238En el autobús que se dirigía al sanatorio en lo alto de la ciudad viajaban varias pacientes consideradas peligrosas. Habían sido condenadas por los jueces, pero su salud mental inestable hacía que fueran trasladadas a un lugar de máxima seguridad en lugar de cumplir sus sentencias en una prisión común.El vehículo avanzaba por una carretera desierta, escoltado por seis camionetas negras que corrían a alta velocidad detrás de él. De repente, dos de esas camionetas aceleraron y se interpusieron en el camino, obligando al conductor a frenar de golpe. El autobús se sacudió violentamente, haciendo que las reclusas, esposadas a sus asientos, se golpearan contra los respaldos.—¿Qué demonios sucede? —preguntó la oficial a cargo dentro del autobús, su rostro crispado de irritación mientras se levantaba para mirar al chofer.—Nos cortaron el paso. Esto no me gusta nada —respondió el hombre, con el ceño fruncido y los nudillos blancos por la tensión con la que sostenía el volante.—¡Mie
239La ambulancia se detuvo frente a la imponente mansión de los Rutland. Sus líneas limpias y modernas eran el reflejo perfecto de una familia que sabía combinar elegancia con funcionalidad. Aunque esta casa no era mi verdadero hogar, que estaba en Londres, la decisión de venir aquí parecía, al menos por ahora, la correcta.Cuando bajé de la ambulancia, aún sintiéndome algo débil, dos figuras esperaban en la entrada. Un hombre que no tardé en identificar como mi hermano menor, y un niño pequeño que, con solo un vistazo, supe que era mi hijo. Terrence. Su cabello rubio y sus ojos azules eran el espejo de los míos, y algo en su manera de mirarme removió algo que creí haber perdido.—¿Estás bien? —preguntó mi hermano con genuina preocupación en su voz.Solo asentí, demasiado cansado para extenderme en explicaciones.Fue entonces cuando bajé la mirada hacia el niño. A pesar de mi debilidad, no pude evitar que una pequeña sonrisa se formara en mis labios.—Hola, campeón —le dije, int
240Arabella y las demás habían sido “atentas”, pero no era difícil notar la falta de opciones que me daban. Estaban controlando cada aspecto de mi estadía aquí.“Son unas arpías. Cada una con sus sonrisas falsas y sus intenciones ocultas.”Pasé una mano por mi rostro, tratando de calmar el creciente enojo que sentía. Pero había algo más urgente que mi propia situación: Isabel.“¿Qué será de nuestro hijo si Isabel es trasladada a la cárcel de mujeres?”La imagen de un bebé dentro de su vientre creciendo, pequeño e indefenso, apareció en mi mente. No podía permitirlo. Si Isabel terminaba en prisión, ¿Quién la sacará de allí? ¿No hay nadie que me ayude? Solo la idea me enfermaba.“¡No puedo permitirlo!”Me levanté de la cama, tambaleándome un poco al principio, pero me estabilicé. Tenía que encontrar una manera de salir de esta mansión. Si tenía que jugar su juego por un tiempo para ganar su confianza, lo haría. Pero no podía quedarme aquí mientras Isabel enfrentaba un destino que no me
241Liliane observaba su reflejo en el gran espejo de su habitación. Su mirada se endureció al recordar todo lo que había perdido, especialmente al pequeño que nunca conocería. Su mano, como un gesto automático, acarició su vientre plano. Había imaginado un futuro muy diferente: uno donde Alejandro se rendiría ante la idea de tener una familia juntos, y donde el poder y la fortuna de los Hawks serían suyas por derecho.Pero ahora... "Todo eso se desmoronó por culpa de ellos."Julieta, Maximiliano, Dimitri. Sus nombres se repetían en su mente como un mantra oscuro. Cada uno de ellos había jugado un papel en su desgracia, directa o indirectamente, y Liliane estaba decidida a que pagaran por ello.Alejandro le había confrontado a Liliane muchas veces:—Sal de esa casa, Liliane. Esa gente te destruirá —repetía las pocas veces que hablábamos.Pero ella no le había hecho caso. "Porque nunca escucho, porque siempre pienso que puedo manejarlo todo, y ahora perdí a mi hijo" se recriminó a
