Apenas Marina salió de la hacienda, Sebastián como pudo le pidió a Evelio que lo llevase a la hacienda de Mauricio. Lupita, que estaba en la cocina preparando algo, se tensó al escuchar el sonido de un automóvil frenar frente a la entrada. El corazón le dio un vuelco. No esperaba verlo tan pronto. ¿Qué querría? ¿Qué vendría a hacer Sebastián?Con las manos temblorosas, Lupita se acercó a la puerta. Abrió un poco y lo vio: Sebastián, de pie en el umbral, con una mirada seria y decidida. —Hola, Lupita. Necesito hablar con Mauricio. ¿Puedes llamarlo, por favor? —expresó con voz firme, pero sin ser agresivo.Lupita tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago. Su mente comenzó a maquinar, a preguntarse qué quería hablar Sebastián con Mauricio. Su corazón latía con más fuerza, mientras la ansiedad la invadía. A pesar de la aparente calma de Sebastián, algo en su postura no la tranquilizaba.—Sí, claro, lo llamo enseguida.Sintió que la sala se hacía más pequeña mientras se dirigía a bus
El corazón de Mauricio latía con fuerza, una mezcla de desesperación y determinación recorrían su cuerpo. El aire fresco de la tarde no le daba tregua, como si el mundo a su alrededor fuera tan veloz y él estuviera atrapado en un tiempo que se desvanecía. Marina se estaba yendo, y él no podía permitirlo.Sin pensarlo más, dio un paso firme hacia el establo. Con rapidez, abrió la puerta y entró, los ecos de sus pasos resonaban en el suelo de tierra. En un solo movimiento, se dirigió hacia el caballo que tanto conocía, el animal que siempre había sido su compañero.—No puede ser, no la voy a perder, no después de todo, —decía a sí mismo mientras se apresuraba a preparar al caballo.La bestia, al escuchar su voz, agitó su cabeza como si intuyera la urgencia en el tono de su dueño. En un par de minutos, Mauricio había montado, el caballo se movió con rapidez, respondiendo al impulso de su jinete. Las riendas estaban firmes en sus manos, y su mirada fija estaba en un solo objetivo: el auto
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. El día estaba diciendo adiós, y con él, un capítulo de sus vidas que quedaba atrás. Mauricio y Marina galopaban juntos, sintiendo el viento en sus rostros, dejando que sus risas llenaran el aire. La sensación de libertad era tan intensa como el amor que compartían, y en esos momentos todo lo demás desaparecía.Marina lo abrazaba, los brazos rodeando su cintura, disfrutando de la sensación de estar allí, junto a él, con todo lo que habían pasado ahora convertido en un hermoso presente. Era un momento perfecto, el tipo de instante que parecía sacado de un sueño, donde todo se alineaba de forma sencilla y natural.—No puedo creer que estemos aquí, juntos... después de todo lo que ha pasado —susurró Marina al oído de él, su voz cargada de emoción, como si aún estuviera procesando la realidad de lo que vivían.Mauricio, con una sonrisa tranquila, miró al frente mientras sentía el latido acelerado de
—¿Cómo es posible que Sebastián me haga esto? —hablaba en voz baja—. ¡Dejarme plantada! Marina estaba sentada en el restaurante que él había elegido y reservado, desde hacía una hora. Él había planeado este encuentro y, parecía que era algo serio por la voz con la que él le había sugerido que se encontraran en ese lugar. Evidentemente, ella se llenó de ilusiones al pensar que su deseo de ser la esposa de Sebastián podría cumplirse ese día. Transcurrió una media hora más y no tenía noticias de él, ella comenzó a temer que un accidente hubiera ocurrido y sentía que su cabeza comenzaba a dar vueltas. Salió de aquel lugar, subió a su auto, apoyó sus manos sobre el volante, no sabía qué hacer, miró el reloj de pulsera y echó una última mirada al restaurante con la ilusión de verlo llegar. Sebastián no llegó.No podía entender qué sucedía y por qué no estaba él allí, como habían acordado. Buscó su teléfono para llamarle pero inmediatamente el aparato la llevó al buzón de mensajes. —Só
