Sergio llegó a la oficina de la profesora faltando cinco minutos para las tres de la tarde. Quedaba, como había previsto, en un lujoso edificio del centro financiero de la ciudad y el piso del despacho no lo era menos. Mientras repasaba los temas de la clase, se anunció con… el secretario, un joven no más de tres años mayor que él, vestido con un elegante traje de por lo menos quinientos dólares y que lo saludó de manera muy atenta. —Enseguida lo hago pasar, joven.Por su tono de voz y movimientos, Sergio supuso que debía ser gay. No esperó más de dos minutos y vio salir a la profesora por el corredor que llevaba a su oficina. —Señor Molina —saludó la profesora—. Siga, por favor. Esteban —dijo, dirigiéndose al secretario—, no estaré disponible por las próximas dos horas. Toma mis llamadas. —Por supuesto, señora —contestó Esteban con una ligera inclinación de cabeza que, a Sergio, le pareció exagerada para un empleado. «¿Dos horas?», pensó Sergio. «¿Va a dedicar dos horas a un exám
Sergio no estaba seguro de lo que debía hacer. Había tomado un taxi luego de reclamar el traje, que ahora llevaba colgado de un gancho y cubierto con un forro de cuero, y mientras veía el logo de la prestigiosa marca de moda que lo había confeccionado, se preguntaba si debía compartir su experiencia con Antonio y contarle la extraña situación propuesta por Angélica, la profesora de su clase de Emprendimiento e Innovación, pero, de otra parte, había entendido que la invitación era personal y que llevar a su amigo a ese sitio sería una pérdida de tiempo para él. Llegó a su casa sin haberse decidido y cuando su madre le preguntó el motivo de su tardanza, le dijo que se había quedado estudiando con un amigo. Ya en su habitación, luego de evitar que su madre lo viera con el costoso traje, se probó el vestido. Le quedaba un poco ajustado, pero eso incluso lo hacía ver mejor porque le daba la apariencia de ser bastante ancho. Ya viéndose vestido, se decidió a que la invitación no debía ser
La trucha se sirvió con salsa holandesa y limón, ensalada de rábanos con tomate y rúcula y cascos de papas al vapor. Aunque el plato se veía genial, Estefanía sabía que no podría dar un solo bocado al pescado. Le costaba entender la actitud de Sergio, que actuaba como si el hecho de que descubrieran su infidelidad no le molestara en lo más absoluto, es más, Estefanía incluso estaba considerando que Sergio quería ser descubierto.—¿No vas a comer, bebé? —preguntó Antonio a Estefanía— Sé que la trucha es tu favorita, después del salmón. —No sé, de un momento a otro no me siento bien. —¿Qué pasa, Teffa? —dijo Sergio— Hoy, no sé, te noto como distante, ¿o solo soy yo? De haber podido, Estefanía se habría abalanzado sobre la mesa para estrujar el cuello de Sergio hasta verlo morado, con la lengua afuera pidiéndole perdón por todo lo que había dicho y hecho, empezando por colarse a un almuerzo al que no estaba invitado.—Sí, hija, hoy estás extraña —dijo Estela—. Pedí que prepararan truc
Después de atravesar la puerta, Sergio se encontró en un corredor iluminado por una única bombilla y un fuerte hedor a humedad. A su lado, sentada en una banca, estaba la joven que lo había dejado entrar.—Es tu primera vez. —Sergio no supo si la joven se lo preguntaba o estaba haciendo una afirmación. Asintió con la cabeza—. Sigue derecho por el corredor. Sergio volvió a asentir y caminó a través de un pasadizo que no tardó en oscurecerse. Debió sacar su celular y usar la función de linterna para iluminar el trayecto, que no fue tan largo como temía. Pasó a través de una cortina de cuentas de madera y entró a una gran sala con la apariencia de un bar clandestino, de techo bajo, luces rojas, poca concurrencia y una atractiva barman que, después de recorrerlo con la mirada, le sonrió. Atraído por la chica que atendía la barra, consideró que lo mejor era sentarse allí y esperar a Angélica. Apagó la linterna del celular y revisó la hora.10:54 p.m La barman, una joven de pelo negro cor
