las carpetas que había dejado listas el día anterior. Dio gracias por ser tan eficiente, la Unavi del pasado nunca la defraudaba.Todos los asistentes ya estaban en la sala de reuniones. Repartió las carpetas lo más rápido que pudo para no hacerlos perder más tiempo. Ni siquiera había otro asistente que le ayudara porque todavía nadie había llegado a reemplazar a Darío. —Despué
Úrsula cenaba con Pedro. La policía nada había averiguado todavía sobre el robo de su auto y su hermano tampoco había dicho nada que fuera de ayuda.—Mi relación con Alfonso va de maravillas, tanto que me pidió que me fuera a vivir con él.Pedro dejó de comer.—¿Sin casarse? ¿Crees que la abuela lo aprobaría?—No lo sé, ¿crees que habría aprobado que te enredaras con prestamistas y sus cenizas terminaran como garantía?Él la miró con pesar.—Últimamente eres muy cruel.—Y tú muy mentiroso.Siguieron comiendo en silencio hasta que ella volvió a hablar.—Noté que falta uno de mis perfumes.—Tal vez se te acabó y no lo notaste. —Una mujer recuerda este tipo de cosas, recuerda hasta el nivel de perfume que le queda tras cada aplicación. ¿No sabes nada al respecto? Pedro negó, sin atreverse a mirarla a los ojos.—Me mudaré con Alfonso el viernes. A menos que, de pronto, recuerdes algo que habías olvidado mencionar.—¿Qué podría decirte?Úrsula le cogió una mano.—La abuela nos enseñó que
Era tarde para ser un día laboral y seguir en la calle, Alfonso debía estar dormido hacía mucho, pero le había parecido que sería buena idea hacerle una visita nocturna a su novia.En realidad no lo había pensado lo suficiente.No lo había pensado nada.Y en vez de verla a ella, el objeto de su deseo, la razón de su locura, se encontraba con Mad, el ex de mirada severa y tatuajes de maleante, con esa belleza ruda, viril y masculina capaz de alborotarle las hormonas a la mujer más sensata.Cerró los ojos, esperando que desapareciera para no tener que molerlo a golpes. Pero Mad siguió allí.—¿Qué estás haciendo aquí?El aroma a alcohol de su aliento le hizo a Mad cosquillear la nariz. Era whisky... bourbon, y debía haberse tomado una botella entera.Se volvió a ver a Úrsula, que se limpiaba las lágrimas a la velocidad de la luz.—¿Lo estabas esperando, cariño? —recalcó la palabra cariño. La pronunció lentamente, acariciándola con su lengua.Fue la chispa necesaria para encender la hogu
Alfonso abrió los ojos. Sobre el velador vio una lámpara con forma de premio Oscar y supo que no estaba en su casa. La potente luz que entraba por la ventana lo hirió y se cubrió la cabeza con una almohada. No quería pensar en qué hora era, ni en qué día era; no quería descubrir que había faltado al trabajo y que su vida, como la conocía, se estaba desmoronando. Los pasos de Unavi lo hicieron enfrentar la luz. Despeinada, sin maquillaje, natural. Era hermosa. Sonrió observándola hasta que recordó lo que había pasado.—Discúlpame, no imaginas lo avergonzado que estoy.—No hiciste nada malo.Ella era demasiado comprensiva. Con razón Pedro la manipulaba a su antojo.—Vine a visitarte estando ebrio e hice un escándalo. ¿Qué hombre decente le hace eso a una señorita respetable como tú?—Me gusta cuando te pones indecente —empezó a besarle el vientre.—Te confesé un crimen.Ella lo miró con cara de haberse dormido a mitad de la película.—Que quería secuestrarte —agregó Alfonso con horror
Unavi había llorado. Y había intentado que no se le notara, pero unas sonrisas ligeras no disimulaban unos ojos tan hinchados. Dos autos robados en unas semanas. Tres considerando el de Pedro. Los ladrones la tenían de proveedora, se habían ensañado con ella.Lo que más le dolía era que se hubieran llevado el auto que Alfonso le había regalado. Ella no lo quería al principio, pero era suyo a fin de cuentas. Y debía devolvérselo cuando consiguiera uno por mérito propio, ese era el trato. De algún modo sentía que le había fallado. Él la consoló lo mejor que pudo. Le dio un chocolate caliente, que preparó él mismo, así que iba cargado de mucho amor y la dejó bien arropada en su cama cuando se durmió. Dormiría en su casa, bien lejos de Pedro. Dormiría a salvo. Y si se despertaba y no lo encontraba era porque tenía que ir a cenar fuera por negocios.Sus "negocios" lo llevaron al lugar que indicaba la posición del auto robado. Llamó a su contacto en la policía para alertarlos y esperó,
—Queridos hermanos y hermanas, estamos aquí reunidos para honrar la memoria de nuestra querida Jacinta Olivares, que ha partido al encuentro con el señor.A Alfonso se le escapó una pequeña carcajada de incredulidad. Nadie lo oyó por la lluvia que caía a cántaros sobre el camposanto y por el abundante llanto de Unavi. Vestida completamente de negro y con un hermoso sombrero de ala ancha, se limpiaba las lágrimas con un blanco pañuelo.Se sintió atrapado en una comedia del absurdo. —¡La matamos, Al! ¡La matamos! —chillaba ella con horror. —No digas eso, nadie se muere por ver un pene. Debió tener alguna enfermedad de base, estaba bastante vieja. —¡Apenas tenía sesenta años! Mi abuela decía que los sesenta eran los nuevos cuarenta... ¡La matamos! ¡Qué Dios se apiade de nosotros por ser tan indecentes!... Pecadores...—Voy a solicitar su expediente médico para que veas que no fue nuestra culpa.—Ya nunca voy a poder verte desnudo sin recordar sus dedos tiesos, sus ojos resecos mirando
Martes. Alfonso había regresado de su viaje a media mañana y, entre reuniones y papeleo, Unavi no había tenido tiempo de saludarlo. Ni de besarlo. Era horario laboral, él estaba ocupado y no quería interrumpirlo. Tras darle vueltas varias veces al asunto se le ocurrió una idea. Cogió el teléfono de su escritorio y lo llamó.—¿Sí?—Señor Kamus, tiene una llamada de una mujer que dice ser su novia, ¿se la paso?Kamus frunció el ceño. Los viajes largos en avión lo cansaban, seguía afectándole un poco el jet lag y no tenía tiempo ni energías como para lidiar con locas. Él tenía una sola novia y estaba hablando justo con ella.—¿Y cómo se llama esa mujer? "¿Por qué no la pusiste en su lugar?", eso quería preguntarle. ¡Que se fuera preparando para una demanda! A veces ella era demasiado pasiva.—Dice que se llama Unavi. ¿Le digo que no lo moleste en horario laboral?Alfonso sonrió y los ojos le brillaron. Se relajó en su asiento, muy interesado en seguir la charla. El inocente jueguito que