Marina se duchó, se puso unos jeans ajustados y una camisa de algodón color celeste, no se iba a quedar todo el día en la habitación; lo había decidido. Desayunó y se dispuso a salir, a caminar, tomar aire fresco, este lugar es tan distinto de la ciudad, estaba tan lejos de los ruidos callejeros, el bullicio y la agitada vida citadina.
A pesar de haberse ido desde tan pequeña; por alguna desconocida razón, mientras caminaba a través del campo, podía sentir una tranquilidad que le hacía sentir en calma. Era lo que ella necesitaba en esos momentos.
Al cabo de una larga caminata escuchó el sonido del agua fluyendo entre las rocas. Siguió caminando y, de pronto, se encontró allí: ante ella apareció el río, sus aguas brillando bajo el sol. El flujo del agua era tranquilo, pero su sonido constante, como una suave melodía, llenaba el aire, y Marina se detuvo un momento a admirar la calma que emanaba del lugar. Logró sacar un suspiro y sonrió. Eso la sorprendió, pues se había imaginado que al llegar a ese lugar no habría nada que le causara emoción.
Acercarse más era una invitación a querer disfrutar de un baño en las aguas cristalinas y ruidosas. El calor, el principal motivo. Miró a su alrededor y pudo sentir que estaba sola, no habría nadie por estos alrededores. “¿Qué problema tendría de despojarse de la ropa y entrar al agua?”. No lo pensó mucho y decidida lo hizo.
Caminar descalza sobres las pequeñas rocas fue un trabajo adicional que no esperaba fuera tan incómodo.El agua cristalina abrazaba su cuerpo mientras la luz del sol se filtraba entre las hojas, creando destellos dorados en su piel. Su cabello mojado caía en cascada por sus hombros, y su expresión reflejaba serenidad y conexión con la naturaleza. Cada gota de agua que se deslizaba por su piel, parecía acariciarla suavemente, y su figura se fundía armoniosamente con el entorno natural que la rodea.
Todo estaba en paz, escuchaba pajarillos cantando al volar a través de los árboles.
—¡Te recomiendo que salgas del agua inmediatamente!
Escuchó una voz, un hombre estaba de pie a la orilla del río y la observaba discretamente. Marina dio un giro a su cabeza para enfrentarlo.
—¿Perdón? —exclamó con voz irónica mientras miraba sorprendida a aquel hombre, y en ese instante pudo reconocer aquel rostro.
—¡Otra vez! ¿Qué te sucede? ¿Por qué habría de salir del agua? ¿Por qué tú lo ordenas?
—Sal inmediatamente…
En ese instante él corrió velozmente hacia el agua, se abalanzó sobre ella y de manera brusca logró tomarla por la cintura y, con facilidad la levantó colocándola sobre su hombro, ella no entendía qué estaba sucediendo hasta que comenzó a escuchar un sonido estruendoso, un conjunto de cascos golpeando rítmicamente el suelo, mezclado con el sonido del relincho ocasional de unos caballos que avanzaban con fuerza hacia el río. Sus patas se levantaban y caían en un ritmo poderoso, mientras la manada se adentraba en el agua, creando un hermoso espectáculo. Con fuerza, la llevó de regreso a la orilla, segura.
Ambos emergieron del agua empapados, pero a salvo, mientras la manada de caballos continuaba su travesía en el fondo. Marina podía sentir las manos fuertes sobre su cuerpo, aturdida y asustada no lograba darse cuenta de que en el transcurso de aquel momento en el que casi pierde la vida, había perdido el corpiño que usaba como bañador.
Mauricio la sostenía entre sus fuertes brazos, los dos estaban muy juntos, respiraban agitadamente, Marina se aferraba a Mauricio, parecía que el tiempo se detuviera por unos instantes, ambos sentían sus latidos acelerados, sus cuerpos unidos, húmedos, se sentía segura allí entre los brazos de ese hombre, le gustaba la sensación que sentía al tener sus grandes y redondos pechos desnudos pegados al pecho de Mauricio.
Parecía haber transcurrido más de un minuto y él fue el primero en reaccionar, puso sus manos sobre los hombros de Marina separándola un poco de su cuerpo, en ese instante, no pudo evitar bajar su mirada y mira esos firmes senos que mostraban sus rosados pezones erizados. Marina sintió un placer inexplicable al ver cómo los ojos de él miraban su desnudez, por unos instantes deseó que él rodeara sus pechos con sus manos y de solo imaginarlo cerró sus ojos y sintió un calor en su vientre, su piel se erizó y sin proponérselo inclinó su tronco incitando a aquel hombre a que se los acariciara, comenzó a sentir un cosquilleo en su bajo vientre, podía sentir el calor de aquellas manos sobre su piel.
