Marina estaba tan acostumbrada a la vida agitada de la ciudad que no imaginaba que estar en ese lugar tan apartado y distinto le pudiera ofrecer sensaciones y sentimientos que de alguna manera la hacían olvidar el motivo por el cual llegó hasta allí.
Una semana había transcurrido desde que Marina llegó a la Hacienda. Cada día, Antonia tocaba a su puerta muy temprano, despertándola con una gran sonrisa y una bandeja en las manos que llevaba una taza de café.
Aquella mañana no era la excepción.
—¿Va a tomar el desayuno en la habitación? —preguntaba habitualmente.
—Buen día Antonia —respondió Marina.
—Hoy es un día muy especial para el pueblo –-exclamó Antonia con una gran sonrisa.
Marina pudo detectar un brillo en los ojos de Antonia al decir estas palabras. Estaba por preguntar el motivo cuando ya se encontraba sola en la habitación, “definitivamente algo pasa” pensó. Antonia solía recoger la ropa y arreglar la habitación sin dejar de comentar cualquier cosa, pero en ese momento, salió a paso rápido y mirando el reloj con cierta ansiedad.
Todo el pueblo y sus alrededores se preparaban para el evento más esperado, celebrar la fiesta en honor al santo patrono de la comunidad. Cada año, ese día, se llevaban a cabo actividades religiosas, danzas, música y comida típica.
Marina se levantó de la cama, miró hacia la ventana y se preguntó a sí misma: —¿Cuánto alboroto hay allí afuera?
Veía llegar dos hombres con grandes arreglos florales dirigirse hacia la entrada de la casa. En el jardín estaban colocadas varias mesas redondas con lindos manteles y sillas dispuestas a su alrededor. Un improvisado escenario con unos pocos instrumentos colocados en reposo.
Decidió averiguar qué sucedía, se tomó una ducha corta pero reconfortante, se peinó el cabello, aún húmedo, el cual prefirió dejar suelto. Tenía su cabello muy largo, de un color miel, de textura lacia desde la raíz adquiriendo ondulaciones suaves y naturales a medida que se extiende hacia las puntas. Se puso un jeans ajustado, una camisa ligera de color blanco anudada en la cintura, solía estar muy maquillada la mayor parte del tiempo pero desde que llegó a la hacienda sólo se aplicaba un poco de brillo labial y mascarilla para las pestañas.
Antonia no paraba de hablar dando indicaciones a los empleados de cómo y dónde colocar las flores.
—Con cuidado por favor —exclamaba—. No quiero que se dañen los arreglos.
Marina se acercó a Antonia mientras esta caminaba con cierto desespero de aquí para allá.
—¿Qué sucede Antonia, qué se celebra hoy? —le preguntó.
—Niña, tenemos las fiestas patronales en honor a nuestro querido y respetado San José. Que suerte que usted se encuentre aquí en la hacienda, así podrá acompañarnos y celebrar este día tan especial —decía, mientras en su rápido andar, revisaba las mesas y hacía un alto en su explicación para dar una orden a algún empleado. No podía ocultar la emoción y el nerviosismo que sentía en estas horas previas a la festividad.
A unos pocos kilómetros de la hacienda se asentaba una pequeña población. Marina, durante su regreso, pudo percatarse de cuánto había crecido ese pequeño pueblo.
Todo estaba casi listo para la fiesta. Se podía escuchar a lo lejos una voz convocando a los habitantes para la ceremonia eclesiástica que se celebraría antes de dar inicio al festejo. Evidentemente esa voz provenía de un altavoz, un hombre conducía un auto difundiendo la alegría y detalles del evento por toda la zona con entusiasmo.
Marina quiso participar de los preparativos y decidió ponerse en marcha, sentía que la idea la entusiasmaba, se dirigió a las mesas y antes de comenzar se detuvo a atarse los cabellos. Con meticulosidad y destreza disponía los manteles, distribuía cuidadosamente los cubiertos y colocaba los vasos. Atendía cada detalle con esmero.
