Terminadas las compras, Mad y Amalia se sentaron a la mesa de la cocina a comer las galletas que entre ella y Ana habían preparado. Mad las estudió con atención antes de probarlas. En una bandeja había unas galletas preciosas, con formas bien definidas y finamente decoradas con las figuras que un colorante dibujaba sobre ellas; en la otra había unas que intentaban parecer redondas, con chispas de colores desparramadas sobre ellas y otras de chocolate embarradas por doquier. No necesitaba ser un crítico gastronómico para saber que las segundas parecían vómito de perro. Tampoco necesitaba ser detective para saber cuáles había preparado su delicada Ana y cuáles eran de la gata. No importó que llevara a la mujer a las mejores tiendas, ella se las había arreglado para escoger siempre las prendas más feas o las que menos le favorecían. Su gusto espantoso le produjo jaqueca y se tomó la molestia de escoger por ella cada vez que pudo, para salvarla del desastre de vestirse sin gracia. Ahor
El estado en que Amalia regresó de su primera misión decía mucho sobre su poco profesionalismo, pero, ¿qué más se podía esperar de ella? No era más que una vulgar ladrona, una mujer oportunista, una carroñera que aprovechaba el menor descuido de los demás para conseguir lo que quería. Su naturaleza y actuar eran entendibles. Lo que no lo era en modo alguno fue lo que hizo Mad. El primer pensamiento que cruzó su cabeza por la mañana al despertarse en su cama fue Ana. Su dulce y hermosa Ana, la mujer más buena que había conocido, una santa que se privaba de los placeres carnales para mantenerse pura y casta para él cuando llegara el momento. Y ahora la había engañado de la peor forma posible. El peor traidor, eso era Mad.—¡No puede ser! ¡No puede ser! —se aferró la cabeza, consternado, asqueado de sí mismo. Después de lo ocurrido ya no sería capaz de verse ni al espejo. En un vano intento por comprender su actuar, intentó recordar lo ocurrido la noche anterior. Esperaba a la gata bebi
—¿Qué te pasó en la mano, amor?Mad había ido a buscar a Ana al campus donde ella estudiaba para pasar la tarde juntos. Un paseo por la avenida, charla en una cafetería, escarceos varios, lo habitual. —Un esguince de muñeca mientras me ejercitaba, no es nada grave. Las vendas en la mano ocultarían los tatuajes por un tiempo. —Mejor cuéntame cómo te ha ido en tus clases, Ana. —Muy bien. Tuve calificación máxima en el trabajo de investigación que hice con mis compañeras. —Felicitaciones. Creo que te mereces un premio. Cuando llegaron a la cafetería, Mad ya le había comprado flores, una pulsera de plata, chocolates y hasta un sombrero. Un niño entró al lugar para vender tarjetas. Mad lo llamó para comprarle una y se la dio a Ana. —Es idea mía o hiciste algo malo —dijo ella con suspicacia. —¿De qué hablas?—Estás sobrecompensando. Todos estos regalos cuando no es navidad ni mi cumpleaños me hacen pensar que intentas aliviar alguna culpa que guardas. Vaya cerebro que tenía Ana. A t
Amalia se alejó del toque de Mad y su intrusiva mirada. Siguió ordenando los víveres. —¿Quién te hizo eso?—Da igual. Compré unas pastas que nunca he probado. Voy a prepararlas con filete. ¿Es tan bueno el filete como se dice? Eso espero, era costoso, pero me mantuve dentro del presupuesto.—¿Quién fue? —Nadie importante, ya olvídalo. —Imposible. O me dices quién fue o me lo dices.—¿Y por qué te importa tanto? Ya perdí la cuenta de las veces que has intentado matarme, pero creo que van como tres. —No es lo mismo, yo nunca te golpearía. —Intentar matarme es peor. —Yo no intento matar, yo mato. A ti sólo te he asustado, nada más.—¡Y eso también es peor! Es tortura psicológica. —¿Por qué proteges a tu agresor? ¿Mantienes algún vínculo afectivo con él?—¡No!—¿Entonces?—¿Y por qué quieres saber? —Porque actualmente estás bajo mi protección. No me gusta sentir que he fallado.—Esto no tiene nada que ver con Markel, así que tampoco tiene nada que ver contigo. Y sí, te ves más sexy