Estefanía y Marcela salieron juntas de la casa, de regreso a la mesa. Cuando se sentaron, los demás ya estaban comiendo el postre, un mousse de limón.—¿Qué les pasó, niñas? —preguntó Estela— Ya les traen de regreso la trucha, que se había enfriado. Estefanía y Marcela agradecieron el gesto, pero su atención estaba puesta en sus parejas, en particular en Sergio, que las recibió con una sonrisa. —Llegamos a pensar que se habían ido a festejar solas —dijo Sergio.—¿A festejar? ¿De qué hablas? —preguntó Estefanía.Sergio la miró unos segundos antes de responder. La conocía lo suficiente para saber que estaba tramando algo y eso lo emocionaba. —No te hagas, Teffa —contestó Sergio—. Hace un momento, Antonio estaba contándole a Ignacio y Estela los planes de los que te hablé, para esta noche. —Ah, eso —dijo Estefanía con disimulado desdén—. Ya lo había olvidado. —Hace mucho no se reúnen los cuatro—dijo Estela sosteniendo un trozo de mousse en la cuchara—. Le dije a Antonio que estaría
De regreso a casa, con la cabeza apoyada contra la ventanilla del autobús sobre la que golpeaba la lluvia de una tarde gris, Estefanía se preguntaba cómo iba a decirle a Antonio que estaba embarazada. No lo quiso creer cuando vio el resultado de la primera prueba, que arrojó en el depósito de basuras del edificio. Lo hizo una segunda vez y el resultado fue el mismo, ¿a quién quería engañar? Era obvio que las pruebas no se equivocaban cuando el resultado era positivo. Aun así, fue al ginecólogo, para lo que debió hacer creer a Antonio que iría a una tarde de chicas con su amiga Marcela. El especialista se limitó a confirmarlo con una sonrisa que ella respondió como si fuese lo más maravilloso del mundo, y así debería ser si tan solo el padre de esa criatura, que la llamaría madre, fuera de él, y no de Sergio, el mejor amigo de su esposo. Pese al
Antonio colgó el celular con la cabeza inclinaba, mirando al suelo. Luego giró la vista para contemplar a su esposa, sentada en el sofá mientras veía la televisión comiendo unas crispetas que apoyaba contra su prominente panza, de casi nueve meses. Estefanía no dijo nada, pero conocía los gestos de su esposo cuando estaba preocupado y por los surcos que arrugaban su rostro, sabía que lo estaba más de lo normal. Sus sospechas, de hacía algo más de un año, se estaban haciendo realidad.El emprendimiento de Antonio no marchaba bien y el dinero de su liquidación se estaba agotando. No era que fuese una gran conocedora de administración de empresas, pero su padre, y su familia en general, eran empresarios exitosos y algo sabía sobre los riesgos en los negocios, lo que ocurría cuando se gastaba mucho más de lo que ingresaba y que los planes de su marido a corto pla
—¿Se lo has dicho? —preguntó Marcela cuando Estefanía regresó a su apartamento, dos meses después de su primera visita al ginecólogo.—Como dijimos —contestó, tocándose la barriga—. Se lo diría cuando ya se me empezara a notar.Marcela hubiera querido reír y preguntar con la mayor de las algarabías, pero lo hizo en un tono que parecía más adecuado para un velorio.—¿Y qué dijo?Las lágrimas corrieron por las mejillas de Estefanía.—Está feliz, muy feliz. Me abrazó, me besó, me tomó como cien fotos en dos mil poses distintas. Llamó a su mamá y empezó a publicarlo en las redes.Las dos amigas se abrazaron.—Esta vez sí voy a recibirte la manzanilla.Marcela preparó la infusión en silencio, pasando