Habían transcurrido dos días sin que Sebastián se hubiese reportado. A pesar de los intentos de su amiga por animarla con paseos, Marina se sentía atrapada en una melancolía que le impedía encontrar la motivación para realizar ninguna actividad.
La tristeza se había apoderado de Marina de tal manera que cada paso le resultaba pesado. La sensación de vacío en su pecho la hacía querer encerrarse en su propio mundo, donde el tiempo se detuviera y las preocupaciones quedaran atrás. No tenía ganas de hacer nada, ni de enfrentarse al mundo, ni siquiera de salir de su cama. Sin embargo, la realidad estaba allí, y había que afrontarla.
Sabía que, a pesar del peso que llevaba en el corazón, no podía permitir que la tristeza la venciera por completo. El teléfono en su escritorio vibró, recordándole que los asuntos laborales no esperarían. Había correos que responder, llamadas que atender, tareas que cumplir.
Al caer la noche sintió deseos de ir a buscar a Sebastián y exigirle una explicación, pero se imaginó que éste la rechazaría causándole más dolor, entonces, pensó en hacer algo que pudiera lastimarlo, quizás una venganza.
Llevaba horas tratando de armar un plan para lograr que el personaje en cuestión se arrepintiera de haberla humillado como lo hizo. No se le ocurría nada, estaba totalmente ofuscada por el enojo y el dolor, de repente, sintió un impulso, tomó el móvil y le marcó, nerviosa.
—¡Hola! ¿Quién es? —respondió una voz femenina.
Marina dudó un momento.
—Hola, ¿Quién habla? ¿Estoy hablando al número de Sebastián Ortiz?
—Sí, efectivamente, es el número de Sebas —Marina sintió un cierto sarcasmo en esas palabras.
—¿Podrías comunicarme con Sebastian, por favor?
—Lo siento, él no está disponible en este momento ¿Puedo tomar un mensaje?
—¿Con quién tengo el gusto de hablar? —preguntó Marina, tratando de sonar indiferente.
—Voy a tener que cortar la llamada. Por favor, no vuelva a molestarlo. Estamos en medio de algo importante.
Marina, atónita, no pudo evitar sentir una oleada de desconcierto y molestia. Algo en el tono de aquella mujer le indicaba que la situación era mucho más privada de lo que quería saber y, como si fuera poco, finalizó la llamada de manera rápida, como si quisiera cortar cualquier posibilidad de continuar la conversación.
Marina sintió como un nudo se formaba en su garganta, mientras la tristeza y la furia se mezclaban en su interior. La sensación de traición la envolvía destrozando su corazón. Sintió un enorme deseo de desaparecer.
—Si tan sólo fuera una pesadilla –murmuró en voz baja rodeándo su rostro con ambas manos, estaba agotada de toda esta situación y del hecho de que Sebastián la traicionara de esa manera—. Creo que debo irme lejos por un tiempo, quiero alejarme de aquí, de este estúpido lugar.
Encontraba difícil lidiar con las miradas críticas a sus espaldas y responder constantemente a las preguntas de sus amigos sobre la ausencia de Sebastián. Afortunadamente, la temporada de exposiciones en la galería había terminado logrando un éxito arrollador en las ventas de sus piezas.
Marina era una talentosa artista que se dedicaba a la creación de pinturas originales, las cuales exhibía en su propia galería, organizando exposiciones y vendiendo sus obras al público.
La hacienda La Escondida se encontraba aproximadamente a 700 kilómetros de la ciudad, lo que podía tomar de 8 a 10 horas en auto. Marina se encontraba sin fuerzas para emprender un viaje tan largo y optó por la comodidad de un vuelo hasta su destino. Decidió alquilar un auto una vez que llegara, el camino hacia la hacienda comienza suave y firme, pavimentado con asfalto gris para luego dar paso a una capa de tierra que se levanta en pequeñas nubes de polvo bajo las ruedas del vehículo.Trató de recordar la última vez que había estado allí, habían transcurrido muchos años desde entonces y, trató de calcular cuánto tiempo “¿15 años?”, dibujó una expresión de duda y sorpresa en su rostro.Empacó algo de ropa. Salir de la ciudad no le agradaba mucho y menos para ir al campo. Cero fiestas, cero restaurantes. A pesar de haber vivido su infancia en el campo, ya nada de ese lugar le atraía…eso pensaba ella. Al llegar a su destino, se detuvo a mirar por unos segundos el gran portón que dab
El sol se asomó tímidamente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. El canto de los gallos rompía el silencio de la mañana en la hacienda, mientras el aroma fresco de la tierra mojada por el rocío llenaba el aire. Desde la ventana de la antigua casa principal, se podía ver cómo los primeros rayos de luz acariciaban los campos verdes y las palmeras que rodeaban la propiedad.—¡Niña Marina! —exclamó Antonia dando tímidos golpecitos a la puerta—. ¡Niña Marina !—¡Oh! Por Dios Antonia es de madrugada, ¿por qué me despiertas a esta hora? —Déjeme pasar, mi niña, ya está el desayuno listo. Marina se encontraba en su cama, envuelta en las cálidas y acogedoras sábanas. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, pero sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos. Con un suspiro profundo, se estiró lentamente, extendiendo brazos y piernas como si estuviera tratando de alcanzar un estado de alerta.La lucha contra la gravedad para ponerse en posición vertical
