—¿Qué sabes de las golondrinas? Luego de su búsqueda, Mad regresó al departamento donde estaba Amalia. Ella lo miró con extrañeza. —Sé que pueden dar su vida con tal de ver a un príncipe feliz. ¿No vas a comer? Mad apartó con recelo su muslo de pollo. Probó algo de ensalada. —No soy muy instruida, pero he leído algunos clásicos —añadió Amalia. —No hablo de libros, sino de pandillas. Amalia masticó en silencio unos instantes. Bebió un sorbo de jugo y volvió a llenarse la boca. Habló cuando vació su plato. —Oí algunas historias, eran tan increíbles como las de la bestia de Abdali. Un día un tipo llegó al refugio. Llevaba una biblia y predicaba la palabra de Dios. Ofrecía una oportunidad de comenzar de nuevo: trabajo, techo, un futuro mejor. La parte de rezar no me interesaba, pero lo demás sí. Luego de hacernos varias preguntas, escogió a dos chicos. Le pregunté por qué a mí no y me dijo: "Porque tú no tienes nada que perder". Nadie en ese lugar tenía nada, por eso estábamos a
Mad inhaló profundamente al cruzar la puerta de su piso y sólo sintió la sutil esencia del aromatizante ambiental. Nada de sangre ni la fetidez fría de la muerte. Fue hacia el comedor mientras Amalia iba a su habitación. Ella no desempacó, sospechaba que no se quedaría mucho tiempo allí. Mad seguía en el comedor cuando ella salió, atrapado en los horribles recuerdos de aquella noche.—Tal vez sea buena idea mudarte. Él le dedicó una mirada que le enfrió la sangre. —¿Crees que estoy traumatizado? Esto no es nada para mí. Nada. No soporto la suciedad y ella se atrevió a ensuciar mi casa, eso es todo. —Es mucho más que eso, Mad. Te haría bien hablar del tema.—¿No tienes nada mejor que hacer?—Iba a irme, pero tú me trajiste de regreso y no hemos avanzado en lo de Markel. —Ya habrá tiempo para eso... Se paciente. Amalia asintió. Fue a su habitación y desempacó. 〜✿〜En una blanca oficina, con los muros cubiertos de diplomas, Mad y el psiquiatra a
Despierta desde hacía varios minutos, Amalia no se había atrevido a dejar la cama. Todavía no podía creer que Mad estuviera a su lado, y que hubieran hecho mucho más que dormir.Su pequeño cuerpo, desnudo y cansado, quedó debajo del de Mad cuando la rodeó con el brazo. Ahora el izquierdo lucía igual de tatuado que el derecho. ¿Se arrepentiría Mad al despertarse?¿Se arrepentiría de estar allí con ella?Asediada por el calor de su cuerpo, no pudo evitar removerse.—¿Quieres ir al baño? —preguntó él, todavía con los ojos cerrados y voz adormilada.—No.Ante la negativa, él se aferró más a ella, entrelazando también sus piernas. Amalia soltó un suspiro. Se entretuvo jugueteando con los cortos cabellos de Mad.—¿Puedo preguntarte algo?Mad soltó una risa. Después de todo lo que habían hecho, ya estaban en confianza para hablar de lo que fuera.—Te escucho.—Anoche, mientras... ya sabes, tú y yo... ¿Pensabas en Ana?—Ana terminó conmigo, lo que menos quiero es seguir pensando en ella.—Per
Una mirada a la bodega le bastó a Mad para confirmar lo que Antonio le había dicho. —Esto no es un robo hormiga como los de antes. Esta vez se lo llevaron todo. Es una infamia, una provocación desvergonzada. ¡Es intolerable! —Antonio golpeó la mesa, haciendo saltar al joven que había empezado a acompañarlo bajo el cargo de asistente. —¿De qué era el cargamento? —quiso saber Mad. —Relojes y bolsos de lujo, todo legal. Hago las cosas bien y pasa esto. Sospecho de los de la aduana, pudieron dar el soplo.Mad se dirigió al asistente.—Quiero una lista de todos los empleados que estaban al tanto de este cargamento, desde el que conducía el camión hasta el que barre el piso de la bodega.—Sí, señor. Enseguida —el muchacho salió raudo a cumplir lo pedido. Casi tropezó al cruzar la puerta. —¿De dónde sacaste a ese "pollito"? —Mad se dirigió ahora a Antonio.—Es el hijo de una amiga, un chico listo, aunque no lo parezca, con buena memoria. Lleva mi agenda. Nunca he sido amigo de estos apar