Mauricio no tenía deseos de resistirse ante aquella tentación, el corazón le latía a mil por horas, no quitaba la mirada en aquellos insinuantes y hermosos senos, el deseo de besarlos era más fuerte que él. De pronto y con un gesto que pareció un enojo hacia sí mismo, retiró delicadamente sus manos del cuerpo de ella, se miraron a los ojos en silencio, por unos segundos. Podían escuchar el ruido de los cascos ya alejándose. Él se dió la vuelta dando la espalda a Marina, se quitó su camisa y estirando su brazo hacia atrás se la entregó y le dijo:
–Cúbrete.
Marina no sabía qué pensar, todo sucedió tan rápido y sorpresivamente, tomó la camisa y se apresuró a colocarla, una vez que ató el último botón de la misma, levantó la mirada y detalló aquella espalda que tenía delante, Mauricio comenzó a alejarse de aquel lugar mientras ella estaba inmóvil, asustada y no quería reconocer que se sentía muy excitada.
Al cabo de unos minutos que para ella transcurrieron muy lentos, se levantó, tomó el resto de su ropa e inició el regreso a la casa.
Los siguientes días transcurrieron de manera apacible y serena, en las mañanas el aroma del café preparado por Antonia se colaba por los rincones de la casa, Marina se sentía muy consentida por las atenciones de aquella mujer que se esmeraba en hacerla sentir a gusto y cómoda. —Niña Marina, ¿Por qué no ha salido a pasear estos días? —preguntó Antonia al entrar en la habitación—. Han estado muy lindos, debería aprovechar que aún no empiezan las lluvias. Si quiere, puedo decirle a Mauricio que le aliste un caballo para montar ¿Recuerda cómo hacerlo , señorita?En ese momento comenzaron a llegarle recuerdos de su niñez, recuerdos que estuvieron muy bien escondidos durante muchos años. Sus padres la llevaban muy a menudo de paseo por los alrededores, le encantaba estar allí, solía dar largos paseos a caballo con ellos y, estaba consciente de que siempre se empeñaban en enseñarle las costumbres de la vida en el campo. Había aprendido a montar a caballo con habilidad y destreza desde muy
Marina estaba tan acostumbrada a la vida agitada de la ciudad que no imaginaba que estar en ese lugar tan apartado y distinto le pudiera ofrecer sensaciones y sentimientos que de alguna manera la hacían olvidar el motivo por el cual llegó hasta allí. Una semana había transcurrido desde que Marina llegó a la Hacienda. Cada día, Antonia tocaba a su puerta muy temprano, despertándola con una gran sonrisa y una bandeja en las manos que llevaba una taza de café. Aquella mañana no era la excepción.—¿Va a tomar el desayuno en la habitación? —preguntaba habitualmente.—Buen día Antonia —respondió Marina.—Hoy es un día muy especial para el pueblo –-exclamó Antonia con una gran sonrisa.Marina pudo detectar un brillo en los ojos de Antonia al decir estas palabras. Estaba por preguntar el motivo cuando ya se encontraba sola en la habitación, “definitivamente algo pasa” pensó. Antonia solía recoger la ropa y arreglar la habitación sin dejar de comentar cualquier cosa, pero en ese momento,
Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación. —Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.—¡Listo! —exclamó con alegría. Sacó un chal de seda,
El sol despertó con suavidad, pintando el cielo con tonos cálidos. Marina sintió como un rayo de sol curioso se filtraba a través de las cortinas, acariciando su rostro con calidez. Se levantó de la cama , sintió una energía vibrante. El relinchar de los caballos resonaba en la distancia y se le ocurrió en ese instante que podría dar un paseo a caballo, algo que no practicaba desde que era muy niña pero sabía que podría hacerlo, ya que su padre le había enseñado muy bien a cabalgar.—¡Antonia! ¡Buen día!—¡Niña Marina! —exclamó ésta sorprendida—. Te has levantado muy temprano hoy. —Sí, querida mía, los rayos del sol me hicieron despertar —respondió—. ¿Es posible que hoy pueda dar un paseo a caballo? —preguntaba mientras pellizcaba el rico pan acabado de salir del horno.—Claro, por supuesto, niña. Me alegra mucho que tenga esos deseos hoy. Sólo tengo que avisarle a Ezequiel que prepare una de las yeguas más mansas que hay en el establo. Siéntese a desayunar que debe alimentarse bie
