—¡No hay ninguna denuncia de robo de auto hecha por tu hermano! ¡Ninguna!Apenas se incorporó Úrsula en la cama empezaron los gritos de Alfonso. No eran ni siquiera las seis de la mañana. —Tal vez se tardan en procesarlas —dijo ella, tallándose los ojos.—¿Hablas en serio? ¡Hasta cuándo lo justificas! No puedo creerlo. Te miente en la cara y ni siquiera te importa. Eres muy lista, pero tratándose de él, te embruteces.—No me insultes. Yo me encargaré de hablar con él —dio un largo bostezo.—Levántate, iremos los dos.—No, Al.—A mí no podrá enredarme con mentiras como hace contigo. —Ya te dije que es mi asunto. Yo no interferiría en temas de tu hermana o tu horrible cuñado.—¿No te agrada Bill?—No me gusta su sonrisa.Alfonso se sentó en la cama. Apenas empezaba el día y ya se sentía cansado.—No quiero entrometerme, pero me preocupa que tu hermano pueda estar metido en algo turbio —le acunó el rostro entre las manos—. Me aterra pensar que pueda hacer algo que te ponga en peligro.
Los promiscuos hábitos de Martín, del todo reprobables para personas decentes, tenían sus ventajas. Conocía muchas mujeres, de todos los tipos y todas partes. Y, contrario a lo que podría pensarse, ellas lo tenían en muy alta estima."Soy un muy buen amante", habría dicho él si le preguntaban por la razón. Fuera cual fuese el motivo, sus "amigas" podían serle de mucha utilidad. Él tenía ojos y oídos en todas partes, incluso en Xiamsung, así había conseguido los antecedentes necesarios para afirmar que tenían un espía infiltrado en la empresa, alguien que le estaba haciendo llegar información privilegiada a la competencia: el diseño de los PC otoñales, el acuerdo con Sandex, el nuevo modelo de tablet, la idea de los asistentes virtuales y quién sabía qué más. Había que actuar ya. —Le pedí a la IA que hiciera imágenes de animalitos. Son muy buenas, parecen reales. Mira este gatito con corbata. Es un gatito empresario, como tú.Alfonso no prestó mucha atención a lo que Daniela le mostr
Acorralada, toda la vida de Úrsula pasó frente a sus ojos: su nacimiento, el nacimiento de Pedro, cuando aprendió a andar en bicicleta, cuando pisó un escenario y descubrió que lo suyo era su actuación, la abuela enseñándole a coser, su primera vez con un hombre... y la última también.La última vez que estuvo entre los brazos de Kamus. ¿Quién diría que, en un trabajo tan vil, hallaría algo bueno al final?—Lo lamento...No lamentaba ser una espía, pocas opciones había tenido. Ella lamentaba decepcionar a Alfonso. Su tétrica expresión era lo que más le dolía. Ya no quiso mirarlo.Cerró los ojos y se encomendó a su abuela. —¿Qué sabes de Darío? —le preguntó Martín.Ella se lo quedó mirando, contrariada.—Tú almorzabas con él —le recordó Alfonso— ¿Alguna vez hizo algo que te pareciera sospechoso?—No... ¡Oh, por Dios! ¿Creen que él es el espía?Debía ser un milagro, su santa abuela le tendía una mano desde el más allá, no hallaba otra explicación. Ella seguía en el juego, su identidad
Una ovación recibió Isidora Kamus al terminar su recital. En la primera fila, Úrsula aplaudía de pie, emocionada hasta las lágrimas. En el escenario, la hermana de Alfonso saludaba a su público. Era hermosa, resplandecía; era una estrella.Úrsula se las arregló para ir a saludarla al camarín y le llevó un ramo de flores, treinta y seis rosas rojas, un número de la suerte según una numeróloga que consultó una vez. —Viniste sola, ¿no? —fue lo primero que le dijo Isidora tras saludarse. —Alfonso tenía algo que hacer. —Él siempre tiene algo que hacer. Si dejan de trabajar juntos ya ni lo verás.—Siempre tendremos vacaciones. Isidora no respondió a la sonrisa de Úrsula.—Ojalá y no tengas problemas con él por haber venido.—Alfonso dijo que yo podía decidir.—Eso dice él, pero en el fondo está poniéndote a prueba, esperando que decidas lo que él quiere que decidas. Es un calculador.—¿Y Bill?... ¿Él vino?—Él me ha visto tantas veces que ya debe resultarle aburrido, sin mencionar que d
