CAPÍTULO 5.

Marina se duchó, se puso unos jeans ajustados y una camisa de algodón color celeste, no se iba a quedar todo el día en la habitación; lo había decidido. Desayunó y se dispuso a salir, a caminar, tomar aire fresco, este lugar es tan distinto de la ciudad, estaba tan lejos de los ruidos callejeros, el bullicio y la agitada vida citadina. 

A pesar de haberse ido desde tan pequeña; por alguna desconocida razón, mientras caminaba a través del campo, podía sentir una tranquilidad que le hacía sentir en calma. Era lo que ella necesitaba en esos momentos.

Al cabo de una larga caminata escuchó el sonido del agua fluyendo entre las rocas. Siguió caminando y, de pronto, se encontró allí: ante ella apareció el río, sus aguas brillando bajo el sol. El flujo del agua era tranquilo, pero su sonido constante, como una suave melodía, llenaba el aire, y Marina se detuvo un momento a admirar la calma que emanaba del lugar. Logró sacar un suspiro y sonrió. Eso la sorprendió, pues se había imaginado que al llegar a ese lugar no habría nada que le causara emoción.

Acercarse más era una invitación a querer disfrutar de un baño en las aguas cristalinas y ruidosas. El calor, el principal motivo. Miró a su alrededor y pudo sentir que estaba sola, no habría nadie por estos alrededores. “¿Qué problema tendría de despojarse de la ropa y entrar al agua?”. No lo pensó mucho y decidida lo hizo. 

Caminar descalza sobres las pequeñas rocas fue un trabajo adicional que no esperaba fuera tan incómodo.El agua cristalina abrazaba su cuerpo mientras la luz del sol se filtraba entre las hojas, creando destellos dorados en su piel. Su cabello mojado caía en cascada por sus hombros, y su expresión reflejaba serenidad y conexión con la naturaleza. Cada gota de agua que se deslizaba por su piel, parecía acariciarla suavemente, y su figura se fundía armoniosamente con el entorno natural que la rodea. 

Todo estaba en paz, escuchaba pajarillos cantando al volar a través de los árboles. 

—¡Te recomiendo que salgas del agua inmediatamente! 

Escuchó una voz, un hombre estaba de pie a la orilla del río y la observaba discretamente. Marina dio un giro a su cabeza para enfrentarlo.

—¿Perdón? —exclamó con voz irónica mientras miraba sorprendida a aquel hombre, y en ese instante pudo reconocer aquel rostro. 

—¡Otra vez! ¿Qué te sucede? ¿Por qué habría de salir del agua? ¿Por qué tú lo ordenas? 

—Sal inmediatamente… 

En ese instante él  corrió velozmente hacia el agua, se abalanzó sobre ella y de manera brusca logró tomarla por la cintura y, con facilidad la levantó colocándola sobre su hombro, ella no entendía qué estaba sucediendo hasta que  comenzó a escuchar un sonido estruendoso, un conjunto de cascos golpeando rítmicamente el suelo, mezclado con el sonido del relincho ocasional de unos caballos que avanzaban con fuerza hacia el río. Sus patas se levantaban y caían en un ritmo poderoso, mientras la manada se adentraba en el agua, creando un hermoso espectáculo. Con fuerza, la llevó de regreso a la orilla, segura. 

Ambos emergieron del agua empapados, pero a salvo, mientras la manada de caballos continuaba su travesía en el fondo. Marina podía sentir las manos fuertes sobre su cuerpo, aturdida y asustada no lograba darse cuenta de que en el transcurso de aquel momento en el que casi pierde la vida, había perdido el corpiño que usaba como bañador. 

Mauricio la sostenía entre sus fuertes brazos, los dos estaban muy juntos, respiraban agitadamente, Marina se aferraba a Mauricio, parecía que el tiempo se detuviera por unos instantes, ambos sentían sus latidos acelerados, sus cuerpos unidos, húmedos, se sentía segura allí entre los brazos de ese hombre, le gustaba la sensación que sentía al tener sus grandes y redondos pechos desnudos pegados al pecho de Mauricio.

Parecía haber transcurrido más de un minuto y él fue el primero en reaccionar, puso sus manos sobre los hombros de Marina separándola un poco de su cuerpo, en ese instante, no pudo evitar bajar su mirada y mira esos firmes senos que mostraban sus rosados pezones erizados. Marina sintió un placer inexplicable al ver cómo los ojos de él miraban su desnudez, por unos instantes deseó que él rodeara sus pechos con sus manos y de solo imaginarlo cerró sus ojos y sintió un calor en su vientre, su piel se erizó  y sin proponérselo inclinó su tronco incitando a aquel hombre a que se los acariciara, comenzó a sentir un cosquilleo en su bajo vientre, podía sentir el calor de aquellas manos sobre su piel. 

Mauricio no tenía deseos de resistirse ante aquella tentación, el corazón le latía a mil por horas, no quitaba la mirada en aquellos insinuantes y hermosos senos, el deseo de besarlos era más fuerte que él. De pronto y con un gesto  que pareció un enojo hacia sí mismo, retiró delicadamente sus manos del cuerpo de ella, se miraron a los ojos en silencio, por unos segundos. Podían escuchar el ruido de los cascos ya alejándose. Él se dió la vuelta dando la espalda a Marina, se quitó su camisa y estirando  su brazo hacia atrás se la entregó y le dijo:

 –Cúbrete.

Marina no sabía qué pensar, todo sucedió tan rápido y sorpresivamente, tomó la camisa y se apresuró a colocarla, una vez que ató el último botón de la misma, levantó la mirada y detalló aquella espalda que tenía delante, Mauricio comenzó a alejarse de aquel lugar mientras ella estaba inmóvil, asustada y no quería reconocer que se sentía muy  excitada. 

Al cabo de unos minutos que para ella transcurrieron muy lentos, se levantó, tomó el resto de su ropa e inició el regreso a la casa. 

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