La hacienda La Escondida se encontraba aproximadamente a 700 kilómetros de la ciudad, lo que podía tomar de 8 a 10 horas en auto. Marina se encontraba sin fuerzas para emprender un viaje tan largo y optó por la comodidad de un vuelo hasta su destino. Decidió alquilar un auto una vez que llegara, el camino hacia la hacienda comienza suave y firme, pavimentado con asfalto gris para luego dar paso a una capa de tierra que se levanta en pequeñas nubes de polvo bajo las ruedas del vehículo.
Trató de recordar la última vez que había estado allí, habían transcurrido muchos años desde entonces y, trató de calcular cuánto tiempo “¿15 años?”, dibujó una expresión de duda y sorpresa en su rostro.
Empacó algo de ropa. Salir de la ciudad no le agradaba mucho y menos para ir al campo. Cero fiestas, cero restaurantes. A pesar de haber vivido su infancia en el campo, ya nada de ese lugar le atraía…eso pensaba ella.
Al llegar a su destino, se detuvo a mirar por unos segundos el gran portón que daba entrada a “La Escondida”. Imágenes y recuerdos llegaron a su mente, había nacido y crecido en este lugar, trató de revivir los momentos gratos vividos junto a sus padres.
Estaba tan absorta en sus pensamientos y recuerdos que apenas se percató de que no tenía cómo entrar y no había avisado de su llegada a la hacienda. Sabía que sus padres no estarían allí, habían dedicado sus vidas a cuidar y hacer prosperar estas tierras y habían decidido darse cada año unas vacaciones para conocer otros países.
—¿Hay alguien por acá? —dijo alzando la voz tratando de ser escuchada—. ¿Por qué nadie me responde? Debí avisar que llegaría a esta hora.
De pronto, el gran portón se abrió, un hombre alto y fornido con un sombrero que apenas dejaba ver su rostro se detuvo frente a ella, puso sus manos en los bolsillos y le preguntó quién era y qué hacía en ese lugar.
—¿Cómo que, quién soy? —contestó Marina—. Soy yo la que debo hacer esa pregunta, abre y déjame pasar.
—No, hasta que me responda —dijo el hombre, con voz fuerte y mirada intimidante.
Si Marina había logrado apenas calmar su ánimo durante el viaje, este recibimiento la encolerizó al máximo.
Buscó su teléfono y se disponía llamar a su padre para quejarse de la actitud de este hombre cuando levantó la mirada y se percató no sólo de que el hombre se hacía a un lado para dejarla entrar a la hacienda, pues le llamó mucho la atención la fuerza que este poseía y sus espectaculares músculos que podían marcarse fácilmente a través de la camisa ajustada que usaba.
Marina encendió el auto, avanzó y ya, al fin, estaba dentro de la hacienda. Alzó su mirada hacia el espejo retrovisor y dejó atrás a aquel hombre.
—¿No sé que se cree ese campesino? Llamaré a mi padre para que lo amoneste inmediatamente.
Unos minutos después, retomó los pensamientos que la trajeron a este lugar apartado y tranquilo. Se sintió admirada por aquel lugar que había sido su hogar, era un paraíso. El camino hasta la casa era cómodo, rodeado a cada lado de palmeras.
Marina entró a la gran casa y quedó deslumbrada, era realmente hermosa. Su madre la había decorado de manera muy acogedora y con buen gusto. Asegurándose de que tuviera abundante luz natural y una agradable frescura.
Fue recibida por una mujer, Antonia, quien se quedó perpleja al verla y sus ojos se abrieron de par en par, la sorpresa fue tal que no sabía cómo reaccionar ante su presencia.
—¡Niña Marina! —exclamó en voz alta , dejando a un lado una bandeja que portaba unas tazas de café—. ¿Cómo es posible que no me haya avisado de su llegada? ¿Cuánto tiempo sin verla mi amada niña? ¡Qué hermosa estás! …
No paraba de hacer preguntas mientras Marina se acercaba a ella para darle un abrazo. Las dos soltaron el llanto llenas de emoción.
