245. Cena y alianzas

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Julieta observaba al hombre frente a ella, deseando poder eliminarlo de su vida.

—Señor Sebastián, tiene coraje —admitió Julieta—. ¿Qué quiere? Déjese de rodeos.

—Me gustaría decir que lo que quiero está disponible —la miró a los ojos sin titubear—. Por ahora, solo la ayudaré.

—¿Cuánto me costará esa “ayuda”? —preguntó Julieta, levantando una ceja.

Estaba nerviosa; comenzó a jugar con un bolígrafo sin dejar de mirar a Sebastián Deveroux.

—Necesita enfocarse en la empresa. Nuestro trato no puede verse afectado por la situación de Maximiliano; es una distracción. Déjeme deshacerme de esa distracción —ofreció, como si propusiera ayudar a una anciana a cruzar la calle.

—Qué magnánimo eres, Sebastián —lo tuteó—. Pero créeme, matar a Maximiliano no hará que me concentre más o menos; podría provocar que cosas malas te sucedan.

La amenaza, apenas velada, sorprendió a Sebastián; no esperaba que ella manejara las cosas de esa manera.

—No puede sola, señorita Beaumont. Es bueno que aceptes a
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