CAPÍTULO 4.

El sol se asomó tímidamente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. El canto de los gallos rompía el silencio de la mañana en la hacienda, mientras el aroma fresco de la tierra mojada por el rocío llenaba el aire. Desde la ventana de la antigua casa principal, se podía ver cómo los primeros rayos de luz acariciaban los campos verdes y las palmeras que rodeaban la propiedad.

—¡Niña Marina! —exclamó Antonia dando tímidos golpecitos a la puerta—. ¡Niña Marina !

—¡Oh! Por Dios Antonia es de madrugada, ¿por qué me despiertas a esta hora? 

—Déjeme pasar, mi niña, ya está el desayuno listo. 

Marina se encontraba en su cama, envuelta en las cálidas y acogedoras sábanas. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, pero sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos. Con un suspiro profundo, se estiró lentamente, extendiendo brazos y piernas como si estuviera tratando de alcanzar un estado de alerta.

La lucha contra la gravedad para ponerse en posición vertical parecía titubeante, y su cuerpo se balanceaba un poco mientras se sentaba al borde de la cama. Sus pies, aún envueltos en calcetines, se arrastraban con desgano por el suelo.

—¿Qué sucede Antonia? Es madrugada aún. 

—Niña Marina, ya son las 9:00 am. Debe desayunar, debo cuidarla muy bien. He llamado a su padre, Don Emiliano, y me dejó encargada de su alimentación y su bienestar. Cualquier cosa que necesite, puede decirme y yo la ayudaré. 

Don Emiliano, a pesar de la dedicación a estas tierras siempre tuvo un espíritu aventurero y ahora se decía a sí mismo que “estaba disfrutando de su jubilación”. Afortunadamente contaba con empleados diligentes, dedicados y de buen corazón. Siempre solía ser agradecido y comprometido con el bienestar de sus empleados.

—Ok, ok…. ¡Gracias Antonia! —respondió Marina—. Me apresuré tanto en venir que no le avisé a papá que estaría aquí unos días descansando.

Antonia pudo notar una leve mirada de tristeza en sus ojos.

—¿Qué le sucede a mi niña? ¿Está usted bien? —exclamó Antonia. 

—Eso quiero, estar bien, pero no te preocupes —le respondió Marina—. ¿Quién es el hombre tan patán que me dejó entrar, aunque no parecía querer hacerlo? 

—¿Quién, mi niña? —preguntó con el ceño fruncido— ¡Ahhh ya! Debe ser Mauricio ¿No se acuerda de él? Mauricio es ahora el administrador,  hombre de confianza de su padre, señorita Marina. 

Las palabras de Antonia resonaban en sus oídos, y su rostro se transformó en una expresión de sorpresa palpable. Sus cejas se arquearon hacia arriba mientras sus labios formaban un gesto de asombro.

—¿¡Mauricio!? –-repitió, dejando que el nombre resonara en el aire. La última vez que lo había visto no se parecía en nada al hombre fuerte y musculoso que vio hace algunas horas. En su mente lo recordaba como un joven delgado y de aspecto frágil.

En un instante recordó a Don Joaquín, el padre de Mauricio.

—Sí, Antonia , lo recuerdo —Con mirada pensativa y entrecerrando sus ojos como tratando de forzar algunos recuerdos de su infancia, continuó: —El hijo de Don Joaquín, amigo y vecino de papá. Éramos muy unidos, ¿Recuerdas Antonia? Siempre estábamos juntos haciendo travesuras por todos lados —sonrió ella.

Llegaron a su mente aquellos días soleados, cuando ella y aquel chico eran inseparables en las reuniones familiares que sus padres organizaban para compartir momentos de alegría y camaradería o, cuando por estar las fincas , una al lado de la otra , solían escaparse para embarcarse en alguna aventura.

—Claro niña Marina —interrumpió Antonia—. ¿Cómo no voy a recordar?

—¿Cómo está él? —preguntó refiriéndose a Don Joaquín.

—Hace unos cuantos años enfermó, pero se encuentra bien , sólo que, incapacitado para trabajar , niña Marina. 

Mauricio se vio enfrentado a la dura realidad de la enfermedad de su padre.  Se vio obligado a asumir responsabilidades que normalmente le correspondían a un adulto, y la situación financiera de la familia se tornó desalentadora. Fue en ese momento cuando Don Emiliano, extendió una mano solidaria. Con gestos desinteresados, apoyó económicamente a la familia para evitar que perdieran su tierra y su hogar. Aquella ayuda desinteresada se convirtió en un lazo indeleble entre Mauricio y Don Emiliano. Agradecido por la generosidad y la amistad de este hombre, Mauricio se ofreció a trabajar para él, no solo como una muestra de gratitud, sino también como una forma de devolver la ayuda recibida.

Además de ser el administrador de la finca de Don Emiliano , se encargaba de atender la de su propia familia.

Era un hombre apasionado por la vida en el campo. Joven, fuerte y musculoso, con un cuerpo atlético y bien desarrollado. Sus músculos estaban tonificados y definidos, mostrando una apariencia robusta y poderosa. Podría decirse que su  físico refleja horas de dedicación en el gimnasio, pero no es así. Mauricio, además de sus tareas administrativas,  trabajaba duro en el campo.  Su piel estaba bronceada por la exposición al sol y al aire libre. Sus manos están callosas debido al trabajo manual constante. Su mirada refleja determinación y orgullo.

Los padres de Marina depositaban su confianza en él como encargado de la administración de la hacienda, reflejando así la alta estima que tenían por sus habilidades y su compromiso.

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