Lo que había dicho hizo implosión en la tranquilidad que, hasta ese momento, había reinado en la casa de sus padres. Debió explicarse y, como suponía, mostrarle alguna prueba a su padre de lo que estaba diciendo. Cuando bajó su laptop e ingresó a los extractos bancarios de Antonio, Ignacio Alarcón apenas los miró y dijo:
—Eso no me prueba nada.
—Pero, papá —dijo Estefanía—. ¿Es que no lo ves? Está en cero, no tiene nada.
La mirada de su padre la llenó de angustia. Empezaba a ver que había expuesto a Antonio para nada.
—Me estás mostrando una cuenta a nombre de su marido, ¿pero acaso no sabes si tiene otras?
Era una bobada, lo sabía, pero empacó en su cartera una de las toallas de manos estampadas del motel. Cuando llegó a su casa, recortó el estampado y lo guardó en la misma caja en la que conservaba las cartas de amor que le había escrito Antonio, los detalles que le había regalado en los meses que llevaban de novios y otras nimiedades, como el pétalo de la flor que Antonio puso entre su cabello, a las que Marcela les daba la importancia de objetos sagrados. En el transcurso de la tarde, no pudo -tampoco quiso- sacarse de la cabeza la maravillosa noche anterior, la mejor y más especial en su vida y todo porque Antonio era el hombre más maravilloso del mundo. Quería gritarlo, decirle al mundo que el suyo era el novio perfecto, el hombre que la amaba y se lo había demostrado con la mayor de las delicadezas, el más tierno de los amores, los besos más apasionad
Sergio no estaba mal. ¿Por qué no se había fijado antes en él? Bueno, con tantos hombres que se le acercaban, la mayoría de ellos unos bobazos completos, era difícil distinguir. Aunque, ahora que lo consideraba, Sergio tal vez sí fue uno de esos que intentó seducirla. Su rostro y voz le eran familiares, y no solo por las clases en las que se habían visto. Igual, ya no importaba y, si Sergio lo intentaba, y lo sabía hacer, ella, Estefanía Alarcón, estaba dispuesta a darle una oportunidad.Debió atraerlo con la mente porque su nombre apareció en la pantalla del celular.—Hola, Estefa, ¿cómo has estado? —saludó Sergio.—¿Quién es? —preguntó Estef
Ese día Marcela y Antonio vendrían a almorzar, por lo que Estefanía esperaba que estuvieran llegando sobre las once o doce. No sabía qué tan incómodo iba a ser, no solo por el hecho de que no hubiera vuelto a hablar con su amiga por dos semanas, conscientes las dos del muro que se interponía en su amistad y que, de no ser resuelto pronto, podría truncar su relación. Con Antonio era diferente, porque, aunque, en apariencia su matrimonio estaba bien, Estefanía había llegado a la conclusión de nunca sabría con certeza si Antonio sabía o no que le había sido infiel con su mejor amigo y, para concluir esa molesta pintura, el lienzo estaba enmarcado con el asunto de las finanzas que, de seguro, su padre en algún momento sacaría a la luz y Antonio le preguntaría a ella por su intromisión. Nubes negras se veían en el hori
Marcela vio pasar a Estefanía hacia el jardín, a donde se había adelantado Sergio después de saludar a Ignacio y Estela. Verla dirigirse hacia allá le molestó porque sabía que era para verse con él, pero si quería retomar el camino con Sergio, él tenía que aclarar su situación con ella. No pudo evitar pensar en lo que sucedió en el trayecto de venida, después de que la sorprendiera la presencia de Sergio en el asiento de atrás del carro de Antonio. —Marce, me encanta el olor de tu cabello —dijo Sergio después de que Antonio hubiera arrancado el vehículo y mientras se acercaba, desde el asiento trasero, para enterrar su nariz en su cabeza—. También la blusa que escogiste.Marcela miró a Antonio, esperando ver qué cara tenía ante el comentario de Sergio, pero él estaba concentrado en el camino y era como si no los hubiera escuchado. —Gracias. —Se giró para ver a Sergio. Estaba sonriente, de muy buen humor, vestía informal, pero elegante, con una camisa púrpura que iba muy bien con su
