Amalia se alejó del toque de Mad y su intrusiva mirada. Siguió ordenando los víveres. —¿Quién te hizo eso?—Da igual. Compré unas pastas que nunca he probado. Voy a prepararlas con filete. ¿Es tan bueno el filete como se dice? Eso espero, era costoso, pero me mantuve dentro del presupuesto.—¿Quién fue? —Nadie importante, ya olvídalo. —Imposible. O me dices quién fue o me lo dices.—¿Y por qué te importa tanto? Ya perdí la cuenta de las veces que has intentado matarme, pero creo que van como tres. —No es lo mismo, yo nunca te golpearía. —Intentar matarme es peor. —Yo no intento matar, yo mato. A ti sólo te he asustado, nada más.—¡Y eso también es peor! Es tortura psicológica. —¿Por qué proteges a tu agresor? ¿Mantienes algún vínculo afectivo con él?—¡No!—¿Entonces?—¿Y por qué quieres saber? —Porque actualmente estás bajo mi protección. No me gusta sentir que he fallado.—Esto no tiene nada que ver con Markel, así que tampoco tiene nada que ver contigo. Y sí, te ves más sexy
Doce hombres de Antonio habían participado en la operación contra Markel que había salido mal, entre ellos doce debía estar el supuesto traidor del que sospechaba Mad. Terminó de revisar los documentos que le habían enviado algo decepcionado. Los movimientos bancarios de los sospechosos no revelaban nada irregular. —Tal vez todavía no le pagan —supuso K, su informante—. También puede tener una cuenta en un banco extranjero, eso será más difícil de averiguar, pero no imposible. Si le pagaron en efectivo será prácticamente imposible que lo descubramos.—¿Y el registro de llamadas?—En eso estoy actualmente. He revisado a cuatro, incluyendo sus mensajes de texto. Me tardaré al menos una semana en terminar con todos. Era mucho tiempo. Mad esperaba que las maniobras de la gata resultaran más efectivas.—Uf, eso estuvo magnífico —exclamó Eddie. Se limpió con el brazo el sudor de la frente y buscó algo en el cajón de su velador—. Había olvidado lo divertido que es jugar con perras callejera
La tibieza de las aguas volvió a envolver a Amalia, meciéndola como en una cuna. No quería abrir los ojos y descubrir que seguía en el piso de Eddie; no quería ver el ser grotesco y nauseabundo en que se había convertido. Un cosquilleo en un pie la hizo abrir los ojos por fin. Debía seguir en su viaje porque se encontró con Mad, aunque el muelle era ahora un baño y el mar, el agua de la tina en la que estaba metida. —Olías terrible y no iba a tocarte después de lo que pasó la última vez.El cosquilleo que la despertó era Mad tallándole un pie con una esponja. —Estoy desnuda —observó ella. Su voz era lenta, su cabeza pesaba demasiado.—Así es, la gente se baña sin ropa. —¿Me la quitaste tú?—No veo a nadie más por aquí. —Harás que me sonroje...Mad sonrió. —Podría esperar toda la noche a que eso ocurriera, pero ya es tarde —fue por una toalla al estante que había detrás de la puerta y se la dio. —Ana es muy afortunada. Ella conoce tu mejor lado. Éste es tu mejor lado, ¿no? Lo est
Amalia dejó una taza de té sobre el escritorio. Negro y con canela, así le gustaba a Mad.—¿Haces papeleo para la policía?Casi dos horas llevaba él encerrado en su despacho frente a la computadora. —Investigo —repuso, sin distraerse. —¿Algo confidencial?—Todo lo que hago es confidencial. —¿Puedo ayudarte en algo?—En nada de momento.Pese a aquella respuesta, Amalia permaneció allí. De vez en cuando Mad apartaba la vista de la pantalla y se encontraba con los ojos de la gata fijos en él. Su mirar insondable guardaba el mismo misterio de una laguna oscura. —¿No tienes nada que limpiar? —No hay trastes en la cocina, los pisos están relucientes, los cristales de las ventanas brillan. ¿Quieres que me vaya? ¿Acaso te desconcentró?—Para nada, pero pareces aburrida.Amalia fue hasta el librero. Tocó con su dedo los lomos mientras leía los títulos. Cogió un libro sobre plantas, algo que creyó que entendería entre tantos de medicina. Definitivamente Mad pensaba en todo. Ana jamás sospec