Antonia era una mujer alta, corpulenta, de rostro noble y redondo; su cabello canoso, reflejaba la experiencia de los años vividos. Su madre sirvió a la familia desde muy joven, había llegado un día a la hacienda pidiendo que la contrataran como servidumbre. Tenía temor de que la rechazaran porque estaba embarazada y quizás eso sería motivo para no ser aceptada.
La madre de Marina sintió compasión por ella y la aceptó en su hogar. Con el tiempo , más que ser una servidumbre, logró ganar la confianza y afecto de los jefes. Era una mujer muy trabajadora y digna de confianza. En las decisiones del hogar y aún las personales , la madre de Marina siempre buscaba el apoyo y el consejo de aquella mujer que se había convertido en parte de la familia. Antonia creció en ese lugar, entre las labores enseñadas por su madre y el afecto que ambas mujeres compartían, brindándole un entorno familiar y cálido.
Marina se instaló en su habitación, dejó sus cosas y se sentó al borde de la cama, pues ya estaba lejos, lejos de la ciudad, lejos de Sebastián.
El sol se asomó tímidamente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. El canto de los gallos rompía el silencio de la mañana en la hacienda, mientras el aroma fresco de la tierra mojada por el rocío llenaba el aire. Desde la ventana de la antigua casa principal, se podía ver cómo los primeros rayos de luz acariciaban los campos verdes y las palmeras que rodeaban la propiedad.—¡Niña Marina! —exclamó Antonia dando tímidos golpecitos a la puerta—. ¡Niña Marina !—¡Oh! Por Dios Antonia es de madrugada, ¿por qué me despiertas a esta hora? —Déjeme pasar, mi niña, ya está el desayuno listo. Marina se encontraba en su cama, envuelta en las cálidas y acogedoras sábanas. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, pero sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos. Con un suspiro profundo, se estiró lentamente, extendiendo brazos y piernas como si estuviera tratando de alcanzar un estado de alerta.La lucha contra la gravedad para ponerse en posición vertical
Marina se duchó, se puso unos jeans ajustados y una camisa de algodón color celeste, no se iba a quedar todo el día en la habitación; lo había decidido. Desayunó y se dispuso a salir, a caminar, tomar aire fresco, este lugar es tan distinto de la ciudad, estaba tan lejos de los ruidos callejeros, el bullicio y la agitada vida citadina. A pesar de haberse ido desde tan pequeña; por alguna desconocida razón, mientras caminaba a través del campo, podía sentir una tranquilidad que le hacía sentir en calma. Era lo que ella necesitaba en esos momentos.Al cabo de una larga caminata escuchó el sonido del agua fluyendo entre las rocas. Siguió caminando y, de pronto, se encontró allí: ante ella apareció el río, sus aguas brillando bajo el sol. El flujo del agua era tranquilo, pero su sonido constante, como una suave melodía, llenaba el aire, y Marina se detuvo un momento a admirar la calma que emanaba del lugar. Logró sacar un suspiro y sonrió. Eso la sorprendió, pues se había imaginado que a
Los siguientes días transcurrieron de manera apacible y serena, en las mañanas el aroma del café preparado por Antonia se colaba por los rincones de la casa, Marina se sentía muy consentida por las atenciones de aquella mujer que se esmeraba en hacerla sentir a gusto y cómoda. —Niña Marina, ¿Por qué no ha salido a pasear estos días? —preguntó Antonia al entrar en la habitación—. Han estado muy lindos, debería aprovechar que aún no empiezan las lluvias. Si quiere, puedo decirle a Mauricio que le aliste un caballo para montar ¿Recuerda cómo hacerlo , señorita?En ese momento comenzaron a llegarle recuerdos de su niñez, recuerdos que estuvieron muy bien escondidos durante muchos años. Sus padres la llevaban muy a menudo de paseo por los alrededores, le encantaba estar allí, solía dar largos paseos a caballo con ellos y, estaba consciente de que siempre se empeñaban en enseñarle las costumbres de la vida en el campo. Había aprendido a montar a caballo con habilidad y destreza desde muy