Las travesuras de Pedro estaban a salvo, lo que menos pensaba Úrsula era regresar a casa cuando había tanto que hacer en la de Alfonso. Los besos y caricias que se daban en el sillón se interrumpieron cuando llegó el repartidor con la comida que habían ordenado. Ella quiso comer allí mismo en la sala, sentados sobre la alfombra, a la luz de las danzarinas llamas de la chimenea y bebiendo un exquisito vino que Alfonso se encargó de presumir.Y no fue lo único que presumió.—Acabo de vernos a ti y a mí cenando en un yate, en medio de un mar oscuro y sereno, cubiertos por las estrellas.—Yo también puedo verlo —ella tenía los ojos cerrados y mucha imaginación.—¿Has navegado en yate?—Lo más cerca que he estado es haberme subido al barco pirata de los juegos mecánicos. Me solté y me rompí un diente. Por fortuna no era de los permanentes.Alfonso la miró con horror. —En el yate estarás a salvo, cumple con todas las medidas de seguridad que establece la ley y puede que incluso más. De lo
La radiante sonrisa de Alfonso, luego de una magnífica noche, se borró al llegar a su oficina. No había un café a la temperatura perfecta esperándolo ni ninguna delicia de las que Daniela siempre compraba para él.No estaba Daniela por ninguna parte. Nueve y media y ella llegó. Venía corriendo con una bolsa de la amasandería San Portos, el cabello despeinado, la camisa fuera de la falda.Se encontró con Alfonso en el pasillo.—Lo lamento... Prepararé el café rápido... —estaba sin aliento.—Hay una reunión ahora —siguió caminando y se fue en el ascensor.¡La reunión! Ella dejó la bolsa en su escritorio y cogió las carpetas que había dejado listas el día anterior. Dio gracias por ser tan eficiente, la Unavi del pasado nunca la defraudaba.Todos los asistentes ya estaban en la sala de reuniones. Repartió las carpetas lo más rápido que pudo para no hacerlos perder más tiempo. Ni siquiera había otro asistente que le ayudara porque todavía nadie había llegado a reemplazar a Darío. —Despué
Úrsula cenaba con Pedro. La policía nada había averiguado todavía sobre el robo de su auto y su hermano tampoco había dicho nada que fuera de ayuda.—Mi relación con Alfonso va de maravillas, tanto que me pidió que me fuera a vivir con él.Pedro dejó de comer.—¿Sin casarse? ¿Crees que la abuela lo aprobaría?—No lo sé, ¿crees que habría aprobado que te enredaras con prestamistas y sus cenizas terminaran como garantía?Él la miró con pesar.—Últimamente eres muy cruel.—Y tú muy mentiroso.Siguieron comiendo en silencio hasta que ella volvió a hablar.—Noté que falta uno de mis perfumes.—Tal vez se te acabó y no lo notaste. —Una mujer recuerda este tipo de cosas, recuerda hasta el nivel de perfume que le queda tras cada aplicación. ¿No sabes nada al respecto? Pedro negó, sin atreverse a mirarla a los ojos.—Me mudaré con Alfonso el viernes. A menos que, de pronto, recuerdes algo que habías olvidado mencionar.—¿Qué podría decirte?Úrsula le cogió una mano.—La abuela nos enseñó que
Era tarde para ser un día laboral y seguir en la calle, Alfonso debía estar dormido hacía mucho, pero le había parecido que sería buena idea hacerle una visita nocturna a su novia.En realidad no lo había pensado lo suficiente.No lo había pensado nada.Y en vez de verla a ella, el objeto de su deseo, la razón de su locura, se encontraba con Mad, el ex de mirada severa y tatuajes de maleante, con esa belleza ruda, viril y masculina capaz de alborotarle las hormonas a la mujer más sensata.Cerró los ojos, esperando que desapareciera para no tener que molerlo a golpes. Pero Mad siguió allí.—¿Qué estás haciendo aquí?El aroma a alcohol de su aliento le hizo a Mad cosquillear la nariz. Era whisky... bourbon, y debía haberse tomado una botella entera.Se volvió a ver a Úrsula, que se limpiaba las lágrimas a la velocidad de la luz.—¿Lo estabas esperando, cariño? —recalcó la palabra cariño. La pronunció lentamente, acariciándola con su lengua.Fue la chispa necesaria para encender la hogu