CAPÍTULO 59.

El corazón de Mauricio latía con fuerza, una mezcla de desesperación y determinación recorrían su cuerpo. El aire fresco de la tarde no le daba tregua, como si el mundo a su alrededor fuera tan veloz y él estuviera atrapado en un tiempo que se desvanecía. Marina se estaba yendo, y él no podía permitirlo.

Sin pensarlo más, dio un paso firme hacia el establo. Con rapidez, abrió la puerta y entró, los ecos de sus pasos resonaban en el suelo de tierra. En un solo movimiento, se dirigió hacia el caballo que tanto conocía, el animal que siempre había sido su compañero.

—No puede ser, no la voy a perder, no después de todo, —decía a sí mismo mientras se apresuraba a preparar al caballo.

La bestia, al escuchar su voz, agitó su cabeza como si intuyera la urgencia en el tono de su dueño. En un par de minutos, Mauricio había montado, el caballo se movió con rapidez, respondiendo al impulso de su jinete. Las riendas estaban firmes en sus manos, y su mirada fija estaba en un solo objetivo: el auto
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