CAPÍTULO 8.

Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.

Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.

Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación. 

—Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.

—¡Listo! —exclamó con alegría. 

Sacó un chal de seda, que había pertenecido a su madre y que había sido guardado con esmero a lo largo de los años. Con una delicadeza que reflejaba el valor sentimental de la prenda, lo colocó suavemente sobre los hombros de Marina

Conforme con el resultado, salieron a toda prisa, había un chico esperando afuera recostado de un auto fumando un cigarrillo que apagó enseguida que sus ojos miraron a las dos mujeres elegantemente vestidas dirigirse hacia él.

—Vamos Pedro —exclamó Antonia—. Vamos a la iglesia y por favor, deja de fumar que a tu madre no le gusta que estés haciéndolo y menos, a escondidas. Sabes que nada es secreto en este lugar.

Subieron al auto y Pedro bajó su mirada con vergüenza por recibir un regaño frente a Marina.

La ceremonia se llevaba  a cabo tal como había sido planificada, los fieles se congregaron con alegría, susurros de oraciones llenaban el espacio, las velas titilaban iluminando rostros sonrientes, todo se desarrollaba con solemnidad y devoción, era una atmósfera impregnada de gratitud y esperanza.

En medio de la solemnidad Marina inclinaba ligeramente su mirada recorriendo discretamente la multitud en busca de un rostro conocido. Entre los bancos y las sombras, sus ojos miraban ansiosos, mientras sus labios rezaban en sintonía con el resto de la congregación. El juego de luces y sombras revelaba la esperanza y la anticipación en su mirada, buscando el encuentro furtivo con quien  quizás compartía el mismo espacio sagrado.

—No está aquí —susurró en voz muy baja—. Quizás sea mejor, no tengo por qué estar pensando en él. 

Los asistentes salieron de la iglesia, intercambiando abrazos y felicitaciones. Se percibía la alegría en el aire mientras todos se dirigían hacia un gran autobús estacionado en las afueras. El bullicio de la gente compartiendo momentos felices creaba una escena animada, anticipando la celebración que les esperaba en la casa de los padres de Marina.

Las dos mujeres se dirigieron al auto que las trajo, Pedro las esperaba y al llegar, les abrió las puertas del coche.

En la gran casa todo estaba listo. Comenzaron a llegar los invitados con alegría y deseos de pasar un rato ameno y agradable. Marina se dirigió al baúl para devolver el chal. El calor en la hacienda no daba para estar muy abrigado. Se dirigió a su habitación para dar un descanso de unos segundos y refrescar un poco la cara con agua y peinar su cabello. Todo esto la tenía muy entusiasmada y se sintió un poco extraña de que le agradaba la idea de compartir con todas estas personas.

El ambiente estaba lleno de entusiasmo mientras unos comían los deliciosos pasteles y postres que estaban distribuidos en la gran mesa decorada, otros se entregaban al ritmo y comenzaron a bailar. 

En medio de la festividad, Marina bajó para unirse a la reunión, en ese momento se percató de que casi no había probado bocado en todo el día y su estómago le estaba dando señales de que necesitaba hacerlo. Se acercó a la mesa y decidió probar unas tentadoras porciones de tartas preparadas con espinaca y patatas. Disfrutó de ellas y tomó sorbos de un rico cóctel dispuesto a un lado de la mesa . De repente, percibió la proximidad de alguien detrás de ella cuando sintió una respiración cálida y fuerte cerca de su nuca que le produjo una sensación de intriga y expectación. La atmósfera se cargó de un aire misterioso mientras se preparaba para descubrir quién estaba cerca de ella.

—¿Estás disfrutando de la fiesta? —escuchó, a modo de susurro, estas palabras cerca de su oído.

Ella dio un giro de cabeza y se encontró a pocos centímetros de aquellos ojos que tanto buscó en la iglesia.

 —Sí, estoy teniendo un buen tiempo. ¿y tú?

—Me alegra escucharlo  —respondió Mauricio con una sonrisa—. Realmente estoy disfrutando  en este momento de tu compañía y obviamente de toda la fiesta —agregó él, con sinceridad y picardía.

—¿Es posible que no recuerdes quién soy? -–Miró a Mauricio a los ojos mientras llevaba el vaso del cóctel a sus labios. 

