El sol se asomó tímidamente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. El canto de los gallos rompía el silencio de la mañana en la hacienda, mientras el aroma fresco de la tierra mojada por el rocío llenaba el aire. Desde la ventana de la antigua casa principal, se podía ver cómo los primeros rayos de luz acariciaban los campos verdes y las palmeras que rodeaban la propiedad.
—¡Niña Marina! —exclamó Antonia dando tímidos golpecitos a la puerta—. ¡Niña Marina !
—¡Oh! Por Dios Antonia es de madrugada, ¿por qué me despiertas a esta hora?
—Déjeme pasar, mi niña, ya está el desayuno listo.
Marina se encontraba en su cama, envuelta en las cálidas y acogedoras sábanas. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, pero sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos. Con un suspiro profundo, se estiró lentamente, extendiendo brazos y piernas como si estuviera tratando de alcanzar un estado de alerta.
La lucha contra la gravedad para ponerse en posición vertical parecía titubeante, y su cuerpo se balanceaba un poco mientras se sentaba al borde de la cama. Sus pies, aún envueltos en calcetines, se arrastraban con desgano por el suelo.
—¿Qué sucede Antonia? Es madrugada aún.
—Niña Marina, ya son las 9:00 am. Debe desayunar, debo cuidarla muy bien. He llamado a su padre, Don Emiliano, y me dejó encargada de su alimentación y su bienestar. Cualquier cosa que necesite, puede decirme y yo la ayudaré.
Don Emiliano, a pesar de la dedicación a estas tierras siempre tuvo un espíritu aventurero y ahora se decía a sí mismo que “estaba disfrutando de su jubilación”. Afortunadamente contaba con empleados diligentes, dedicados y de buen corazón. Siempre solía ser agradecido y comprometido con el bienestar de sus empleados.
—Ok, ok…. ¡Gracias Antonia! —respondió Marina—. Me apresuré tanto en venir que no le avisé a papá que estaría aquí unos días descansando.
Antonia pudo notar una leve mirada de tristeza en sus ojos.
—¿Qué le sucede a mi niña? ¿Está usted bien? —exclamó Antonia.
—Eso quiero, estar bien, pero no te preocupes —le respondió Marina—. ¿Quién es el hombre tan patán que me dejó entrar, aunque no parecía querer hacerlo?
—¿Quién, mi niña? —preguntó con el ceño fruncido— ¡Ahhh ya! Debe ser Mauricio ¿No se acuerda de él? Mauricio es ahora el administrador, hombre de confianza de su padre, señorita Marina.
Las palabras de Antonia resonaban en sus oídos, y su rostro se transformó en una expresión de sorpresa palpable. Sus cejas se arquearon hacia arriba mientras sus labios formaban un gesto de asombro.
—¿¡Mauricio!? –-repitió, dejando que el nombre resonara en el aire. La última vez que lo había visto no se parecía en nada al hombre fuerte y musculoso que vio hace algunas horas. En su mente lo recordaba como un joven delgado y de aspecto frágil.
En un instante recordó a Don Joaquín, el padre de Mauricio.
—Sí, Antonia , lo recuerdo —Con mirada pensativa y entrecerrando sus ojos como tratando de forzar algunos recuerdos de su infancia, continuó: —El hijo de Don Joaquín, amigo y vecino de papá. Éramos muy unidos, ¿Recuerdas Antonia? Siempre estábamos juntos haciendo travesuras por todos lados —sonrió ella.
Llegaron a su mente aquellos días soleados, cuando ella y aquel chico eran inseparables en las reuniones familiares que sus padres organizaban para compartir momentos de alegría y camaradería o, cuando por estar las fincas , una al lado de la otra , solían escaparse para embarcarse en alguna aventura.
—Claro niña Marina —interrumpió Antonia—. ¿Cómo no voy a recordar?
—¿Cómo está él? —preguntó refiriéndose a Don Joaquín.
—Hace unos cuantos años enfermó, pero se encuentra bien , sólo que, incapacitado para trabajar , niña Marina.
