—¿Cómo es posible que Sebastián me haga esto? —hablaba en voz baja—. ¡Dejarme plantada!
Marina estaba sentada en el restaurante que él había elegido y reservado, desde hacía una hora. Él había planeado este encuentro y, parecía que era algo serio por la voz con la que él le había sugerido que se encontraran en ese lugar. Evidentemente, ella se llenó de ilusiones al pensar que su deseo de ser la esposa de Sebastián podría cumplirse ese día.
Transcurrió una media hora más y no tenía noticias de él, ella comenzó a temer que un accidente hubiera ocurrido y sentía que su cabeza comenzaba a dar vueltas. Salió de aquel lugar, subió a su auto, apoyó sus manos sobre el volante, no sabía qué hacer, miró el reloj de pulsera y echó una última mirada al restaurante con la ilusión de verlo llegar. Sebastián no llegó.
No podía entender qué sucedía y por qué no estaba él allí, como habían acordado. Buscó su teléfono para llamarle pero inmediatamente el aparato la llevó al buzón de mensajes.
—Sólo espero que no le haya sucedido nada malo —Tomó de nuevo el teléfono y marcó el número de su amiga Tita.
—Hola Marina…
—Tita —interrumpió el saludo de su amiga—. Estoy muy preocupada amiga, Sebastián me citó en un restaurante y nunca llegó, lo esperé alrededor de hora y media allí sentada y, nada, no apareció, le marqué a su móvil y me mandó a buzón.
—Tranquila amiga, por favor ten calma , yo estoy desocupada en este momento ¿Dónde estás? Si quieres voy por ti y hablamos, tomemos un café.
Marina, completamente ajena a la sorpresa que le esperaba, se preparaba para encontrarse con Tita, sin tener la menor idea de la impactante noticia que su amiga le revelaría. Ambas se encontraron y entre sollozos , Marina le contó a su amiga el desagradable momento que había pasado.
Tita sabía que Sebastián estaba con otra mujer, hace apenas unas horas los había visto abrazados en una situación muy comprometedora, dejándola sorprendida y desconcertada. Ahora enfrentaba la difícil tarea de comunicarle la noticia a Marina sin causar demasiado dolor.
Marina, al recibir la noticia, experimentó un torbellino de sensaciones físicas. Sus piernas temblaban, sentía que le faltaba el aire, una sensación de mareo la embargó, y la idea de que Tita le estaba haciendo una broma incomprensible cruzó por su mente, contribuyendo a su desconcierto y angustia. Ambas estaban en silencio, Marina cubría su rostro con sus manos mientras lloraba al tiempo que, su amiga intentaba reconfortarla con un cálido abrazo.
—¿En qué he fallado? A ver Tita, ¿Por qué Sebastián me ha hecho esto? ¿Qué le costaba hablar claro? Yo sé que estos días he estado muy ocupada con la exposición, pero él debería entender que sólo eran unos días y sabe cuán importante es mi trabajo.
—No eres tú la que has fallado Marina. No quiero que sufras por ese imbécil de Sebastián. No merece ni una lágrima tuya. Si no es lo suficientemente hombre para dar la cara, no vale como novio ni como amigo, ahora no lo ves amiga , pero ya te darás cuenta en unos días.
Con una actitud firme y directa, Tita trataba de que su amiga se percatara de la situación de manera clara para que no sufriera por alguien que no lo merecía. Sabía que esas palabras no lograrían ese efecto pero se encontraba enfurecida y emocionalmente agitada mientras veía a su amiga en ese estado.
Habían transcurrido dos días sin que Sebastián se hubiese reportado. A pesar de los intentos de su amiga por animarla con paseos, Marina se sentía atrapada en una melancolía que le impedía encontrar la motivación para realizar ninguna actividad.La tristeza se había apoderado de Marina de tal manera que cada paso le resultaba pesado. La sensación de vacío en su pecho la hacía querer encerrarse en su propio mundo, donde el tiempo se detuviera y las preocupaciones quedaran atrás. No tenía ganas de hacer nada, ni de enfrentarse al mundo, ni siquiera de salir de su cama. Sin embargo, la realidad estaba allí, y había que afrontarla.Sabía que, a pesar del peso que llevaba en el corazón, no podía permitir que la tristeza la venciera por completo. El teléfono en su escritorio vibró, recordándole que los asuntos laborales no esperarían. Había correos que responder, llamadas que atender, tareas que cumplir.Al caer la noche sintió deseos de ir a buscar a Sebastián y exigirle una explicación, p
La hacienda La Escondida se encontraba aproximadamente a 700 kilómetros de la ciudad, lo que podía tomar de 8 a 10 horas en auto. Marina se encontraba sin fuerzas para emprender un viaje tan largo y optó por la comodidad de un vuelo hasta su destino. Decidió alquilar un auto una vez que llegara, el camino hacia la hacienda comienza suave y firme, pavimentado con asfalto gris para luego dar paso a una capa de tierra que se levanta en pequeñas nubes de polvo bajo las ruedas del vehículo.Trató de recordar la última vez que había estado allí, habían transcurrido muchos años desde entonces y, trató de calcular cuánto tiempo “¿15 años?”, dibujó una expresión de duda y sorpresa en su rostro.Empacó algo de ropa. Salir de la ciudad no le agradaba mucho y menos para ir al campo. Cero fiestas, cero restaurantes. A pesar de haber vivido su infancia en el campo, ya nada de ese lugar le atraía…eso pensaba ella. Al llegar a su destino, se detuvo a mirar por unos segundos el gran portón que dab
