Capítulo XXVI

Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Marcela no pudo dejar de notar cómo la miraron quienes pasaban por la recepción, tanto hombres como mujeres. Muy pocas veces alguien se había detenido para observarla, pero ahora se sintió como una gorgona que hubiera convertido en piedra a todos los que estaban frente a ella. Se sonrojó y caminó hasta su cubículo de trabajo, sin por ello dejar de sentir el asedio de ojos al que era sometida, pero cuando pasó frente a la oficina de Sergio, de grandes cristales que permitían ver tanto por dentro como hacia afuera, los ojos de su amigo la atravesaron como un ariete que le hubiera hecho astillas el pecho. Intentó conservar la calma, suspiró y se sentó. 

Cuando el computador terminaba el proceso de arranque, alcanzó a percibir la colonia de Sergio. Vio su sombra proyectada sobre la alfombra y un segundo después su rostro, asomado por encima del panel del cubíc

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