Mauricio se vio enfrentado a la dura realidad de la enfermedad de su padre. Se vio obligado a asumir responsabilidades que normalmente le correspondían a un adulto, y la situación financiera de la familia se tornó desalentadora. Fue en ese momento cuando Don Emiliano, extendió una mano solidaria. Con gestos desinteresados, apoyó económicamente a la familia para evitar que perdieran su tierra y su hogar. Aquella ayuda desinteresada se convirtió en un lazo indeleble entre Mauricio y Don Emiliano. Agradecido por la generosidad y la amistad de este hombre, Mauricio se ofreció a trabajar para él, no solo como una muestra de gratitud, sino también como una forma de devolver la ayuda recibida.
Además de ser el administrador de la finca de Don Emiliano , se encargaba de atender la de su propia familia.
Era un hombre apasionado por la vida en el campo. Joven, fuerte y musculoso, con un cuerpo atlético y bien desarrollado. Sus músculos estaban tonificados y definidos, mostrando una apariencia robusta y poderosa. Podría decirse que su físico refleja horas de dedicación en el gimnasio, pero no es así. Mauricio, además de sus tareas administrativas, trabajaba duro en el campo. Su piel estaba bronceada por la exposición al sol y al aire libre. Sus manos están callosas debido al trabajo manual constante. Su mirada refleja determinación y orgullo.
Los padres de Marina depositaban su confianza en él como encargado de la administración de la hacienda, reflejando así la alta estima que tenían por sus habilidades y su compromiso.
Marina se duchó, se puso unos jeans ajustados y una camisa de algodón color celeste, no se iba a quedar todo el día en la habitación; lo había decidido. Desayunó y se dispuso a salir, a caminar, tomar aire fresco, este lugar es tan distinto de la ciudad, estaba tan lejos de los ruidos callejeros, el bullicio y la agitada vida citadina. A pesar de haberse ido desde tan pequeña; por alguna desconocida razón, mientras caminaba a través del campo, podía sentir una tranquilidad que le hacía sentir en calma. Era lo que ella necesitaba en esos momentos.Al cabo de una larga caminata escuchó el sonido del agua fluyendo entre las rocas. Siguió caminando y, de pronto, se encontró allí: ante ella apareció el río, sus aguas brillando bajo el sol. El flujo del agua era tranquilo, pero su sonido constante, como una suave melodía, llenaba el aire, y Marina se detuvo un momento a admirar la calma que emanaba del lugar. Logró sacar un suspiro y sonrió. Eso la sorprendió, pues se había imaginado que a
Los siguientes días transcurrieron de manera apacible y serena, en las mañanas el aroma del café preparado por Antonia se colaba por los rincones de la casa, Marina se sentía muy consentida por las atenciones de aquella mujer que se esmeraba en hacerla sentir a gusto y cómoda. —Niña Marina, ¿Por qué no ha salido a pasear estos días? —preguntó Antonia al entrar en la habitación—. Han estado muy lindos, debería aprovechar que aún no empiezan las lluvias. Si quiere, puedo decirle a Mauricio que le aliste un caballo para montar ¿Recuerda cómo hacerlo , señorita?En ese momento comenzaron a llegarle recuerdos de su niñez, recuerdos que estuvieron muy bien escondidos durante muchos años. Sus padres la llevaban muy a menudo de paseo por los alrededores, le encantaba estar allí, solía dar largos paseos a caballo con ellos y, estaba consciente de que siempre se empeñaban en enseñarle las costumbres de la vida en el campo. Había aprendido a montar a caballo con habilidad y destreza desde muy
Marina estaba tan acostumbrada a la vida agitada de la ciudad que no imaginaba que estar en ese lugar tan apartado y distinto le pudiera ofrecer sensaciones y sentimientos que de alguna manera la hacían olvidar el motivo por el cual llegó hasta allí. Una semana había transcurrido desde que Marina llegó a la Hacienda. Cada día, Antonia tocaba a su puerta muy temprano, despertándola con una gran sonrisa y una bandeja en las manos que llevaba una taza de café. Aquella mañana no era la excepción.—¿Va a tomar el desayuno en la habitación? —preguntaba habitualmente.—Buen día Antonia —respondió Marina.—Hoy es un día muy especial para el pueblo –-exclamó Antonia con una gran sonrisa.Marina pudo detectar un brillo en los ojos de Antonia al decir estas palabras. Estaba por preguntar el motivo cuando ya se encontraba sola en la habitación, “definitivamente algo pasa” pensó. Antonia solía recoger la ropa y arreglar la habitación sin dejar de comentar cualquier cosa, pero en ese momento,
Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación. —Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.—¡Listo! —exclamó con alegría. Sacó un chal de seda,
El sol despertó con suavidad, pintando el cielo con tonos cálidos. Marina sintió como un rayo de sol curioso se filtraba a través de las cortinas, acariciando su rostro con calidez. Se levantó de la cama , sintió una energía vibrante. El relinchar de los caballos resonaba en la distancia y se le ocurrió en ese instante que podría dar un paseo a caballo, algo que no practicaba desde que era muy niña pero sabía que podría hacerlo, ya que su padre le había enseñado muy bien a cabalgar.—¡Antonia! ¡Buen día!—¡Niña Marina! —exclamó ésta sorprendida—. Te has levantado muy temprano hoy. —Sí, querida mía, los rayos del sol me hicieron despertar —respondió—. ¿Es posible que hoy pueda dar un paseo a caballo? —preguntaba mientras pellizcaba el rico pan acabado de salir del horno.—Claro, por supuesto, niña. Me alegra mucho que tenga esos deseos hoy. Sólo tengo que avisarle a Ezequiel que prepare una de las yeguas más mansas que hay en el establo. Siéntese a desayunar que debe alimentarse bie
Al cabo de dos días desde el accidente, Marina reposaba en su habitación. Antonia permanecía a su lado, cuidándola con esmero y brindándole toda la atención necesaria. Por suerte, había recibido la noticia tranquilizadora del médico sobre la no gravedad del golpe en la cabeza y, la herida de la pierna había sido tratada adecuadamente. Recuperadas sus fuerzas tras el accidente, Marina comenzaba a experimentar destellos de recuerdos. Pequeñas imágenes se filtraban en su mente, recordando estar en los brazos de Mauricio y sentir la calidez reconfortante de su piel cerca de ella.—¿Habrá sido un sueño? —se preguntaba llevándose las manos a su cabeza como si al tocarla pudiera discernir entre la realidad y la ensoñación. Se preguntaba por qué tenía esa sensación que recorría su cuerpo y la hacía estremecer inquietándola y haciéndola desear volver a sentir esos brazos fuertes.Como ya no soportaba la incertidumbre ocasionada por sus pensamientos, tomó la decisión de levantarse de la cama y
A la mañana siguiente , Marina despertó en su cama, con la mente llena de imágenes fugaces de lo que creyó por un instante había sido un sueño. Sin embargo, las sensaciones entre sus piernas la hicieron darse cuenta de que no había soñado, sino que había experimentado algo real y tangible.Cerró los ojos y comenzó a sumergirse en el recuerdo de lo sucedido, dejando que las imágenes y sensaciones se desplegaran ante su mente. En instantes comenzó a sentir una ráfaga de calor en su cuerpo que disfrutaba mientras se daba la vuelta para incorporarse de la cama con una sonrisa en su rostro.—¡Niña Marina! —exclamaba Antonia, dando golpecitos a la puerta de la habitación—. ¿Está despierta? Le ha llegado un regalo. Venga, baje para que lo reciba —repetía sin cesar.Marina se levantó con curiosidad de la cama y se envolvió en un suave camisón de seda que hacía juego con su bata de dormir antes de dirigirse hacia la sala. Cuando abrió la puerta , Antonia ya iba de regreso por lo que no tuvo t
La hacienda El Paraíso estaba rodeada de hermosas palmeras y amplios campos que se extienden hasta donde alcanza la vista. Ubicada en una suave colina; la casa principal, construída con madera y piedra, daba un encanto rústico y acogedor. No había cambiado mucho desde la última vez que estuvo allí.Marina había llegado a la casa de Don Joaquín con la ayuda de Evelio; quien, a regañadientes, había accedido a llevarla en su vehículo. A pesar de las órdenes de Antonia de que no debía salir mientras se recuperaba del accidente, ella había insistido, hasta que Evelio finalmente cedió ante sus persistentes ruegos.Levantó la mano y golpeó suavemente la puerta de madera, Evelio la esperaba de pie recostado en su vehículo.—No tarde mucho ,señorita —Se dirigió a ella con un leve tono de angustia. La puerta se abrió lentamente. Del otro lado , una mujer con una cálida sonrisa la recibió.—¡Niña Marina! ¡Está usted igualita a su madre! Pase , pase adelante, por favor —Recordó inmediatamente