CAPÍTULO 7.

Marina estaba tan acostumbrada a la vida agitada de la ciudad que  no imaginaba que estar en ese lugar tan apartado y distinto le pudiera ofrecer sensaciones y sentimientos que de alguna manera la hacían olvidar el motivo por el cual llegó hasta allí. 

Una semana había transcurrido desde que Marina llegó a la Hacienda. Cada día, Antonia tocaba a su puerta muy temprano, despertándola con una gran sonrisa y una bandeja en las manos que llevaba una taza de café. 

Aquella mañana no era la excepción.

—¿Va a tomar el desayuno en la habitación? —preguntaba habitualmente.

—Buen día Antonia —respondió Marina.

—Hoy es un día muy especial para el pueblo –-exclamó Antonia con una gran sonrisa.

Marina pudo detectar un brillo en los ojos de Antonia al decir estas palabras. Estaba por  preguntar el motivo cuando ya se encontraba sola en la habitación,  “definitivamente algo pasa” pensó. Antonia solía recoger la ropa y arreglar la habitación sin dejar de comentar cualquier cosa, pero en ese momento, salió a paso rápido y mirando el reloj con cierta ansiedad. 

Todo el pueblo y sus alrededores se preparaban para el evento más esperado, celebrar la fiesta en honor al santo patrono de la comunidad. Cada año, ese día, se llevaban a cabo actividades religiosas, danzas, música y comida típica. 

Marina se levantó de la cama, miró hacia la ventana y se preguntó a sí misma: —¿Cuánto alboroto hay allí afuera? 

Veía llegar dos hombres con grandes arreglos florales dirigirse hacia la entrada de la casa. En el jardín estaban colocadas varias mesas redondas con lindos manteles y sillas dispuestas a su alrededor. Un improvisado escenario con unos pocos instrumentos colocados en reposo.

Decidió averiguar qué sucedía, se tomó una ducha corta pero reconfortante, se peinó el cabello, aún húmedo, el cual prefirió dejar suelto. Tenía su cabello muy largo, de un color miel, de textura lacia desde la raíz adquiriendo ondulaciones suaves y naturales a medida que se extiende hacia las puntas. Se puso un jeans ajustado, una camisa ligera de color blanco anudada en la cintura, solía estar muy maquillada la mayor parte del tiempo pero desde que llegó a la hacienda sólo se aplicaba un poco de brillo labial y mascarilla para las pestañas.

Antonia no paraba de hablar dando indicaciones a los empleados de cómo y dónde colocar las flores.

—Con cuidado por favor —exclamaba—. No quiero que se dañen los arreglos.

Marina se acercó a Antonia mientras esta caminaba con cierto desespero de aquí para allá.

—¿Qué sucede Antonia, qué se celebra hoy? —le preguntó.

—Niña,  tenemos las fiestas patronales en honor a nuestro querido y respetado San José. Que suerte que usted se encuentre aquí  en la hacienda,  así podrá acompañarnos y celebrar este día tan especial —decía, mientras en su rápido andar, revisaba las mesas y hacía un alto en su explicación para dar una orden a algún empleado. No podía ocultar la emoción y el nerviosismo que sentía en estas horas previas a la festividad.

A unos  pocos kilómetros de la hacienda se asentaba una pequeña población. Marina, durante su regreso, pudo percatarse de cuánto había crecido ese pequeño pueblo. 

Todo estaba casi listo para la fiesta. Se podía escuchar a lo lejos una voz convocando a los habitantes para la ceremonia eclesiástica que se celebraría antes de dar inicio al festejo. Evidentemente esa voz provenía de un altavoz, un hombre conducía un auto difundiendo la alegría y detalles del evento por toda la zona con entusiasmo.

Marina quiso participar de los preparativos y decidió ponerse en marcha, sentía que la idea la entusiasmaba, se dirigió a las mesas y antes de comenzar se detuvo a atarse los cabellos. Con meticulosidad y destreza disponía los manteles, distribuía cuidadosamente los cubiertos y  colocaba los vasos. Atendía  cada detalle con esmero.

