CAPÍTULO 12.

La hacienda El Paraíso estaba rodeada de hermosas palmeras y amplios campos que se extienden hasta donde alcanza la vista. Ubicada en una suave colina; la casa principal, construída con madera y piedra, daba un encanto rústico y acogedor. No había cambiado mucho desde la última vez que estuvo allí.

Marina había llegado a la casa de Don Joaquín con la ayuda de Evelio; quien, a regañadientes, había accedido a llevarla en su vehículo. A pesar de las órdenes de Antonia de que no debía salir mientras se recuperaba del accidente, ella había insistido, hasta que Evelio finalmente cedió ante sus persistentes ruegos.

Levantó la mano y golpeó suavemente la puerta de madera, Evelio la esperaba de pie recostado en su vehículo.

—No tarde mucho ,señorita —Se dirigió a ella con un leve tono de angustia.

La puerta se abrió lentamente. Del otro lado , una mujer con una cálida sonrisa la recibió.

—¡Niña Marina! ¡Está usted igualita a su madre! Pase , pase adelante, por favor —Recordó inmediatamente
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