LVIII Espía

—¡No hay ninguna denuncia de robo de auto hecha por tu hermano! ¡Ninguna!

Apenas se incorporó Úrsula en la cama empezaron los gritos de Alfonso. No eran ni siquiera las seis de la mañana.

—Tal vez se tardan en procesarlas —dijo ella, tallándose los ojos.

—¿Hablas en serio? ¡Hasta cuándo lo justificas! No puedo creerlo. Te miente en la cara y ni siquiera te importa. Eres muy lista, pero tratándose de él, te embruteces.

—No me insultes. Yo me encargaré de hablar con él —dio un largo bostezo.

—Levántate, iremos los dos.

—No, Al.

—A mí no podrá enredarme con mentiras como hace contigo.

—Ya te dije que es mi asunto. Yo no interferiría en temas de tu hermana o tu horrible cuñado.

—¿No te agrada Bill?

—No me gusta su sonrisa.

Alfonso se sentó en la cama. Apenas empezaba el día y ya se sentía cansado.

—No quiero entrometerme, pero me preocupa que tu hermano pueda estar metido en algo turbio —le acunó el rostro entre las manos—. Me aterra pensar que pueda hacer algo que te ponga en peligro.
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