305. Una boda

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La boda había llegado cuanto antes, Maximiliano quería que Julieta llevara su apellido, que su hija fuera parte de su familia de forma oficial. El salón estaba radiante. La luz de las lámparas de cristal reflejaba el brillo de las copas, de los cubiertos de plata y de las miradas cómplices que se cruzaban entre los invitados. La música flotaba en el aire, ligera y elegante, envolviendo a Maximiliano y Julieta en su propio mundo mientras danzaban en el centro de la pista.

Ella llevaba un vestido que parecía hecho de estrellas. Cada movimiento hacía que la tela brillara como si guardara un pedazo del cielo nocturno en su interior. Él, con su traje negro perfectamente ajustado, tenía el porte de un rey, pero en ese momento solo era un hombre enamorado, completamente entregado a la mujer que tenía entre sus brazos.

—No puedo creer que ya seas mi esposa —murmuró Maximiliano, acercándose peligrosamente a su oído.

—Ni yo que hayas sobrevivido a la boda sin matar a nadie —le respondió ell
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