Estaba tan concentrada e inmersa en su actividad que no se percató de lo que sucedía a su alrededor hasta que el ruido de unas risas hizo que su atención se desviara, a unos cuantos metros de distancia estaban unos niños jugando, corrían animadamente persiguiendo a un hombre que sostenía una pelota. Le pareció una escena muy pintoresca. Contagiada por la alegría, decidió unirse a la persecución dispuesta a contribuir a la diversión y apoyar a los niños en su travesía. “Un poco de diversión me vendría bien” —pensó.
Marina pudo mezclarse entre ellos y, en la cercanía se percató de quién era el hombre que llevaba la pelota en sus brazos, el corazón le dio un vuelco en el pecho y todo pareció girar a su alrededor. Había reconocido al atractivo hombre que la había salvado del peligro aquel día en el río. Por unos segundos el tiempo se detuvo para ambos, sus miradas se entrelazaron con una intensidad palpable dejándolos envueltos en la magia del momento que se interrumpió cuando unos de los niños logró alcanzar a Mauricio y saltando sobre él cayeron al césped, el chico recuperó la pelota y en cuestiones de segundos logró lanzarla a Marina quien, paralizada aún por el momento vivido logró reaccionar y atrapó la pelota para luego dar la vuelta y correr lo más rápido que podía para alejarse de aquel hombre.
—¡Marina corre! —gritaban los niños al ver que Mauricio se incorporaba para ir detrás de ella.
No sabía si corría para evitar que aquel hombre le quitara la pelota o si estaba huyendo de la sensación que le producía la cercanía entre ambos. Mauricio se incorporó y comenzó a perseguirla con determinación. Finalmente alcanzó su objetivo y, en ese instante, sus miradas se encontraron, creando una conexión intensa y sensual. La complicidad entre ellos se volvió tangible, evocando un reencuentro lleno de tensión erótica.
—Te atrapé.
Él la tenía entre sus brazos y ella dejó caer la pelota, parecía no sentir sus piernas, el corazón le palpitaba como caballo desbocado, trató de que sus nervios no la delataran y reaccionó rápidamente.
—¿Será que nuestros encuentros tendrán el mismo patrón? —sonrió tímidamente—. Esta vez no estoy en peligro.
Lo miró y pudo sentir que sus mejillas se sonrojaron. Aunque para sus adentros, sí se sentía en peligro, era evidente que este hombre la inquietaba.
Inmediatamente Mauricio se percató de que se refería al momento que vivieron en el río.
Mauricio parecía haber olvidado cuál era su propósito al correr detrás de Marina, sintió que sus brazos no querían dejarla ir, no le importaba recuperar la pelota.
—Definitivamente no estás en peligro —le respondió mostrando una sonrisa.
—Entonces, puedes soltarme —le dijo poniendo sus manos en los brazos de Mauricio haciendo un pequeño esfuerzo para liberarse de él. Mauricio la detuvo por unos segundos que a ella le parecieron eternos.
—Te libero —Mauricio la separó de su cuerpo lentamente como si disfrutara verla sentir un poco nerviosa ante ese encuentro.
Con una mezcla de determinación y aire victorioso ,se agachó ágilmente para recoger la pelota del suelo. Sus músculos tensos reflejaron la intensidad del momento. Al levantarse, una sonrisa victoriosa iluminó su rostro mientras corría a paso seguro y decidido. Cada zancada parecía resonar con confianza, enviando señales claras de que había conquistado la competencia y se regodeaba de la victoria, no sin antes buscar la atención de Marina para captar su mirada y, con un destello travieso en sus ojos, le dedicó un sutil pero elocuente guiño sorprendiéndola de tal forma que no supo cómo reaccionar y rápidamente se dio la vuelta y regresó a su faena.
