VII Elegido de Dios

"Ana, cariño. No pensé que volvería a verte tan pronto". "Amor, eres la persona que estaba deseando ver". "Preciosa, ¿ya no estás enfadada conmigo?". Frases como estas se sucedían una tras otra en la turbada mente de Mad.

La gata se perdió de vista y él abrió la puerta, sin tiempo a decidirse qué decir.

—Hola, Ana —soltó con simpleza.

—Hola, Mad —dijo ella del mismo modo.

Ana entró, colgó su abrigo en el perchero y tomó asiento en la sala. Se frotaba las manos como si tuviera frío, pero la calefacción estaba encendida.

—¿Quieres un té?

—No, quiero que hablemos, Mad, lo necesito. No podré dormir hoy si no resolvemos... ese asunto. ¿Dónde la tienes escondida?

—¡¿A quién?!

—A esa... pistola —gesticuló. La angustiaba incluso tener que decir la nefasta plabra.

A Mad le volvió el alma al cuerpo, por un momento pensó lo peor.

—Está en la habitación.

Ana se cubrió la boca. De su bolso sacó un pañuelo y lo aferró a la espera de las lágrimas que pronto llegarían.

—Siempre... ¿siempre l
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