—Sí, te recuerdo —él asintió con una sonrisa—. Han pasado muchos años y…hemos crecido. Eres una mujer muy hermosa , bueno siempre lo has sido, con todo respeto. Nunca olvidaré a mi compañera de aventuras. Perdona —continuó— mi actitud al recibirte en la hacienda, me costó unos minutos reconocerte.

—No te preocupes, ya lo he olvidado —levantó su mano para tomar otro sorbo de su bebida. 

Ambos fueron sorprendidos por una mujer que se acercó y tomó del brazo a Mauricio, Marina dirigió su mirada hacia ella y pudo notar su cabello negro, tez morena, alta y figura esbelta que, con gracia y coquetería se proponía atraer la atención de Mauricio, no sin antes, echar una ojeada a la que consideró, una intrusa. 

—Mauricio, me debes un baile como me lo prometiste —dijo la mujer, intensificando sus gestos seductores.

—¡Hola Lupita! Te presento a la señorita Marina, es la hija del patrón —habló Mauricio mientras se dirigía a la mujer que acababa de interrumpirlos y, en seguida, hacia Marina: —Ella es Lupita, la hija de Don Macario.

Ambas se miraron y se saludaron sin dar tiempo a más presentaciones al tiempo que Lupita logró tirar del brazo de Mauricio y en menos de unos segundos se encontraron en la pista acondicionada para el baile.

Marina se dió la vuelta sosteniendo su vaso en la mano mientras pensaba que no  debía importarle a ella que esos dos se encontraran bailando en la pista. En un  gesto de bajar la tensión del momento, respiró profundo y llevó una mano a sus cabellos en son de arreglarlos con un leve sacudón. Se dirigió a saludar con una sonrisa radiante a viejos amigos de sus padres que hacía tiempo no veía. Todos la encontraron hermosa y comenzaron a charlar de manera amena, preguntándole sobre sus experiencias en la ciudad, mientras compartían recuerdos entrañables.

Marina empezaba a experimentar una cierta e inesperada serenidad y  conexión con aquellas personas que reían mientras le hacían recordar historias llenas de travesuras de su niñez, de las cuales , ella apenas tenía un vago recuerdo. Mientras conversaba,  empezó a percibir una mirada furtiva desde algún rincón generándole inquietud. Su curiosidad la llevó a buscar con la mirada el motivo de este secreto percibido en el bullicioso evento donde risas y murmullos llenaban el aire. 

Mauricio la miraba fijamente mientras bailaba con Lupita, quien parecía querer captar toda la atención de quienes estaban a su alrededor, con sus movimientos y su voz estridente y penetrante. Marina fijó su mirada en él con expresión intrigante . Levantó su vaso con gracia, realizando un gesto de saludo. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro tratando de disimular sus emociones . Sus ojos revelaban un atisbo de nerviosismo o una sensación difícil de definir, como si  aquel instante le afectara los sentidos.

La tarde transcurría como se había esperado. Antonia no paraba de andar a todos lados dando muestras de buena anfitriona. 

Marina estaba un poco aturdida y decidió salir al jardín a dar un paseo, el clima se prestaba para ello, un suave viento acarició su rostro mientras caminaba entre las flores y escuchaba el susurro de las hojas, se sintió envuelta en la serenidad del momento. Pudo percatarse de que podía pasar varias horas sin pensar en Sebastián.

—La distancia me ha hecho bien —se dijo a sí misma.

Todo este ambiente tan fresco y natural parecía calmar sus pensamientos desastrosos que la trajeron a este lugar. Dio unos pasos y se disponía a sentarse sobre el césped cuando Antonia se acercaba a ella diciéndole:

—Marina vamos a partir el pastel, por favor, acompáñenos. 

Se incorporó con la ayuda de la mano de Antonia y caminaron a la gran casa .  Miró a todos lados y parecía que Mauricio ya no estaba . “Quizás se fue con su compañera”, pensó.

Antonia llamó a todos los asistentes quienes comenzaban a reunirse alrededor de la mesa.

—Mauricio, ¿dónde está Mauricio? —mientras buscaba un cuchillo para partir  el pastel.

Mauricio no llegó. Marina no dudó en pensar que estaba con Lupita.

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