Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Marcela no pudo dejar de notar cómo la miraron quienes pasaban por la recepción, tanto hombres como mujeres. Muy pocas veces alguien se había detenido para observarla, pero ahora se sintió como una gorgona que hubiera convertido en piedra a todos los que estaban frente a ella. Se sonrojó y caminó hasta su cubículo de trabajo, sin por ello dejar de sentir el asedio de ojos al que era sometida, pero cuando pasó frente a la oficina de Sergio, de grandes cristales que permitían ver tanto por dentro como hacia afuera, los ojos de su amigo la atravesaron como un ariete que le hubiera hecho astillas el pecho. Intentó conservar la calma, suspiró y se sentó.
Cuando el computador terminaba el proceso de arranque, alcanzó a percibir la colonia de Sergio. Vio su sombra proyectada sobre la alfombra y un segundo después su rostro, asomado por encima del panel del cubíc
Después de la conversación con su hermanastra, los días pasaron en una constante angustia para Estefanía. Las visitas de Antonio continuaron, como de costumbre, a las seis de la tarde y se prolongaban hasta las nueve o diez de la noche. Para Estefanía, aquellas eran las tres o cuatro horas más tormentosas y cada vez que estaba a solas con su esposo, o incluso acompañada, cuando se sentaban a comer, ella temía que él la confrontase, en cualquier momento, y denunciara, en público o privado, su infidelidad. Lo que más temía no era el escarnio, o el hecho de que iniciara un proceso de divorcio, con la subsecuente vergüenza, las explicaciones y el juicio de todos los que la conocían, sino el destino de los mellizos. Cuando pensaba en Héctor y Marco sentía un profundo hoyo en el pecho, como si el aire se le escapara por esa apertura. Pero o bien Ant
Estefanía bajó al cuarto de estudio de su papá donde, la noche anterior, lo había visto hablando con Antonio y supo que estuvieron reunidos casi hasta la madrugada porque se quedó dormida antes de que su esposo subiera a despedirse. Suponía que habían estado hablando sobre su regreso al apartamento ahora que estaba próximo a cumplirse el primer mes desde el nacimiento de los mellizos. Su padre no tardó en confirmar lo correcto de su suposición.—¿Tú qué piensas? ¿Qué es lo que quieres? —Antes de responder, Estefanía pensó en lo que su padre y su esposo debieron hablar, además de su regreso, porque ese único tema no justificaba el tiempo que pasaron reunidos. Se lo preguntó de forma directa—. Antonio está considerando una inversión
Fue quizá el cuarto o quinto día desde que regresó a la empresa cuando Marcela vio, por primera vez, a Antonio reuniéndose con Sergio en su oficina. La sombra de la infidelidad de Estefanía estrujó su corazón y casi se sintió rebotada de solo verlo, pero cuando vio a los dos amigos saludarse con afabilidad y hablar como si no hubiese la menor mancilla en su relación, se tranquilizó. Lo siguió viendo con frecuencia, por lo menos cada día de por medio. Se reunían por no más de una hora y después Antonio se despedía de ella, cuando sus miradas se cruzaban a través de la distancia de varios cubículos, sin llegar a acercarse. Así fue hasta ese viernes de fin de mes, cuando Antonio salió del ascensor con un rostro más jovial que de costumbre, tanto, que Marcela hubiera apostado a que no solo acababa
Estefanía nunca se había demorado tan poco en la ducha y no había terminado de secarse cuando ya estaba sentada sobre la cama, la laptop apoyada en las piernas, con la página de la sucursal virtual, del banco en el que Antonio tenía su cuenta principal, frente a sus ojos. Por medio de otros documentos que tenía en el computador, tenía el número de cuenta de su esposo y creía recordar la clave de cuatro dígitos que le bastaba para ingresar y revisar sus movimientos, pero después de haber errado por dos veces la clave, que seguro Antonio había cambiado después de la discusión en la que Estefanía exhibió los saldos de su cuenta, temía arriesgarse a introducirla por tercera vez y que el acceso quedara bloqueado. De ser así, con toda seguridad el banco se comunicaría con Antonio, así fuese con un sencillo mensaje de te
Esa tarde, cuando regresó a la casa de la mamá de Antonio, Marcela estaba sonriente y Esperanza no tardó en percatarse de su cambio de ánimo.—En la cena me tienes que contar lo que te tiene tan radiante. —Le dijo cuando estaba por salir a hacer unas compras. Marcela asintió con una sonrisa que sus labios no habían dejado salir desde el bochornoso día en el salón de belleza.Cuando entró en su habitación, la vio tan oscura y fría que sintió ganas de redecorar. Gracias a que no había cometido el desastroso error de dejar el puesto que le había dado Sergio en su empresa, tenía el dinero suficiente para hacer las compras que necesitaba por internet. Se acostó en la cama y entró a varias tiendas en línea. Así e
Lo que había dicho hizo implosión en la tranquilidad que, hasta ese momento, había reinado en la casa de sus padres. Debió explicarse y, como suponía, mostrarle alguna prueba a su padre de lo que estaba diciendo. Cuando bajó su laptop e ingresó a los extractos bancarios de Antonio, Ignacio Alarcón apenas los miró y dijo:—Eso no me prueba nada.—Pero, papá —dijo Estefanía—. ¿Es que no lo ves? Está en cero, no tiene nada.La mirada de su padre la llenó de angustia. Empezaba a ver que había expuesto a Antonio para nada.—Me estás mostrando una cuenta a nombre de su marido, ¿pero acaso no sabes si tiene otras?
Era una bobada, lo sabía, pero empacó en su cartera una de las toallas de manos estampadas del motel. Cuando llegó a su casa, recortó el estampado y lo guardó en la misma caja en la que conservaba las cartas de amor que le había escrito Antonio, los detalles que le había regalado en los meses que llevaban de novios y otras nimiedades, como el pétalo de la flor que Antonio puso entre su cabello, a las que Marcela les daba la importancia de objetos sagrados. En el transcurso de la tarde, no pudo -tampoco quiso- sacarse de la cabeza la maravillosa noche anterior, la mejor y más especial en su vida y todo porque Antonio era el hombre más maravilloso del mundo. Quería gritarlo, decirle al mundo que el suyo era el novio perfecto, el hombre que la amaba y se lo había demostrado con la mayor de las delicadezas, el más tierno de los amores, los besos más apasionad
Sergio no estaba mal. ¿Por qué no se había fijado antes en él? Bueno, con tantos hombres que se le acercaban, la mayoría de ellos unos bobazos completos, era difícil distinguir. Aunque, ahora que lo consideraba, Sergio tal vez sí fue uno de esos que intentó seducirla. Su rostro y voz le eran familiares, y no solo por las clases en las que se habían visto. Igual, ya no importaba y, si Sergio lo intentaba, y lo sabía hacer, ella, Estefanía Alarcón, estaba dispuesta a darle una oportunidad.Debió atraerlo con la mente porque su nombre apareció en la pantalla del celular.—Hola, Estefa, ¿cómo has estado? —saludó Sergio.—¿Quién es? —preguntó Estef