Capítulo XXVII

Después de la conversación con su hermanastra, los días pasaron en una constante angustia para Estefanía. Las visitas de Antonio continuaron, como de costumbre, a las seis de la tarde y se prolongaban hasta las nueve o diez de la noche. Para Estefanía, aquellas eran las tres o cuatro horas más tormentosas y cada vez que estaba a solas con su esposo, o incluso acompañada, cuando se sentaban a comer, ella temía que él la confrontase, en cualquier momento, y denunciara, en público o privado, su infidelidad. Lo que más temía no era el escarnio, o el hecho de que iniciara un proceso de divorcio, con la subsecuente vergüenza, las explicaciones y el juicio de todos los que la conocían, sino el destino de los mellizos. Cuando pensaba en Héctor y Marco sentía un profundo hoyo en el pecho, como si el aire se le escapara por esa apertura. Pero o bien Ant

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