El sol se asomó tímidamente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. El canto de los gallos rompía el silencio de la mañana en la hacienda, mientras el aroma fresco de la tierra mojada por el rocío llenaba el aire. Desde la ventana de la antigua casa principal, se podía ver cómo los primeros rayos de luz acariciaban los campos verdes y las palmeras que rodeaban la propiedad.—¡Niña Marina! —exclamó Antonia dando tímidos golpecitos a la puerta—. ¡Niña Marina !—¡Oh! Por Dios Antonia es de madrugada, ¿por qué me despiertas a esta hora? —Déjeme pasar, mi niña, ya está el desayuno listo. Marina se encontraba en su cama, envuelta en las cálidas y acogedoras sábanas. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, pero sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos. Con un suspiro profundo, se estiró lentamente, extendiendo brazos y piernas como si estuviera tratando de alcanzar un estado de alerta.La lucha contra la gravedad para ponerse en posición vertical
Marina se duchó, se puso unos jeans ajustados y una camisa de algodón color celeste, no se iba a quedar todo el día en la habitación; lo había decidido. Desayunó y se dispuso a salir, a caminar, tomar aire fresco, este lugar es tan distinto de la ciudad, estaba tan lejos de los ruidos callejeros, el bullicio y la agitada vida citadina. A pesar de haberse ido desde tan pequeña; por alguna desconocida razón, mientras caminaba a través del campo, podía sentir una tranquilidad que le hacía sentir en calma. Era lo que ella necesitaba en esos momentos.Al cabo de una larga caminata escuchó el sonido del agua fluyendo entre las rocas. Siguió caminando y, de pronto, se encontró allí: ante ella apareció el río, sus aguas brillando bajo el sol. El flujo del agua era tranquilo, pero su sonido constante, como una suave melodía, llenaba el aire, y Marina se detuvo un momento a admirar la calma que emanaba del lugar. Logró sacar un suspiro y sonrió. Eso la sorprendió, pues se había imaginado que a
Los siguientes días transcurrieron de manera apacible y serena, en las mañanas el aroma del café preparado por Antonia se colaba por los rincones de la casa, Marina se sentía muy consentida por las atenciones de aquella mujer que se esmeraba en hacerla sentir a gusto y cómoda. —Niña Marina, ¿Por qué no ha salido a pasear estos días? —preguntó Antonia al entrar en la habitación—. Han estado muy lindos, debería aprovechar que aún no empiezan las lluvias. Si quiere, puedo decirle a Mauricio que le aliste un caballo para montar ¿Recuerda cómo hacerlo , señorita?En ese momento comenzaron a llegarle recuerdos de su niñez, recuerdos que estuvieron muy bien escondidos durante muchos años. Sus padres la llevaban muy a menudo de paseo por los alrededores, le encantaba estar allí, solía dar largos paseos a caballo con ellos y, estaba consciente de que siempre se empeñaban en enseñarle las costumbres de la vida en el campo. Había aprendido a montar a caballo con habilidad y destreza desde muy
Marina estaba tan acostumbrada a la vida agitada de la ciudad que no imaginaba que estar en ese lugar tan apartado y distinto le pudiera ofrecer sensaciones y sentimientos que de alguna manera la hacían olvidar el motivo por el cual llegó hasta allí. Una semana había transcurrido desde que Marina llegó a la Hacienda. Cada día, Antonia tocaba a su puerta muy temprano, despertándola con una gran sonrisa y una bandeja en las manos que llevaba una taza de café. Aquella mañana no era la excepción.—¿Va a tomar el desayuno en la habitación? —preguntaba habitualmente.—Buen día Antonia —respondió Marina.—Hoy es un día muy especial para el pueblo –-exclamó Antonia con una gran sonrisa.Marina pudo detectar un brillo en los ojos de Antonia al decir estas palabras. Estaba por preguntar el motivo cuando ya se encontraba sola en la habitación, “definitivamente algo pasa” pensó. Antonia solía recoger la ropa y arreglar la habitación sin dejar de comentar cualquier cosa, pero en ese momento,
Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación. —Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.—¡Listo! —exclamó con alegría. Sacó un chal de seda,
El sol despertó con suavidad, pintando el cielo con tonos cálidos. Marina sintió como un rayo de sol curioso se filtraba a través de las cortinas, acariciando su rostro con calidez. Se levantó de la cama , sintió una energía vibrante. El relinchar de los caballos resonaba en la distancia y se le ocurrió en ese instante que podría dar un paseo a caballo, algo que no practicaba desde que era muy niña pero sabía que podría hacerlo, ya que su padre le había enseñado muy bien a cabalgar.—¡Antonia! ¡Buen día!—¡Niña Marina! —exclamó ésta sorprendida—. Te has levantado muy temprano hoy. —Sí, querida mía, los rayos del sol me hicieron despertar —respondió—. ¿Es posible que hoy pueda dar un paseo a caballo? —preguntaba mientras pellizcaba el rico pan acabado de salir del horno.—Claro, por supuesto, niña. Me alegra mucho que tenga esos deseos hoy. Sólo tengo que avisarle a Ezequiel que prepare una de las yeguas más mansas que hay en el establo. Siéntese a desayunar que debe alimentarse bie