Los preparativos ya estaban por finalizar, en un par de horas daría inicio la ceremonia en la pequeña iglesia de la comunidad. Antonia ya estaba casi lista , llevaba un vestido sencillo pero elegante y una manta tejida colocada en su cabeza, aún se conservaba esa tradición en este lugar. Marina la elogió por su belleza.
Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación. —Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.—¡Listo! —exclamó con alegría. Sacó un chal de seda,
El sol despertó con suavidad, pintando el cielo con tonos cálidos. Marina sintió como un rayo de sol curioso se filtraba a través de las cortinas, acariciando su rostro con calidez. Se levantó de la cama , sintió una energía vibrante. El relinchar de los caballos resonaba en la distancia y se le ocurrió en ese instante que podría dar un paseo a caballo, algo que no practicaba desde que era muy niña pero sabía que podría hacerlo, ya que su padre le había enseñado muy bien a cabalgar.—¡Antonia! ¡Buen día!—¡Niña Marina! —exclamó ésta sorprendida—. Te has levantado muy temprano hoy. —Sí, querida mía, los rayos del sol me hicieron despertar —respondió—. ¿Es posible que hoy pueda dar un paseo a caballo? —preguntaba mientras pellizcaba el rico pan acabado de salir del horno.—Claro, por supuesto, niña. Me alegra mucho que tenga esos deseos hoy. Sólo tengo que avisarle a Ezequiel que prepare una de las yeguas más mansas que hay en el establo. Siéntese a desayunar que debe alimentarse bie
Al cabo de dos días desde el accidente, Marina reposaba en su habitación. Antonia permanecía a su lado, cuidándola con esmero y brindándole toda la atención necesaria. Por suerte, había recibido la noticia tranquilizadora del médico sobre la no gravedad del golpe en la cabeza y, la herida de la pierna había sido tratada adecuadamente. Recuperadas sus fuerzas tras el accidente, Marina comenzaba a experimentar destellos de recuerdos. Pequeñas imágenes se filtraban en su mente, recordando estar en los brazos de Mauricio y sentir la calidez reconfortante de su piel cerca de ella.—¿Habrá sido un sueño? —se preguntaba llevándose las manos a su cabeza como si al tocarla pudiera discernir entre la realidad y la ensoñación. Se preguntaba por qué tenía esa sensación que recorría su cuerpo y la hacía estremecer inquietándola y haciéndola desear volver a sentir esos brazos fuertes.Como ya no soportaba la incertidumbre ocasionada por sus pensamientos, tomó la decisión de levantarse de la cama y
A la mañana siguiente , Marina despertó en su cama, con la mente llena de imágenes fugaces de lo que creyó por un instante había sido un sueño. Sin embargo, las sensaciones entre sus piernas la hicieron darse cuenta de que no había soñado, sino que había experimentado algo real y tangible.Cerró los ojos y comenzó a sumergirse en el recuerdo de lo sucedido, dejando que las imágenes y sensaciones se desplegaran ante su mente. En instantes comenzó a sentir una ráfaga de calor en su cuerpo que disfrutaba mientras se daba la vuelta para incorporarse de la cama con una sonrisa en su rostro.—¡Niña Marina! —exclamaba Antonia, dando golpecitos a la puerta de la habitación—. ¿Está despierta? Le ha llegado un regalo. Venga, baje para que lo reciba —repetía sin cesar.Marina se levantó con curiosidad de la cama y se envolvió en un suave camisón de seda que hacía juego con su bata de dormir antes de dirigirse hacia la sala. Cuando abrió la puerta , Antonia ya iba de regreso por lo que no tuvo t
