Amalia dejó una taza de té sobre el escritorio. Negro y con canela, así le gustaba a Mad.—¿Haces papeleo para la policía?Casi dos horas llevaba él encerrado en su despacho frente a la computadora. —Investigo —repuso, sin distraerse. —¿Algo confidencial?—Todo lo que hago es confidencial. —¿Puedo ayudarte en algo?—En nada de momento.Pese a aquella respuesta, Amalia permaneció allí. De vez en cuando Mad apartaba la vista de la pantalla y se encontraba con los ojos de la gata fijos en él. Su mirar insondable guardaba el mismo misterio de una laguna oscura. —¿No tienes nada que limpiar? —No hay trastes en la cocina, los pisos están relucientes, los cristales de las ventanas brillan. ¿Quieres que me vaya? ¿Acaso te desconcentró?—Para nada, pero pareces aburrida.Amalia fue hasta el librero. Tocó con su dedo los lomos mientras leía los títulos. Cogió un libro sobre plantas, algo que creyó que entendería entre tantos de medicina. Definitivamente Mad pensaba en todo. Ana jamás sospec
Mad seguía presionando las heridas de Ana cuando los paramédicos llegaron. Para sus suegros ya era tarde, pero ella luchaba por su vida pese a la gravedad de sus heridas. Él la acompañó en la ambulancia y sólo se separó de su lado cuando la ingresaron a la unidad de urgencias en la clínica. El propio Antonio llegó a verlo a la sala de espera, demostrando una vez más que tenía ojos y oídos en todas partes. —Luces terrible, chico. "Casi como ese día", completó el hombre en su mente. Mad tenía sangre hasta en el cabello y expresión ausente, de muerto en vida. Lo más bueno, puro y hermoso que tenía estaba a un paso de desvanecerse y él sólo podía estar allí, esperando, como había esperado junto al lecho de su madre enferma. El tiempo había pasado, él había crecido, se había vuelto fuerte y el dinero ya no le faltaba, pero se sentía tan indefenso e impotente como en aquel entonces. —¿Crees que hayan sido los hombres de Markel? —preguntó Antonio. De pronto la parálisis mental que h
Después de la llamada del detective, La furia de Mad disminuyó considerablemente. Guardó el arma, se quitó de encima de Amalia y pareció... perdido. —¿Te dijeron quién lo hizo? ¿Ya sabes que no fui yo?Mad asintió.—¡Infeliz trastornado! ¡Ibas a matarme por nada! ¡Te dije que no lo hice! ¡Te lo dije! ¡Ahora podría estar muerta!—Te habría comprado una bonita tumba.—¡No es gracioso!—Claro que no lo es, una muerte en vano es lamentable.—No puedes andar por ahí atacando a quien se te cruce por delante. ¡Me destrozaste la pierna!—La bala apenas te rozó, es un mero rasguño.A ella le dolía como si le faltara la mitad de la pierna. No quería ni mirarla porque no lo resistiría. Mad Intentó cogerla en sus brazos. Nada más le bastó a Amalia tenerlo cerca para descargar su ira a manotazos, que él recibió con resignación.—¡Mi vida también es valiosa, m4ldito!—Lo sé —susurró él, con voz pausada y serena, casi parecía incapaz de proferir los furiosos gritos amenazantes de antes. Un buen much
—Quédate aquí, no salgas —le advirtió Mad a Amalia. Las curiosas vueltas que daba la vida no les dejaban lugar para el aburrimiento. De querer matarla por atacar a Ana, ahora Mad intentaba protegerla de ella. Su novia, herida como estaba, se había escapado de la clínica y con eso convertido en la principal sospechosa del nefasto crimen que la había dejado huérfana. —Tú no mataste a tus padres, ¿verdad, Mad?—A mi padre nunca lo conocí y mi madre murió de leucemia. Era lo más importante en mi vida.—Apuesto a que sí. Esa Ana resultó ser más bestia que tú, es un demonio y tú la creías un ángel. Él nada dijo. Su vida junto a ella había sido lo más cercano a una estadía en el paraíso. Amalia quería preguntarle si mataría a Ana cuando la encontrara, pero sospechaba que la respuesta sería negativa. Mad podía ser un despiadado asesino, pero tenía su corazoncito y la bicha criminal seguía viviendo en él. —Voy a encontrarla. Está herida y no podrá ir muy lejos.—No confíes en ella, Mad. No
