Fue quizá el cuarto o quinto día desde que regresó a la empresa cuando Marcela vio, por primera vez, a Antonio reuniéndose con Sergio en su oficina. La sombra de la infidelidad de Estefanía estrujó su corazón y casi se sintió rebotada de solo verlo, pero cuando vio a los dos amigos saludarse con afabilidad y hablar como si no hubiese la menor mancilla en su relación, se tranquilizó. Lo siguió viendo con frecuencia, por lo menos cada día de por medio. Se reunían por no más de una hora y después Antonio se despedía de ella, cuando sus miradas se cruzaban a través de la distancia de varios cubículos, sin llegar a acercarse. Así fue hasta ese viernes de fin de mes, cuando Antonio salió del ascensor con un rostro más jovial que de costumbre, tanto, que Marcela hubiera apostado a que no solo acababa
Estefanía nunca se había demorado tan poco en la ducha y no había terminado de secarse cuando ya estaba sentada sobre la cama, la laptop apoyada en las piernas, con la página de la sucursal virtual, del banco en el que Antonio tenía su cuenta principal, frente a sus ojos. Por medio de otros documentos que tenía en el computador, tenía el número de cuenta de su esposo y creía recordar la clave de cuatro dígitos que le bastaba para ingresar y revisar sus movimientos, pero después de haber errado por dos veces la clave, que seguro Antonio había cambiado después de la discusión en la que Estefanía exhibió los saldos de su cuenta, temía arriesgarse a introducirla por tercera vez y que el acceso quedara bloqueado. De ser así, con toda seguridad el banco se comunicaría con Antonio, así fuese con un sencillo mensaje de te
Esa tarde, cuando regresó a la casa de la mamá de Antonio, Marcela estaba sonriente y Esperanza no tardó en percatarse de su cambio de ánimo.—En la cena me tienes que contar lo que te tiene tan radiante. —Le dijo cuando estaba por salir a hacer unas compras. Marcela asintió con una sonrisa que sus labios no habían dejado salir desde el bochornoso día en el salón de belleza.Cuando entró en su habitación, la vio tan oscura y fría que sintió ganas de redecorar. Gracias a que no había cometido el desastroso error de dejar el puesto que le había dado Sergio en su empresa, tenía el dinero suficiente para hacer las compras que necesitaba por internet. Se acostó en la cama y entró a varias tiendas en línea. Así e
Lo que había dicho hizo implosión en la tranquilidad que, hasta ese momento, había reinado en la casa de sus padres. Debió explicarse y, como suponía, mostrarle alguna prueba a su padre de lo que estaba diciendo. Cuando bajó su laptop e ingresó a los extractos bancarios de Antonio, Ignacio Alarcón apenas los miró y dijo:—Eso no me prueba nada.—Pero, papá —dijo Estefanía—. ¿Es que no lo ves? Está en cero, no tiene nada.La mirada de su padre la llenó de angustia. Empezaba a ver que había expuesto a Antonio para nada.—Me estás mostrando una cuenta a nombre de su marido, ¿pero acaso no sabes si tiene otras?
Era una bobada, lo sabía, pero empacó en su cartera una de las toallas de manos estampadas del motel. Cuando llegó a su casa, recortó el estampado y lo guardó en la misma caja en la que conservaba las cartas de amor que le había escrito Antonio, los detalles que le había regalado en los meses que llevaban de novios y otras nimiedades, como el pétalo de la flor que Antonio puso entre su cabello, a las que Marcela les daba la importancia de objetos sagrados. En el transcurso de la tarde, no pudo -tampoco quiso- sacarse de la cabeza la maravillosa noche anterior, la mejor y más especial en su vida y todo porque Antonio era el hombre más maravilloso del mundo. Quería gritarlo, decirle al mundo que el suyo era el novio perfecto, el hombre que la amaba y se lo había demostrado con la mayor de las delicadezas, el más tierno de los amores, los besos más apasionad
Sergio no estaba mal. ¿Por qué no se había fijado antes en él? Bueno, con tantos hombres que se le acercaban, la mayoría de ellos unos bobazos completos, era difícil distinguir. Aunque, ahora que lo consideraba, Sergio tal vez sí fue uno de esos que intentó seducirla. Su rostro y voz le eran familiares, y no solo por las clases en las que se habían visto. Igual, ya no importaba y, si Sergio lo intentaba, y lo sabía hacer, ella, Estefanía Alarcón, estaba dispuesta a darle una oportunidad.Debió atraerlo con la mente porque su nombre apareció en la pantalla del celular.—Hola, Estefa, ¿cómo has estado? —saludó Sergio.—¿Quién es? —preguntó Estef
Ese día Marcela y Antonio vendrían a almorzar, por lo que Estefanía esperaba que estuvieran llegando sobre las once o doce. No sabía qué tan incómodo iba a ser, no solo por el hecho de que no hubiera vuelto a hablar con su amiga por dos semanas, conscientes las dos del muro que se interponía en su amistad y que, de no ser resuelto pronto, podría truncar su relación. Con Antonio era diferente, porque, aunque, en apariencia su matrimonio estaba bien, Estefanía había llegado a la conclusión de nunca sabría con certeza si Antonio sabía o no que le había sido infiel con su mejor amigo y, para concluir esa molesta pintura, el lienzo estaba enmarcado con el asunto de las finanzas que, de seguro, su padre en algún momento sacaría a la luz y Antonio le preguntaría a ella por su intromisión. Nubes negras se veían en el hori
Marcela vio pasar a Estefanía hacia el jardín, a donde se había adelantado Sergio después de saludar a Ignacio y Estela. Verla dirigirse hacia allá le molestó porque sabía que era para verse con él, pero si quería retomar el camino con Sergio, él tenía que aclarar su situación con ella. No pudo evitar pensar en lo que sucedió en el trayecto de venida, después de que la sorprendiera la presencia de Sergio en el asiento de atrás del carro de Antonio. —Marce, me encanta el olor de tu cabello —dijo Sergio después de que Antonio hubiera arrancado el vehículo y mientras se acercaba, desde el asiento trasero, para enterrar su nariz en su cabeza—. También la blusa que escogiste.Marcela miró a Antonio, esperando ver qué cara tenía ante el comentario de Sergio, pero él estaba concentrado en el camino y era como si no los hubiera escuchado. —Gracias. —Se giró para ver a Sergio. Estaba sonriente, de muy buen humor, vestía informal, pero elegante, con una camisa púrpura que iba muy bien con su
Estefanía saludó a Antonio y a Marcela con cierta frialdad, como si los culpara por haber traído a Sergio, que entró a la casa para sentarse en la sala, junto a Ignacio. Antonio imitó a su amigo, después de haber saludado a los mellizos, que estaban con Carmen, la enfermera, y se sentó de manera que el papá de Estefanía quedó entre él y Sergio. Marcela también siguió y se sentó al lado derecho de Estela, mientras que Estefanía lo hizo a la izquierda de su madre. Después de servir whisky a los caballeros, la empleada de la casa ofreció coctel de margaritas a las mujeres. —No deberías beber si estás lactando —dijo Estela a su hija cuando la vio recibir la copa con margarita. —Eso son mitos, mamá. ¿De verdad crees que le voy a pasar alcohol a los mellizos a través de la leche?Estefanía estaba de mal humor. Sabía que el almuerzo no iba a ser un acontecimiento cómodo, pero con la llegada de Sergio, que parecía sentirse el dueño de casa, iba a resultar peor de lo que había llegado a cons