242Julieta arregló todo para que sus padres se llevaran a su hija Maxime fuera del país. Sabía que era lo mejor para la pequeña, y aunque su corazón estaba partido, no podía dejar de pensar en que lo hacía por ella. Julieta aún no podía moverse de allí sin sacar a Maximiliano de la cárcel; no pensaba dejarlo en ese lugar.—Gracias —dijo el padre de Maximiliano, con un tono que intentaba esconder la gratitud pero que no podía evitar.—No lo hago por usted, lo hago por él, señor Hawks —respondió Julieta, con firmeza, asegurándose de que sus palabras no se malinterpretaran.—Lo sé, y por eso gracias —contestó el anciano, antes de alejarse, sin decir más.Julieta se quedó un poco desconcertada, perdida en sus pensamientos. El ambiente se había vuelto pesado y silencioso, pero pronto, la voz de Anthony rompió ese silencio.—Él ha cambiado mucho, se ha aceptado a sí mismo últimamente —comentó el anciano, con un dejo de orgullo en la voz, mirando a su hijo.Julieta sabía lo que su pad
243Dentro de la cárcel, la vida para Maximiliano se volvía una montaña rusa de desafíos constantes. No solo eran los enfrentamientos físicos los que ponían a prueba su fortaleza; el aislamiento emocional y la constante incertidumbre también lo consumían. Había aprendido rápido que confiar en alguien podía costarle caro, pero incluso en ese entorno, algunas alianzas eran inevitables. Kenny, quien se había convertido en algo cercano a un mentor, le enseñaba las reglas no escritas de la prisión.—Escucha, Max. Aquí no se trata solo de sobrevivir, se trata de cómo sobrevives. Cada decisión que tomes, cada palabra que digas, importa —dijo Kenny una noche mientras compartían una comida escasa en el comedor— hay que usar el cerebro.Maximiliano asintió, observando su entorno. Había grupos bien definidos en la prisión: los que lideraban con fuerza, los que se escondían en las sombras, y los que, como él, intentaban encontrar un equilibrio. Pero sabía que mantenerse neutral no era una op
244Julieta estaba revisando unos papeles en su oficina, su mirada fija y concentrada mientras el murmullo de las llamadas y teclados en la oficina apenas lograban penetrar su burbuja de concentración. Los socios habían optado por mantenerse al margen desde que la crisis había comenzado, dejando a Julieta manejar el peso de Hawks Holdings prácticamente sola.El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su trance. Era Matteo, su asistente, quien entró con pasos cautelosos. Julieta levantó la vista, y la línea de su ceño se hundió ligeramente al notar la gota de sudor que se formaba en la frente del joven. La tensión en la oficina era palpable desde que Maximiliano Hawks había sido encarcelado. Julieta, conocida por su frialdad, parecía haberse vuelto más implacable. Su aura gélida intimidaba incluso a los más audaces.—¿Qué sucede, Mateo? —preguntó con un tono que no invitaba a la dilación.—Señora Beaumont, hay alguien afuera… no tiene cita, pero insiste en verla —respondió, su voz te
245Julieta observaba al hombre frente a ella, deseando poder eliminarlo de su vida.—Señor Sebastián, tiene coraje —admitió Julieta—. ¿Qué quiere? Déjese de rodeos.—Me gustaría decir que lo que quiero está disponible —la miró a los ojos sin titubear—. Por ahora, solo la ayudaré.—¿Cuánto me costará esa “ayuda”? —preguntó Julieta, levantando una ceja.Estaba nerviosa; comenzó a jugar con un bolígrafo sin dejar de mirar a Sebastián Deveroux.—Necesita enfocarse en la empresa. Nuestro trato no puede verse afectado por la situación de Maximiliano; es una distracción. Déjeme deshacerme de esa distracción —ofreció, como si propusiera ayudar a una anciana a cruzar la calle.—Qué magnánimo eres, Sebastián —lo tuteó—. Pero créeme, matar a Maximiliano no hará que me concentre más o menos; podría provocar que cosas malas te sucedan.La amenaza, apenas velada, sorprendió a Sebastián; no esperaba que ella manejara las cosas de esa manera.—No puede sola, señorita Beaumont. Es bueno que aceptes a