Estefanía saludó a Antonio y a Marcela con cierta frialdad, como si los culpara por haber traído a Sergio, que entró a la casa para sentarse en la sala, junto a Ignacio. Antonio imitó a su amigo, después de haber saludado a los mellizos, que estaban con Carmen, la enfermera, y se sentó de manera que el papá de Estefanía quedó entre él y Sergio. Marcela también siguió y se sentó al lado derecho de Estela, mientras que Estefanía lo hizo a la izquierda de su madre. Después de servir whisky a los caballeros, la empleada de la casa ofreció coctel de margaritas a las mujeres. —No deberías beber si estás lactando —dijo Estela a su hija cuando la vio recibir la copa con margarita. —Eso son mitos, mamá. ¿De verdad crees que le voy a pasar alcohol a los mellizos a través de la leche?Estefanía estaba de mal humor. Sabía que el almuerzo no iba a ser un acontecimiento cómodo, pero con la llegada de Sergio, que parecía sentirse el dueño de casa, iba a resultar peor de lo que había llegado a cons
Estefanía siguió a Antonio al interior de la casa, de donde ya salían Sergio y Marcela, detrás de Ignacio y Estela, hacia la parte frontal del jardín, en donde sería servido el almuerzo. Cuando se sentó, luego de que Antonio le corriera la silla, observó que Sergio también corrió la silla de Marcela y se sentaba a su lado. Después vio que ella le sonreía. Ya no le era posible verlos de la misma manera a como los había visto quince minutos antes y, aunque estaba tentada a conocer los detalles de la relación, también le horrorizaba la idea de lo que pudiera descubrir si los conocía. Prefirió concentrarse en el comportamiento que debía tener con Antonio, luego de que casi se hubiera descubierto con su marido por su falta de previsión. En una bandeja plateada llegó servido un aperitivo frutal. Estela ahora hablaba con Sergio sobre su empresa y él le contaba algo sobre una marca de ropa deportiva para mujeres, mientras que Marcela estaba callada, comiendo su fruta. Antonio hacía lo mismo,
Durante la clase de Emprendimiento e Innovación, Sergio pensaba, sin apenas poner atención a lo que decía la profesora, en lo que le había sugerido Marcela. No se le ocurría a qué podía invitar a Estefanía y le angustiaba la idea de que, ahora que por fin empezaba a prestarle atención, fuera a arruinar su oportunidad con la que, por mucho, era la estudiante más bella de la facultad de Administración de Empresas, bueno, solo un escaño por debajo de la de joven de segundo semestre que aplazó la carrera por irse a concursar al certamen nacional de belleza y de la que ahora todos hablaban. —Usted, joven —dijo la profesora señalando a Sergio—. ¿Cómo es su apellido? Distraído, como estaba, Sergio demoró la respuesta, hasta que pudo aterrizar de nuevo en el salón de clases. —Molina. —Señor Molina, ¿qué puede decirnos sobre la formalización legal de un nuevo emprendimiento? ¿La recomendaría?Sergio notó que le empezaban a sudar las manos, se reacomodó en la silla e intentó leer lo que est
Al terminar la clase, Sergio salió como si en verdad tuviese el exámen de inglés del que había hablado. Había inventado que se trataba de una evaluación en esta materia para que fuera más difícil a la profesora averiguar si era o no verdad, además de que hablaba el idioma a la perfección porque en su infancia, entre los cinco y nueve años, vivió en los Estados Unidos. Sin embargo, estaba seguro de que tanta previsión había sido en vano porque la profesora debió saber que le estaba mintiendo, algo en su mirada y en sus gestos se lo indicaba. Fue a la clase que tenía en seguida, pero cuando estaba por entrar, vio a Estefanía. ¡Cómo se le había podido olvidar! Esa clase la veía con ella y allí estaba, hablando con algunas amigas frente al salón de clases mientras esperaban la llegada del profesor. Ahora no quería verla porque seguro saldría el tema del plan y él no había pensado en ninguno, además de que confiaba que, no habiendo podido dedicar tiempo a pensar sobre la salida en la clas