Al cabo de dos días desde el accidente, Marina reposaba en su habitación. Antonia permanecía a su lado, cuidándola con esmero y brindándole toda la atención necesaria. Por suerte, había recibido la noticia tranquilizadora del médico sobre la no gravedad del golpe en la cabeza y, la herida de la pierna había sido tratada adecuadamente. Recuperadas sus fuerzas tras el accidente, Marina comenzaba a experimentar destellos de recuerdos. Pequeñas imágenes se filtraban en su mente, recordando estar en los brazos de Mauricio y sentir la calidez reconfortante de su piel cerca de ella.—¿Habrá sido un sueño? —se preguntaba llevándose las manos a su cabeza como si al tocarla pudiera discernir entre la realidad y la ensoñación. Se preguntaba por qué tenía esa sensación que recorría su cuerpo y la hacía estremecer inquietándola y haciéndola desear volver a sentir esos brazos fuertes.Como ya no soportaba la incertidumbre ocasionada por sus pensamientos, tomó la decisión de levantarse de la cama y
A la mañana siguiente , Marina despertó en su cama, con la mente llena de imágenes fugaces de lo que creyó por un instante había sido un sueño. Sin embargo, las sensaciones entre sus piernas la hicieron darse cuenta de que no había soñado, sino que había experimentado algo real y tangible.Cerró los ojos y comenzó a sumergirse en el recuerdo de lo sucedido, dejando que las imágenes y sensaciones se desplegaran ante su mente. En instantes comenzó a sentir una ráfaga de calor en su cuerpo que disfrutaba mientras se daba la vuelta para incorporarse de la cama con una sonrisa en su rostro.—¡Niña Marina! —exclamaba Antonia, dando golpecitos a la puerta de la habitación—. ¿Está despierta? Le ha llegado un regalo. Venga, baje para que lo reciba —repetía sin cesar.Marina se levantó con curiosidad de la cama y se envolvió en un suave camisón de seda que hacía juego con su bata de dormir antes de dirigirse hacia la sala. Cuando abrió la puerta , Antonia ya iba de regreso por lo que no tuvo t
La hacienda El Paraíso estaba rodeada de hermosas palmeras y amplios campos que se extienden hasta donde alcanza la vista. Ubicada en una suave colina; la casa principal, construída con madera y piedra, daba un encanto rústico y acogedor. No había cambiado mucho desde la última vez que estuvo allí.Marina había llegado a la casa de Don Joaquín con la ayuda de Evelio; quien, a regañadientes, había accedido a llevarla en su vehículo. A pesar de las órdenes de Antonia de que no debía salir mientras se recuperaba del accidente, ella había insistido, hasta que Evelio finalmente cedió ante sus persistentes ruegos.Levantó la mano y golpeó suavemente la puerta de madera, Evelio la esperaba de pie recostado en su vehículo.—No tarde mucho ,señorita —Se dirigió a ella con un leve tono de angustia. La puerta se abrió lentamente. Del otro lado , una mujer con una cálida sonrisa la recibió.—¡Niña Marina! ¡Está usted igualita a su madre! Pase , pase adelante, por favor —Recordó inmediatamente
—¡No puedo regresar a la ciudad! ¿No entiendes la situación en la que me encuentro ? ¡Mald… sea la hora en que me metí entre las piernas de esa mujer! —Sebastián hablaba con voz crispada aferrando el móvil con fuerza en su oreja mientras miraba a su alrededor para evitar ser escuchado.—¿Y qué piensas hacer?—¡No sé .. no sé.. no se me ocurre nada en este momento. Tengo que convencer a Marina de que vuelva conmigo, pero no puedo contarle la verdad.—Necesitarás tu mejor esfuerzo amigo, no creo que te sea fácil lograr el perdón de Marina.—¡Vaya! Qué consuelo me das, Javier. ¿Estás del lado de tu amigo o no? —preguntaba Sebastián con tono irónico mientras llevaba su mano a la cabeza en un gesto de calmar su nervios.—Bueno, bueno … cálmate amigo, tampoco es tan grave. Marina estaba muy enamorada de tí, seguro sabrás cómo hacer que caiga de nuevo rendida a tus pies.Sebastián pretendía continuar con la conversación, pero escuchó un sonido a su espalda y giró la cabeza, Antonia estaba de