Marina estaba tan acostumbrada a la vida agitada de la ciudad que no imaginaba que estar en ese lugar tan apartado y distinto le pudiera ofrecer sensaciones y sentimientos que de alguna manera la hacían olvidar el motivo por el cual llegó hasta allí. Una semana había transcurrido desde que Marina llegó a la Hacienda. Cada día, Antonia tocaba a su puerta muy temprano, despertándola con una gran sonrisa y una bandeja en las manos que llevaba una taza de café. Aquella mañana no era la excepción.—¿Va a tomar el desayuno en la habitación? —preguntaba habitualmente.—Buen día Antonia —respondió Marina.—Hoy es un día muy especial para el pueblo –-exclamó Antonia con una gran sonrisa.Marina pudo detectar un brillo en los ojos de Antonia al decir estas palabras. Estaba por preguntar el motivo cuando ya se encontraba sola en la habitación, “definitivamente algo pasa” pensó. Antonia solía recoger la ropa y arreglar la habitación sin dejar de comentar cualquier cosa, pero en ese momento,
Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación. —Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.—¡Listo! —exclamó con alegría. Sacó un chal de seda,
El sol despertó con suavidad, pintando el cielo con tonos cálidos. Marina sintió como un rayo de sol curioso se filtraba a través de las cortinas, acariciando su rostro con calidez. Se levantó de la cama , sintió una energía vibrante. El relinchar de los caballos resonaba en la distancia y se le ocurrió en ese instante que podría dar un paseo a caballo, algo que no practicaba desde que era muy niña pero sabía que podría hacerlo, ya que su padre le había enseñado muy bien a cabalgar.—¡Antonia! ¡Buen día!—¡Niña Marina! —exclamó ésta sorprendida—. Te has levantado muy temprano hoy. —Sí, querida mía, los rayos del sol me hicieron despertar —respondió—. ¿Es posible que hoy pueda dar un paseo a caballo? —preguntaba mientras pellizcaba el rico pan acabado de salir del horno.—Claro, por supuesto, niña. Me alegra mucho que tenga esos deseos hoy. Sólo tengo que avisarle a Ezequiel que prepare una de las yeguas más mansas que hay en el establo. Siéntese a desayunar que debe alimentarse bie
Al cabo de dos días desde el accidente, Marina reposaba en su habitación. Antonia permanecía a su lado, cuidándola con esmero y brindándole toda la atención necesaria. Por suerte, había recibido la noticia tranquilizadora del médico sobre la no gravedad del golpe en la cabeza y, la herida de la pierna había sido tratada adecuadamente. Recuperadas sus fuerzas tras el accidente, Marina comenzaba a experimentar destellos de recuerdos. Pequeñas imágenes se filtraban en su mente, recordando estar en los brazos de Mauricio y sentir la calidez reconfortante de su piel cerca de ella.—¿Habrá sido un sueño? —se preguntaba llevándose las manos a su cabeza como si al tocarla pudiera discernir entre la realidad y la ensoñación. Se preguntaba por qué tenía esa sensación que recorría su cuerpo y la hacía estremecer inquietándola y haciéndola desear volver a sentir esos brazos fuertes.Como ya no soportaba la incertidumbre ocasionada por sus pensamientos, tomó la decisión de levantarse de la cama y
A la mañana siguiente , Marina despertó en su cama, con la mente llena de imágenes fugaces de lo que creyó por un instante había sido un sueño. Sin embargo, las sensaciones entre sus piernas la hicieron darse cuenta de que no había soñado, sino que había experimentado algo real y tangible.Cerró los ojos y comenzó a sumergirse en el recuerdo de lo sucedido, dejando que las imágenes y sensaciones se desplegaran ante su mente. En instantes comenzó a sentir una ráfaga de calor en su cuerpo que disfrutaba mientras se daba la vuelta para incorporarse de la cama con una sonrisa en su rostro.—¡Niña Marina! —exclamaba Antonia, dando golpecitos a la puerta de la habitación—. ¿Está despierta? Le ha llegado un regalo. Venga, baje para que lo reciba —repetía sin cesar.Marina se levantó con curiosidad de la cama y se envolvió en un suave camisón de seda que hacía juego con su bata de dormir antes de dirigirse hacia la sala. Cuando abrió la puerta , Antonia ya iba de regreso por lo que no tuvo t