Capítulo XXXIII

Era una bobada, lo sabía, pero empacó en su cartera una de las toallas de manos estampadas del motel. Cuando llegó a su casa, recortó el estampado y lo guardó en la misma caja en la que conservaba las cartas de amor que le había escrito Antonio, los detalles que le había regalado en los meses que llevaban de novios y otras nimiedades, como el pétalo de la flor que Antonio puso entre su cabello, a las que Marcela les daba la importancia de objetos sagrados. En el transcurso de la tarde, no pudo -tampoco quiso- sacarse de la cabeza la maravillosa noche anterior, la mejor y más especial en su vida y todo porque Antonio era el hombre más maravilloso del mundo. Quería gritarlo, decirle al mundo que el suyo era el novio perfecto, el hombre que la amaba y se lo había demostrado con la mayor de las delicadezas, el más tierno de los amores, los besos más apasionad

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