Mad seguía presionando las heridas de Ana cuando los paramédicos llegaron. Para sus suegros ya era tarde, pero ella luchaba por su vida pese a la gravedad de sus heridas. Él la acompañó en la ambulancia y sólo se separó de su lado cuando la ingresaron a la unidad de urgencias en la clínica. El propio Antonio llegó a verlo a la sala de espera, demostrando una vez más que tenía ojos y oídos en todas partes. —Luces terrible, chico. "Casi como ese día", completó el hombre en su mente. Mad tenía sangre hasta en el cabello y expresión ausente, de muerto en vida. Lo más bueno, puro y hermoso que tenía estaba a un paso de desvanecerse y él sólo podía estar allí, esperando, como había esperado junto al lecho de su madre enferma. El tiempo había pasado, él había crecido, se había vuelto fuerte y el dinero ya no le faltaba, pero se sentía tan indefenso e impotente como en aquel entonces. —¿Crees que hayan sido los hombres de Markel? —preguntó Antonio. De pronto la parálisis mental que h
Después de la llamada del detective, La furia de Mad disminuyó considerablemente. Guardó el arma, se quitó de encima de Amalia y pareció... perdido. —¿Te dijeron quién lo hizo? ¿Ya sabes que no fui yo?Mad asintió.—¡Infeliz trastornado! ¡Ibas a matarme por nada! ¡Te dije que no lo hice! ¡Te lo dije! ¡Ahora podría estar muerta!—Te habría comprado una bonita tumba.—¡No es gracioso!—Claro que no lo es, una muerte en vano es lamentable.—No puedes andar por ahí atacando a quien se te cruce por delante. ¡Me destrozaste la pierna!—La bala apenas te rozó, es un mero rasguño.A ella le dolía como si le faltara la mitad de la pierna. No quería ni mirarla porque no lo resistiría. Mad Intentó cogerla en sus brazos. Nada más le bastó a Amalia tenerlo cerca para descargar su ira a manotazos, que él recibió con resignación.—¡Mi vida también es valiosa, m4ldito!—Lo sé —susurró él, con voz pausada y serena, casi parecía incapaz de proferir los furiosos gritos amenazantes de antes. Un buen much
—Quédate aquí, no salgas —le advirtió Mad a Amalia. Las curiosas vueltas que daba la vida no les dejaban lugar para el aburrimiento. De querer matarla por atacar a Ana, ahora Mad intentaba protegerla de ella. Su novia, herida como estaba, se había escapado de la clínica y con eso convertido en la principal sospechosa del nefasto crimen que la había dejado huérfana. —Tú no mataste a tus padres, ¿verdad, Mad?—A mi padre nunca lo conocí y mi madre murió de leucemia. Era lo más importante en mi vida.—Apuesto a que sí. Esa Ana resultó ser más bestia que tú, es un demonio y tú la creías un ángel. Él nada dijo. Su vida junto a ella había sido lo más cercano a una estadía en el paraíso. Amalia quería preguntarle si mataría a Ana cuando la encontrara, pero sospechaba que la respuesta sería negativa. Mad podía ser un despiadado asesino, pero tenía su corazoncito y la bicha criminal seguía viviendo en él. —Voy a encontrarla. Está herida y no podrá ir muy lejos.—No confíes en ella, Mad. No
—¿Qué sabes de las golondrinas? Luego de su búsqueda, Mad regresó al departamento donde estaba Amalia. Ella lo miró con extrañeza. —Sé que pueden dar su vida con tal de ver a un príncipe feliz. ¿No vas a comer? Mad apartó con recelo su muslo de pollo. Probó algo de ensalada. —No soy muy instruida, pero he leído algunos clásicos —añadió Amalia. —No hablo de libros, sino de pandillas. Amalia masticó en silencio unos instantes. Bebió un sorbo de jugo y volvió a llenarse la boca. Habló cuando vació su plato. —Oí algunas historias, eran tan increíbles como las de la bestia de Abdali. Un día un tipo llegó al refugio. Llevaba una biblia y predicaba la palabra de Dios. Ofrecía una oportunidad de comenzar de nuevo: trabajo, techo, un futuro mejor. La parte de rezar no me interesaba, pero lo demás sí. Luego de hacernos varias preguntas, escogió a dos chicos. Le pregunté por qué a mí no y me dijo: "Porque tú no tienes nada que perder". Nadie en ese lugar tenía nada, por eso estábamos a