Doce hombres de Antonio habían participado en la operación contra Markel que había salido mal, entre ellos doce debía estar el supuesto traidor del que sospechaba Mad. Terminó de revisar los documentos que le habían enviado algo decepcionado. Los movimientos bancarios de los sospechosos no revelaban nada irregular. —Tal vez todavía no le pagan —supuso K, su informante—. También puede tener una cuenta en un banco extranjero, eso será más difícil de averiguar, pero no imposible. Si le pagaron en efectivo será prácticamente imposible que lo descubramos.—¿Y el registro de llamadas?—En eso estoy actualmente. He revisado a cuatro, incluyendo sus mensajes de texto. Me tardaré al menos una semana en terminar con todos. Era mucho tiempo. Mad esperaba que las maniobras de la gata resultaran más efectivas.—Uf, eso estuvo magnífico —exclamó Eddie. Se limpió con el brazo el sudor de la frente y buscó algo en el cajón de su velador—. Había olvidado lo divertido que es jugar con perras callejera
La tibieza de las aguas volvió a envolver a Amalia, meciéndola como en una cuna. No quería abrir los ojos y descubrir que seguía en el piso de Eddie; no quería ver el ser grotesco y nauseabundo en que se había convertido. Un cosquilleo en un pie la hizo abrir los ojos por fin. Debía seguir en su viaje porque se encontró con Mad, aunque el muelle era ahora un baño y el mar, el agua de la tina en la que estaba metida. —Olías terrible y no iba a tocarte después de lo que pasó la última vez.El cosquilleo que la despertó era Mad tallándole un pie con una esponja. —Estoy desnuda —observó ella. Su voz era lenta, su cabeza pesaba demasiado.—Así es, la gente se baña sin ropa. —¿Me la quitaste tú?—No veo a nadie más por aquí. —Harás que me sonroje...Mad sonrió. —Podría esperar toda la noche a que eso ocurriera, pero ya es tarde —fue por una toalla al estante que había detrás de la puerta y se la dio. —Ana es muy afortunada. Ella conoce tu mejor lado. Éste es tu mejor lado, ¿no? Lo est
Amalia dejó una taza de té sobre el escritorio. Negro y con canela, así le gustaba a Mad.—¿Haces papeleo para la policía?Casi dos horas llevaba él encerrado en su despacho frente a la computadora. —Investigo —repuso, sin distraerse. —¿Algo confidencial?—Todo lo que hago es confidencial. —¿Puedo ayudarte en algo?—En nada de momento.Pese a aquella respuesta, Amalia permaneció allí. De vez en cuando Mad apartaba la vista de la pantalla y se encontraba con los ojos de la gata fijos en él. Su mirar insondable guardaba el mismo misterio de una laguna oscura. —¿No tienes nada que limpiar? —No hay trastes en la cocina, los pisos están relucientes, los cristales de las ventanas brillan. ¿Quieres que me vaya? ¿Acaso te desconcentró?—Para nada, pero pareces aburrida.Amalia fue hasta el librero. Tocó con su dedo los lomos mientras leía los títulos. Cogió un libro sobre plantas, algo que creyó que entendería entre tantos de medicina. Definitivamente Mad pensaba en todo. Ana jamás sospec
Mad seguía presionando las heridas de Ana cuando los paramédicos llegaron. Para sus suegros ya era tarde, pero ella luchaba por su vida pese a la gravedad de sus heridas. Él la acompañó en la ambulancia y sólo se separó de su lado cuando la ingresaron a la unidad de urgencias en la clínica. El propio Antonio llegó a verlo a la sala de espera, demostrando una vez más que tenía ojos y oídos en todas partes. —Luces terrible, chico. "Casi como ese día", completó el hombre en su mente. Mad tenía sangre hasta en el cabello y expresión ausente, de muerto en vida. Lo más bueno, puro y hermoso que tenía estaba a un paso de desvanecerse y él sólo podía estar allí, esperando, como había esperado junto al lecho de su madre enferma. El tiempo había pasado, él había crecido, se había vuelto fuerte y el dinero ya no le faltaba, pero se sentía tan indefenso e impotente como en aquel entonces. —¿Crees que hayan sido los hombres de Markel? —preguntó Antonio. De pronto la parálisis mental que h