Después de atravesar la puerta, Sergio se encontró en un corredor iluminado por una única bombilla y un fuerte hedor a humedad. A su lado, sentada en una banca, estaba la joven que lo había dejado entrar.—Es tu primera vez. —Sergio no supo si la joven se lo preguntaba o estaba haciendo una afirmación. Asintió con la cabeza—. Sigue derecho por el corredor. Sergio volvió a asentir y caminó a través de un pasadizo que no tardó en oscurecerse. Debió sacar su celular y usar la función de linterna para iluminar el trayecto, que no fue tan largo como temía. Pasó a través de una cortina de cuentas de madera y entró a una gran sala con la apariencia de un bar clandestino, de techo bajo, luces rojas, poca concurrencia y una atractiva barman que, después de recorrerlo con la mirada, le sonrió. Atraído por la chica que atendía la barra, consideró que lo mejor era sentarse allí y esperar a Angélica. Apagó la linterna del celular y revisó la hora.10:54 p.m La barman, una joven de pelo negro cor
Estefanía y Marcela salieron juntas de la casa, de regreso a la mesa. Cuando se sentaron, los demás ya estaban comiendo el postre, un mousse de limón.—¿Qué les pasó, niñas? —preguntó Estela— Ya les traen de regreso la trucha, que se había enfriado. Estefanía y Marcela agradecieron el gesto, pero su atención estaba puesta en sus parejas, en particular en Sergio, que las recibió con una sonrisa. —Llegamos a pensar que se habían ido a festejar solas —dijo Sergio.—¿A festejar? ¿De qué hablas? —preguntó Estefanía.Sergio la miró unos segundos antes de responder. La conocía lo suficiente para saber que estaba tramando algo y eso lo emocionaba. —No te hagas, Teffa —contestó Sergio—. Hace un momento, Antonio estaba contándole a Ignacio y Estela los planes de los que te hablé, para esta noche. —Ah, eso —dijo Estefanía con disimulado desdén—. Ya lo había olvidado. —Hace mucho no se reúnen los cuatro—dijo Estela sosteniendo un trozo de mousse en la cuchara—. Le dije a Antonio que estaría
De regreso a casa, con la cabeza apoyada contra la ventanilla del autobús sobre la que golpeaba la lluvia de una tarde gris, Estefanía se preguntaba cómo iba a decirle a Antonio que estaba embarazada. No lo quiso creer cuando vio el resultado de la primera prueba, que arrojó en el depósito de basuras del edificio. Lo hizo una segunda vez y el resultado fue el mismo, ¿a quién quería engañar? Era obvio que las pruebas no se equivocaban cuando el resultado era positivo. Aun así, fue al ginecólogo, para lo que debió hacer creer a Antonio que iría a una tarde de chicas con su amiga Marcela. El especialista se limitó a confirmarlo con una sonrisa que ella respondió como si fuese lo más maravilloso del mundo, y así debería ser si tan solo el padre de esa criatura, que la llamaría madre, fuera de él, y no de Sergio, el mejor amigo de su esposo. Pese al
Antonio colgó el celular con la cabeza inclinaba, mirando al suelo. Luego giró la vista para contemplar a su esposa, sentada en el sofá mientras veía la televisión comiendo unas crispetas que apoyaba contra su prominente panza, de casi nueve meses. Estefanía no dijo nada, pero conocía los gestos de su esposo cuando estaba preocupado y por los surcos que arrugaban su rostro, sabía que lo estaba más de lo normal. Sus sospechas, de hacía algo más de un año, se estaban haciendo realidad.El emprendimiento de Antonio no marchaba bien y el dinero de su liquidación se estaba agotando. No era que fuese una gran conocedora de administración de empresas, pero su padre, y su familia en general, eran empresarios exitosos y algo sabía sobre los riesgos en los negocios, lo que ocurría cuando se gastaba mucho más de lo que ingresaba y que los planes de su marido a corto pla
—¿Se lo has dicho? —preguntó Marcela cuando Estefanía regresó a su apartamento, dos meses después de su primera visita al ginecólogo.—Como dijimos —contestó, tocándose la barriga—. Se lo diría cuando ya se me empezara a notar.Marcela hubiera querido reír y preguntar con la mayor de las algarabías, pero lo hizo en un tono que parecía más adecuado para un velorio.—¿Y qué dijo?Las lágrimas corrieron por las mejillas de Estefanía.—Está feliz, muy feliz. Me abrazó, me besó, me tomó como cien fotos en dos mil poses distintas. Llamó a su mamá y empezó a publicarlo en las redes.Las dos amigas se abrazaron.—Esta vez sí voy a recibirte la manzanilla.Marcela preparó la infusión en silencio, pasando
Sergio caminaba de un lado a otro por el pasillo, observado por Marcela, sentada sobre una silla plástica, al costado de un garrafón de agua vacío. Por momentos intercambiaban una mirada, pero al instante se evadían, solo para volverse a encontrar unos minutos después. Vieron a las enfermeras entrar con los gemelos y entonces volvieron a unir sus miradas.—¿Te parece si vamos por un café? —preguntó Sergio.Marcela asintió y tomaron juntos el ascensor, en silencio.La loción de Sergio impregnó el elevador. Era un hombre de casi dos metros, tan grueso que casi ocupaba la mitad del cubículo, reduciendo a su compañera a un costado, contra la pared. Mantenía la cabeza gacha, las manos juntas, el rostro de un niño que ha sido regañado por su padre después de una diablura. Marcela no sabía si compadecerlo o también reprocharle
Doña Estela, madre de Estefanía Alarcón, convenció a su hija, sin mucho esfuerzo, para que se quedara en su casa durante el primer mes del posparto.—Antonio está de acuerdo y me ha dicho que si tu lo estás, no ve ningún problema en que te pases ese primer mes con nosotros. En casa tendrás todos los cuidados y tu padre ha hablado ya con dos enfermeras privadas para que te asistan en la recuperación.Después del desmayo, Estefanía se recuperaba con satisfacción. Esperaba el alta del médico al día siguiente. Por su estado, no había podido amamantar a los gemelos, que debían ser alimentados con fórmula por una enfermera. Eso sí, desde esa noche dormirían en la habitación de su madre, junto con su abuela Estela, a quien habían adaptado un sofá cama después de que insistiera en que sería lo mejor para s
La madre de Estefanía terminaba de empacar la ropa de maternidad que su esposo había comprado para su hija y que les hubiera permitido vencer el tedio de la tarde, los mellizos acababan de comer y estaban dormidos cuando llegó Antonio. Saludó a su suegra, que salió de la habitación como un demonio que ha visto al sacerdote aproximarse, luego observó a los recién nacidos y besó a su esposa en la frente. Tenía el rostro de un día difícil. Se sentó a un costado de la cama.—¿Cómo te has sentido?—Mucho mejor. Mañana el médico debe darme el alta.—¿Hablaste con tu mamá sobre irte a pasar un mes en su casa?—Sí. Papá me compró ropa y otras cosas para este primer mes. Nos iremos apenas me den la salida.Pese al cansancio que doblaba sus hombros, Antonio se levantó y comenz