Habían transcurrido dos días sin que Sebastián se hubiese reportado. A pesar de los intentos de su amiga por animarla con paseos, Marina se sentía atrapada en una melancolía que le impedía encontrar la motivación para realizar ninguna actividad.La tristeza se había apoderado de Marina de tal manera que cada paso le resultaba pesado. La sensación de vacío en su pecho la hacía querer encerrarse en su propio mundo, donde el tiempo se detuviera y las preocupaciones quedaran atrás. No tenía ganas de hacer nada, ni de enfrentarse al mundo, ni siquiera de salir de su cama. Sin embargo, la realidad estaba allí, y había que afrontarla.Sabía que, a pesar del peso que llevaba en el corazón, no podía permitir que la tristeza la venciera por completo. El teléfono en su escritorio vibró, recordándole que los asuntos laborales no esperarían. Había correos que responder, llamadas que atender, tareas que cumplir.Al caer la noche sintió deseos de ir a buscar a Sebastián y exigirle una explicación, p
La hacienda La Escondida se encontraba aproximadamente a 700 kilómetros de la ciudad, lo que podía tomar de 8 a 10 horas en auto. Marina se encontraba sin fuerzas para emprender un viaje tan largo y optó por la comodidad de un vuelo hasta su destino. Decidió alquilar un auto una vez que llegara, el camino hacia la hacienda comienza suave y firme, pavimentado con asfalto gris para luego dar paso a una capa de tierra que se levanta en pequeñas nubes de polvo bajo las ruedas del vehículo.Trató de recordar la última vez que había estado allí, habían transcurrido muchos años desde entonces y, trató de calcular cuánto tiempo “¿15 años?”, dibujó una expresión de duda y sorpresa en su rostro.Empacó algo de ropa. Salir de la ciudad no le agradaba mucho y menos para ir al campo. Cero fiestas, cero restaurantes. A pesar de haber vivido su infancia en el campo, ya nada de ese lugar le atraía…eso pensaba ella. Al llegar a su destino, se detuvo a mirar por unos segundos el gran portón que dab
El sol se asomó tímidamente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. El canto de los gallos rompía el silencio de la mañana en la hacienda, mientras el aroma fresco de la tierra mojada por el rocío llenaba el aire. Desde la ventana de la antigua casa principal, se podía ver cómo los primeros rayos de luz acariciaban los campos verdes y las palmeras que rodeaban la propiedad.—¡Niña Marina! —exclamó Antonia dando tímidos golpecitos a la puerta—. ¡Niña Marina !—¡Oh! Por Dios Antonia es de madrugada, ¿por qué me despiertas a esta hora? —Déjeme pasar, mi niña, ya está el desayuno listo. Marina se encontraba en su cama, envuelta en las cálidas y acogedoras sábanas. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, pero sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos. Con un suspiro profundo, se estiró lentamente, extendiendo brazos y piernas como si estuviera tratando de alcanzar un estado de alerta.La lucha contra la gravedad para ponerse en posición vertical
Marina se duchó, se puso unos jeans ajustados y una camisa de algodón color celeste, no se iba a quedar todo el día en la habitación; lo había decidido. Desayunó y se dispuso a salir, a caminar, tomar aire fresco, este lugar es tan distinto de la ciudad, estaba tan lejos de los ruidos callejeros, el bullicio y la agitada vida citadina. A pesar de haberse ido desde tan pequeña; por alguna desconocida razón, mientras caminaba a través del campo, podía sentir una tranquilidad que le hacía sentir en calma. Era lo que ella necesitaba en esos momentos.Al cabo de una larga caminata escuchó el sonido del agua fluyendo entre las rocas. Siguió caminando y, de pronto, se encontró allí: ante ella apareció el río, sus aguas brillando bajo el sol. El flujo del agua era tranquilo, pero su sonido constante, como una suave melodía, llenaba el aire, y Marina se detuvo un momento a admirar la calma que emanaba del lugar. Logró sacar un suspiro y sonrió. Eso la sorprendió, pues se había imaginado que a