La hacienda El Paraíso estaba rodeada de hermosas palmeras y amplios campos que se extienden hasta donde alcanza la vista. Ubicada en una suave colina; la casa principal, construída con madera y piedra, daba un encanto rústico y acogedor. No había cambiado mucho desde la última vez que estuvo allí.Marina había llegado a la casa de Don Joaquín con la ayuda de Evelio; quien, a regañadientes, había accedido a llevarla en su vehículo. A pesar de las órdenes de Antonia de que no debía salir mientras se recuperaba del accidente, ella había insistido, hasta que Evelio finalmente cedió ante sus persistentes ruegos.Levantó la mano y golpeó suavemente la puerta de madera, Evelio la esperaba de pie recostado en su vehículo.—No tarde mucho ,señorita —Se dirigió a ella con un leve tono de angustia. La puerta se abrió lentamente. Del otro lado , una mujer con una cálida sonrisa la recibió.—¡Niña Marina! ¡Está usted igualita a su madre! Pase , pase adelante, por favor —Recordó inmediatamente
—¡No puedo regresar a la ciudad! ¿No entiendes la situación en la que me encuentro ? ¡Mald… sea la hora en que me metí entre las piernas de esa mujer! —Sebastián hablaba con voz crispada aferrando el móvil con fuerza en su oreja mientras miraba a su alrededor para evitar ser escuchado.—¿Y qué piensas hacer?—¡No sé .. no sé.. no se me ocurre nada en este momento. Tengo que convencer a Marina de que vuelva conmigo, pero no puedo contarle la verdad.—Necesitarás tu mejor esfuerzo amigo, no creo que te sea fácil lograr el perdón de Marina.—¡Vaya! Qué consuelo me das, Javier. ¿Estás del lado de tu amigo o no? —preguntaba Sebastián con tono irónico mientras llevaba su mano a la cabeza en un gesto de calmar su nervios.—Bueno, bueno … cálmate amigo, tampoco es tan grave. Marina estaba muy enamorada de tí, seguro sabrás cómo hacer que caiga de nuevo rendida a tus pies.Sebastián pretendía continuar con la conversación, pero escuchó un sonido a su espalda y giró la cabeza, Antonia estaba de
Al romper el alba, Marina despertó inundada de emociones y sentimientos, su cabeza parecía explotar, sentía un dolor punzante en la cabeza. Se levantó de la cama y se dirigió al baño, se refrescó lavándose la cara con agua fría para luego sentarse en la cama mientras procesaba todo aquello que le estaba sucediendo.—Debo arreglar toda esta situación —se dijo a sí misma.Después de tanto pensar, tomó la decisión de que hablaría con ambos. Debía terminar de una vez por todas con Sebastián y confesaría a Mauricio de sus verdaderos sentimientos hacía él . No sabía que pasaría luego pero, necesitaba calma en su vida y la única manera era aclarando las cosas.Con determinación; se levantó, se duchó y se vistió rápidamente, dejando el flujo de sus pensamientos a un lado para concentrarse en tomar unas cuantas respiraciones que le ayudaran a conseguir el valor que necesitaba en esos momentos.Salió de la habitación y se topó con Antonia, quien se acercaba con una taza de café en mano.—¿Neces
Habían transcurrido dos días y Sebastián no daba señales de querer marcharse de la hacienda, por el contrario, parecía sentirse a gusto en aquel ambiente. Lo que nadie sabía era que Sebastián necesitaba encontrar refugio, un lugar donde se sintiera a salvo por un largo tiempo. Así fue como, después de enterarse de que Marina estaba en la hacienda , decidió ir con la excusa de querer recuperar su relación con ella. Aunque pensaba que la hacienda le otorgaba refugio, una sombra de incertidumbre lo acosaba. No podía quitarse la sensación de que, por mucho que se escondiera, el peligro aún estaba al acecho.Cada vez que Sebastián escuchaba los pasos de Marina acercándose, procuraba desaparecer entre las sombras de la casa, evitando cualquier encuentro que pudiera llevar a tener que justificar su permanencia en ella. Estaba plenamente consciente de que el tiempo no estaba de su lado. Cada hora que pasaba, sentía la urgencia crecer dentro de él, sabiendo que debía actuar con rapidez para