304. Vacaciones en los Alpes

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El frío de los Alpes se desvanecía en la calidez del reencuentro. Cada uno se refugiaba en su cabaña, pero el destino—o quizás la complicidad—los había reunido para compartir más que un paisaje nevado. Tomás, siempre el que conectaba a las personas, había traído a Maxime, la hija de Max y Julieta, para que la familia se volviera a abrazar sin el peso de viejas batallas. Los enemigos, ya castigados por su propia mano o por la ley, se habían disipado, dejando solo la libertad y la alegría de un futuro sin sombras.

Reunidos en el vestíbulo de una de las cabañas, el ambiente era festivo y cómplice. Entre risas y miradas cómplices, Tomás, con esa picardía que lo caracterizaba, lanzó:

—Bueno, ahora ustedes son pareja o no —señala al par que tiene frente a él.

Max no dudó en responder sin tapujos:

—Lo somos —asintió con la alegría desbordándose de él.

Julieta, al oír la afirmación, sintió cómo el calor se extendía por sus mejillas, tiñéndolas de un rojo vivo. Con una sonrisa tímida, conf
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