Estaba  tan concentrada e inmersa en su actividad que no se percató de lo que sucedía a su alrededor hasta que el ruido de unas risas hizo que su atención se desviara, a unos cuantos metros de distancia estaban unos niños jugando, corrían animadamente persiguiendo a un hombre que sostenía una pelota. Le pareció una escena muy pintoresca. Contagiada por la alegría, decidió unirse a la persecución dispuesta a contribuir a la diversión y apoyar a los niños en su travesía. “Un poco de diversión me vendría bien” —pensó.

Marina pudo mezclarse entre ellos y, en la cercanía se percató de quién era el hombre que llevaba la pelota en sus brazos, el corazón le dio un vuelco en el pecho y todo pareció girar a su alrededor. Había reconocido al atractivo hombre que la había salvado del peligro aquel día en el río. Por unos segundos el tiempo se detuvo para ambos, sus miradas se entrelazaron con una intensidad  palpable  dejándolos envueltos en la magia del momento que se interrumpió cuando unos de los niños logró alcanzar a Mauricio y saltando sobre él cayeron al césped, el chico recuperó la pelota y en cuestiones de segundos logró lanzarla a Marina quien, paralizada aún por el momento vivido logró reaccionar y atrapó la pelota para luego dar la vuelta y correr lo más rápido que podía para alejarse de aquel hombre.

—¡Marina corre! —gritaban los niños al ver que Mauricio se incorporaba para ir detrás de ella. 

No sabía si corría para evitar que aquel hombre le quitara la pelota o si estaba huyendo de la sensación que le producía la cercanía entre ambos. Mauricio se incorporó y comenzó a perseguirla con determinación. Finalmente alcanzó su objetivo y, en ese instante, sus miradas se encontraron, creando una conexión intensa y sensual. La complicidad entre ellos se volvió tangible, evocando un reencuentro lleno de tensión erótica.

—Te atrapé. 

Él la tenía entre sus brazos y ella dejó caer la pelota, parecía no sentir sus piernas, el corazón le palpitaba como caballo desbocado, trató de que sus nervios no la delataran y reaccionó rápidamente.

—¿Será que nuestros encuentros tendrán el mismo patrón? —sonrió tímidamente—. Esta vez no estoy en peligro. 

Lo miró y pudo sentir que sus mejillas se sonrojaron. Aunque para sus adentros, sí se sentía en peligro, era evidente que este hombre la inquietaba. 

Inmediatamente Mauricio se percató de que se refería al momento que vivieron en el río. 

Mauricio parecía haber olvidado cuál era su propósito al correr detrás de Marina, sintió que sus brazos no querían dejarla ir, no le importaba recuperar la pelota.

—Definitivamente no estás en peligro —le respondió mostrando una sonrisa. 

—Entonces, puedes soltarme —le dijo poniendo sus manos en los brazos de Mauricio haciendo un pequeño esfuerzo para liberarse de él. Mauricio la detuvo por unos segundos que a ella le parecieron eternos.

—Te libero —Mauricio la separó de su cuerpo lentamente como si disfrutara verla sentir un poco nerviosa ante ese encuentro. 

Con una mezcla de determinación y aire victorioso ,se agachó ágilmente para recoger la pelota del suelo. Sus músculos tensos reflejaron la intensidad del momento. Al levantarse, una sonrisa victoriosa iluminó su rostro mientras corría a paso seguro y decidido. Cada zancada parecía resonar con confianza, enviando señales claras de que había conquistado la competencia y se regodeaba de la victoria, no sin antes buscar la atención de Marina para captar su mirada y, con un destello travieso en sus ojos, le dedicó un sutil pero elocuente guiño sorprendiéndola de tal forma que no supo cómo reaccionar y rápidamente se dio la vuelta y regresó a su faena.

Los preparativos ya estaban por finalizar, en un par de horas daría inicio la ceremonia en la pequeña iglesia de la comunidad. Antonia ya estaba casi lista , llevaba un vestido sencillo pero elegante y una manta tejida colocada en su cabeza, aún se conservaba esa tradición en este lugar. Marina la elogió por su belleza.

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