Una cerveza fría haría que la espera de Mad fuera menos tediosa. Detestaba depender de Amalia, sólo un hombre cobarde enviaba a una mujer a hacer su trabajo. Luchaba contra esos pensamientos diciéndose que interferir directamente en el asunto de Markel arruinaría cualquier posible ataque por sorpresa y la ventaja que pudieran tener. Lo quisiera o no, ella era su mejor carta por el momento.Y mientras Amalia, a unos metros sobre él, descubría que el nivel de estupidez de Eddie siempre podía aumentar, Mad recibió una llamada telefónica de su segunda mejor carta.—¿Me darás buenas noticias, K? Porque estoy algo cabreado —masculló dirigiendo una malhumorada mirada hacia la escalera y los guardias que la custodiaban. —Llamar para dar buenas noticias es mi pasión. Revisé a los tipos de las listas. No encontré nada en los que se repiten, pero uno de los nuevos se compró hace poco un Audi R8 del año.—¿Es un auto caro?—Carísimo. Un matón de cuarta como él no podría costeárselo, y pagó al c
Mad desayunó solo. De vez en cuando miraba con apacible expresión el puesto vacío de Amalia y masticaba con más fuerza de la necesaria. Si la mujer fuera una gata de casa, tendría los nervios en su límite de crispación por su tardanza en regresar, pero Amalia era una gata callejera, que había hecho de la adversidad su rutina diaria. Ella sabía caer parada, eso se decía Mad. Y de seguro tenía siete vidas.Cerca del mediodía, la conmoción que le habían dejado a Ortega las poco amables técnicas de interrogación de los matones de Santori le permitieron despertar. Luego de rogar por su vida y jurar por su madre que estaba arrepentido, cosa que no le serviría de mucho con Santori, él habló con Mad.—Mi contacto es una chica —aseguró—. Una buscona, bajita, delgada, pelo castaño que lleva en melena. Bastante linda para ser una callejera... —se llevó la mano a la cabeza, como si recordar le causara dolor—. Es una de las putas de Eddie Markel, pero para quien trabaja es Tino. Él mueve el diner
Tres disparos cortaron la quietud de la noche como si fuera queso fundido. Golpes sordos sobre carne machacada, crujidos de madera reseca, quejidos de sorpresa y resoplidos ausentes de esternones colapsados completaron la atronadora sinfonía.La banda sonora que ambientaba la atroz trampa nacida de la más despreciable traición llegó a su fin con una puerta derribada de una patada. Mad entró al pequeño y sombrío cuarto justo a tiempo de coger a la escurridiza figura que intentaba colarse por la ventanilla en altura. Amalia gritó al ser jalada con brusquedad de una pierna. Se quedó muda al ver que quien la había atrapado era Mad. Los ojos del hombre refulgían como brasas ardientes en la oscuridad.O tal vez sólo eran los efectos de las drogas que seguían en su sistema.Mad la puso de pie cerrando los dedos contra su brazo. Se le clavaron como las garras con que un águila aferraba a su presa y la miró con el mismo desprecio.—No te atrevas a decir nada —ordenó él.En la bodega, los homb
El vientre sudoroso de Amalia se agitaba como las olas, un mar crispado por la fuerza del reencuentro con su amante. Tras su breve, pero intensa separación, ella y Mad saciaban el hambre inaguantable que sentían el uno por el otro.Voraces como bestias, danzaban al silencioso ritmo de sus dichosas exhalaciones. Caricias lentas, pero firmes y un vaivén que los tenía en la cresta de la ola. Sólo bajaban para volver a subir otra vez.—Apenas dos días —balbuceó Mad, apartándose de los tiernos labios de Amalia justo lo necesario—. ¿Cómo esto puede sentirse mejor que hace dos días?—No... no sé... —su mirada soñadora se volvió absolutamente exquisita cuando, con la mueca que Mad ya conocía, se dejó ir una vez más.Él la acompañó y se deslizaron por la ola en espera de la siguiente. Mad descansó con la cabeza apoyada en el pecho de Amalia unos minutos que se hicieron eternos, pero aún así demasiado breves. Se interrumpieron con una llamada telefónica.Ya no habría más olas en lo que quedaba