—¿Qué sabes de las golondrinas? Luego de su búsqueda, Mad regresó al departamento donde estaba Amalia. Ella lo miró con extrañeza. —Sé que pueden dar su vida con tal de ver a un príncipe feliz. ¿No vas a comer? Mad apartó con recelo su muslo de pollo. Probó algo de ensalada. —No soy muy instruida, pero he leído algunos clásicos —añadió Amalia. —No hablo de libros, sino de pandillas. Amalia masticó en silencio unos instantes. Bebió un sorbo de jugo y volvió a llenarse la boca. Habló cuando vació su plato. —Oí algunas historias, eran tan increíbles como las de la bestia de Abdali. Un día un tipo llegó al refugio. Llevaba una biblia y predicaba la palabra de Dios. Ofrecía una oportunidad de comenzar de nuevo: trabajo, techo, un futuro mejor. La parte de rezar no me interesaba, pero lo demás sí. Luego de hacernos varias preguntas, escogió a dos chicos. Le pregunté por qué a mí no y me dijo: "Porque tú no tienes nada que perder". Nadie en ese lugar tenía nada, por eso estábamos a
Mad inhaló profundamente al cruzar la puerta de su piso y sólo sintió la sutil esencia del aromatizante ambiental. Nada de sangre ni la fetidez fría de la muerte. Fue hacia el comedor mientras Amalia iba a su habitación. Ella no desempacó, sospechaba que no se quedaría mucho tiempo allí. Mad seguía en el comedor cuando ella salió, atrapado en los horribles recuerdos de aquella noche.—Tal vez sea buena idea mudarte. Él le dedicó una mirada que le enfrió la sangre. —¿Crees que estoy traumatizado? Esto no es nada para mí. Nada. No soporto la suciedad y ella se atrevió a ensuciar mi casa, eso es todo. —Es mucho más que eso, Mad. Te haría bien hablar del tema.—¿No tienes nada mejor que hacer?—Iba a irme, pero tú me trajiste de regreso y no hemos avanzado en lo de Markel. —Ya habrá tiempo para eso... Se paciente. Amalia asintió. Fue a su habitación y desempacó. 〜✿〜En una blanca oficina, con los muros cubiertos de diplomas, Mad y el psiquiatra a
Despierta desde hacía varios minutos, Amalia no se había atrevido a dejar la cama. Todavía no podía creer que Mad estuviera a su lado, y que hubieran hecho mucho más que dormir.Su pequeño cuerpo, desnudo y cansado, quedó debajo del de Mad cuando la rodeó con el brazo. Ahora el izquierdo lucía igual de tatuado que el derecho. ¿Se arrepentiría Mad al despertarse?¿Se arrepentiría de estar allí con ella?Asediada por el calor de su cuerpo, no pudo evitar removerse.—¿Quieres ir al baño? —preguntó él, todavía con los ojos cerrados y voz adormilada.—No.Ante la negativa, él se aferró más a ella, entrelazando también sus piernas. Amalia soltó un suspiro. Se entretuvo jugueteando con los cortos cabellos de Mad.—¿Puedo preguntarte algo?Mad soltó una risa. Después de todo lo que habían hecho, ya estaban en confianza para hablar de lo que fuera.—Te escucho.—Anoche, mientras... ya sabes, tú y yo... ¿Pensabas en Ana?—Ana terminó conmigo, lo que menos quiero es seguir pensando en ella.—Per
Una mirada a la bodega le bastó a Mad para confirmar lo que Antonio le había dicho. —Esto no es un robo hormiga como los de antes. Esta vez se lo llevaron todo. Es una infamia, una provocación desvergonzada. ¡Es intolerable! —Antonio golpeó la mesa, haciendo saltar al joven que había empezado a acompañarlo bajo el cargo de asistente. —¿De qué era el cargamento? —quiso saber Mad. —Relojes y bolsos de lujo, todo legal. Hago las cosas bien y pasa esto. Sospecho de los de la aduana, pudieron dar el soplo.Mad se dirigió al asistente.—Quiero una lista de todos los empleados que estaban al tanto de este cargamento, desde el que conducía el camión hasta el que barre el piso de la bodega.—Sí, señor. Enseguida —el muchacho salió raudo a cumplir lo pedido. Casi tropezó al cruzar la puerta. —¿De dónde sacaste a ese "pollito"? —Mad se dirigió ahora a Antonio.—Es el hijo de una amiga, un chico listo, aunque no lo parezca, con buena memoria. Lleva mi agenda. Nunca he sido amigo de estos apar