IV Casi inocente
Disparar primero y preguntar después. La regla era simple. Un contacto extremadamente largo con un objetivo podía generar problemas, sobre todo cuando ya tenía el cartel de muerto escrito en la frente... o te miraba con unos ojos oscuros que podían absorberte por completo y hacerte olvidar todas las reglas.

Mad, absorto en la contemplación de la pequeña mujer escurridiza, invirtió los factores.

—¿Para quién trabajas?

—Para mí misma —escupió ella con actitud desafiante, ocultando el miedo en su rudeza.

—¿Sabes a quién le estás robando?

Ella negó.

—Eso es una mentira. Estás arrestada. Tienes derecho a guardar silencio. Todo lo que digas puede ser y será usado en tu contra en...

—¡¿Eres policía?!

—Tienes derecho a un abogado.

Mad la llevó esposada hasta su auto.

—Ok, señorita ladrona, tenemos dos opciones. O te entrego a los hombres de Santori para que se encarguen de ti o te llevo a la cárcel donde eventualmente los hombres de Santori se encargarán de ti, pero ganarás tiempo.

—Eres un po
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