CAPÍTULO 56.

El silencio en la habitación de Sebastián era pesado, casi palpable. Pero hoy, algo en su rostro decía que no podía esperar más. Sentado en la cama, con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el vacío, Sebastián sintió que el peso de la culpa lo aplastaba más que nunca. Había pasado mucho tiempo desde aquel fatídico secuestro, pero las cicatrices, aunque invisibles, seguían marcando su alma.

Marina entró en la habitación para despedirse de él. Pero al ver su expresión seria y el brillo en sus ojos, supo que algo había cambiado.

—Marina… —su voz sonó baja, pero cargada de dolor. Ella se detuvo en la puerta, sorprendida por la seriedad de su tono.

—¿Qué pasa, Sebastián? —preguntó, acercándose lentamente.

Él tomó aire, como si las palabras le costaran salir, como si llevaran años atrapadas en su garganta. Finalmente, miró hacia sus manos, sin atreverse a mirarla a los ojos. "

—Tengo algo que decirte. Algo que no he podido… no he podido decirte antes.

Marina frunció el ceño, preoc
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