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VIII Era un perro, no una perra

—¿Qué fue ese ruido, Mad? ¿Estás con alguien más? —preguntó Ana, con las mejillas sonrosadas.

Mad se levantó, frustrado hasta el punto en que se perdía la cordura.

—Quédate aquí, ya vuelvo —partió a la cocina.

Ni Dios y su infinito poder salvaban de ésta a la gata, que estaba a punto de perder una de sus siete vidas.

Ella recogía una olla y algunos cubiertos.

—¡¿Qué crees que haces?!

—Distracción. Me alegro de que te hayas reconciliado con tu novia, pero no puedes tener sexo con ella aquí, me moriría de la vergüenza.

—¡Es mi casa!

—Pero yo también estoy aquí ahora, llévala a un motel. Es lo mejor para todos.

Era irreal, Mad iba a perder la cabeza antes de que ella perdiera la suya.

Los pasos de Ana se acercaban por el pasillo. Mad estaba acorralado, entre la espada y la pared, sin posibilidad de salvación.

—Mad, amor. No me digas que conseguiste un perro... —la alegría de Ana duró hasta que vio a Amalia. Una muchacha joven y atractiva era lo que menos esperaba encontrarse en l
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