Marina se duchó, se puso unos jeans ajustados y una camisa de algodón color celeste, no se iba a quedar todo el día en la habitación; lo había decidido. Desayunó y se dispuso a salir, a caminar, tomar aire fresco, este lugar es tan distinto de la ciudad, estaba tan lejos de los ruidos callejeros, el bullicio y la agitada vida citadina. A pesar de haberse ido desde tan pequeña; por alguna desconocida razón, mientras caminaba a través del campo, podía sentir una tranquilidad que le hacía sentir en calma. Era lo que ella necesitaba en esos momentos.Al cabo de una larga caminata escuchó el sonido del agua fluyendo entre las rocas. Siguió caminando y, de pronto, se encontró allí: ante ella apareció el río, sus aguas brillando bajo el sol. El flujo del agua era tranquilo, pero su sonido constante, como una suave melodía, llenaba el aire, y Marina se detuvo un momento a admirar la calma que emanaba del lugar. Logró sacar un suspiro y sonrió. Eso la sorprendió, pues se había imaginado que a
Los siguientes días transcurrieron de manera apacible y serena, en las mañanas el aroma del café preparado por Antonia se colaba por los rincones de la casa, Marina se sentía muy consentida por las atenciones de aquella mujer que se esmeraba en hacerla sentir a gusto y cómoda. —Niña Marina, ¿Por qué no ha salido a pasear estos días? —preguntó Antonia al entrar en la habitación—. Han estado muy lindos, debería aprovechar que aún no empiezan las lluvias. Si quiere, puedo decirle a Mauricio que le aliste un caballo para montar ¿Recuerda cómo hacerlo , señorita?En ese momento comenzaron a llegarle recuerdos de su niñez, recuerdos que estuvieron muy bien escondidos durante muchos años. Sus padres la llevaban muy a menudo de paseo por los alrededores, le encantaba estar allí, solía dar largos paseos a caballo con ellos y, estaba consciente de que siempre se empeñaban en enseñarle las costumbres de la vida en el campo. Había aprendido a montar a caballo con habilidad y destreza desde muy
Marina estaba tan acostumbrada a la vida agitada de la ciudad que no imaginaba que estar en ese lugar tan apartado y distinto le pudiera ofrecer sensaciones y sentimientos que de alguna manera la hacían olvidar el motivo por el cual llegó hasta allí. Una semana había transcurrido desde que Marina llegó a la Hacienda. Cada día, Antonia tocaba a su puerta muy temprano, despertándola con una gran sonrisa y una bandeja en las manos que llevaba una taza de café. Aquella mañana no era la excepción.—¿Va a tomar el desayuno en la habitación? —preguntaba habitualmente.—Buen día Antonia —respondió Marina.—Hoy es un día muy especial para el pueblo –-exclamó Antonia con una gran sonrisa.Marina pudo detectar un brillo en los ojos de Antonia al decir estas palabras. Estaba por preguntar el motivo cuando ya se encontraba sola en la habitación, “definitivamente algo pasa” pensó. Antonia solía recoger la ropa y arreglar la habitación sin dejar de comentar cualquier cosa, pero en ese momento,
Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación. —Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.—¡Listo! —exclamó con alegría. Sacó un chal de seda,
El sol despertó con suavidad, pintando el cielo con tonos cálidos. Marina sintió como un rayo de sol curioso se filtraba a través de las cortinas, acariciando su rostro con calidez. Se levantó de la cama , sintió una energía vibrante. El relinchar de los caballos resonaba en la distancia y se le ocurrió en ese instante que podría dar un paseo a caballo, algo que no practicaba desde que era muy niña pero sabía que podría hacerlo, ya que su padre le había enseñado muy bien a cabalgar.—¡Antonia! ¡Buen día!—¡Niña Marina! —exclamó ésta sorprendida—. Te has levantado muy temprano hoy. —Sí, querida mía, los rayos del sol me hicieron despertar —respondió—. ¿Es posible que hoy pueda dar un paseo a caballo? —preguntaba mientras pellizcaba el rico pan acabado de salir del horno.—Claro, por supuesto, niña. Me alegra mucho que tenga esos deseos hoy. Sólo tengo que avisarle a Ezequiel que prepare una de las yeguas más mansas que hay en el establo. Siéntese a desayunar que debe alimentarse bie
Al cabo de dos días desde el accidente, Marina reposaba en su habitación. Antonia permanecía a su lado, cuidándola con esmero y brindándole toda la atención necesaria. Por suerte, había recibido la noticia tranquilizadora del médico sobre la no gravedad del golpe en la cabeza y, la herida de la pierna había sido tratada adecuadamente. Recuperadas sus fuerzas tras el accidente, Marina comenzaba a experimentar destellos de recuerdos. Pequeñas imágenes se filtraban en su mente, recordando estar en los brazos de Mauricio y sentir la calidez reconfortante de su piel cerca de ella.—¿Habrá sido un sueño? —se preguntaba llevándose las manos a su cabeza como si al tocarla pudiera discernir entre la realidad y la ensoñación. Se preguntaba por qué tenía esa sensación que recorría su cuerpo y la hacía estremecer inquietándola y haciéndola desear volver a sentir esos brazos fuertes.Como ya no soportaba la incertidumbre ocasionada por sus pensamientos, tomó la decisión de levantarse de la cama y