Después de tomar un baño relajante, Marina se quedó frente al espejo, pensando en qué podría ponerse para la ceremonia. Se dio cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, ya que su llegada a la hacienda había sido tan repentina. Un impulso que la había arrastrado sin pensar, motivado por razones que prefería no recordar en ese momento.
Peinó su cabello con esmero y recordó que tenía un vestido casual que creyó serviría para la ocasión. Un vestido de un color crudo, tela ligera que se deslizaba hasta las rodillas, breteles finos que mostraban sus delgados hombros.
Salió de la habitación buscando a Antonia, quien la esperaba impaciente mientras daba unos últimos arreglos en la entrada de la casa. Antonia al mirarla hizo un gesto de asombro y desaprobación.
—Niña Marina, no puede entrar a la iglesia vestida de esa manera —decía al instante que buscaba entre un baúl alguna pieza que sirviera para cubrir sus hombros.
—¡Listo! —exclamó con alegría.
Sacó un chal de seda, que había pertenecido a su madre y que había sido guardado con esmero a lo largo de los años. Con una delicadeza que reflejaba el valor sentimental de la prenda, lo colocó suavemente sobre los hombros de Marina
Conforme con el resultado, salieron a toda prisa, había un chico esperando afuera recostado de un auto fumando un cigarrillo que apagó enseguida que sus ojos miraron a las dos mujeres elegantemente vestidas dirigirse hacia él.
—Vamos Pedro —exclamó Antonia—. Vamos a la iglesia y por favor, deja de fumar que a tu madre no le gusta que estés haciéndolo y menos, a escondidas. Sabes que nada es secreto en este lugar.
Subieron al auto y Pedro bajó su mirada con vergüenza por recibir un regaño frente a Marina.
La ceremonia se llevaba a cabo tal como había sido planificada, los fieles se congregaron con alegría, susurros de oraciones llenaban el espacio, las velas titilaban iluminando rostros sonrientes, todo se desarrollaba con solemnidad y devoción, era una atmósfera impregnada de gratitud y esperanza.
En medio de la solemnidad Marina inclinaba ligeramente su mirada recorriendo discretamente la multitud en busca de un rostro conocido. Entre los bancos y las sombras, sus ojos miraban ansiosos, mientras sus labios rezaban en sintonía con el resto de la congregación. El juego de luces y sombras revelaba la esperanza y la anticipación en su mirada, buscando el encuentro furtivo con quien quizás compartía el mismo espacio sagrado.
—No está aquí —susurró en voz muy baja—. Quizás sea mejor, no tengo por qué estar pensando en él.
Los asistentes salieron de la iglesia, intercambiando abrazos y felicitaciones. Se percibía la alegría en el aire mientras todos se dirigían hacia un gran autobús estacionado en las afueras. El bullicio de la gente compartiendo momentos felices creaba una escena animada, anticipando la celebración que les esperaba en la casa de los padres de Marina.
Las dos mujeres se dirigieron al auto que las trajo, Pedro las esperaba y al llegar, les abrió las puertas del coche.
En la gran casa todo estaba listo. Comenzaron a llegar los invitados con alegría y deseos de pasar un rato ameno y agradable. Marina se dirigió al baúl para devolver el chal. El calor en la hacienda no daba para estar muy abrigado. Se dirigió a su habitación para dar un descanso de unos segundos y refrescar un poco la cara con agua y peinar su cabello. Todo esto la tenía muy entusiasmada y se sintió un poco extraña de que le agradaba la idea de compartir con todas estas personas.
El ambiente estaba lleno de entusiasmo mientras unos comían los deliciosos pasteles y postres que estaban distribuidos en la gran mesa decorada, otros se entregaban al ritmo y comenzaron a bailar.
En medio de la festividad, Marina bajó para unirse a la reunión, en ese momento se percató de que casi no había probado bocado en todo el día y su estómago le estaba dando señales de que necesitaba hacerlo. Se acercó a la mesa y decidió probar unas tentadoras porciones de tartas preparadas con espinaca y patatas. Disfrutó de ellas y tomó sorbos de un rico cóctel dispuesto a un lado de la mesa . De repente, percibió la proximidad de alguien detrás de ella cuando sintió una respiración cálida y fuerte cerca de su nuca que le produjo una sensación de intriga y expectación. La atmósfera se cargó de un aire misterioso mientras se preparaba para descubrir quién estaba cerca de ella.
—¿Estás disfrutando de la fiesta? —escuchó, a modo de susurro, estas palabras cerca de su oído.
Ella dio un giro de cabeza y se encontró a pocos centímetros de aquellos ojos que tanto buscó en la iglesia.
—Sí, estoy teniendo un buen tiempo. ¿y tú?
—Me alegra escucharlo —respondió Mauricio con una sonrisa—. Realmente estoy disfrutando en este momento de tu compañía y obviamente de toda la fiesta —agregó él, con sinceridad y picardía.
—¿Es posible que no recuerdes quién soy? -–Miró a Mauricio a los ojos mientras llevaba el vaso del cóctel a sus labios.
—Sí, te recuerdo —él asintió con una sonrisa—. Han pasado muchos años y…hemos crecido. Eres una mujer muy hermosa , bueno siempre lo has sido, con todo respeto. Nunca olvidaré a mi compañera de aventuras. Perdona —continuó— mi actitud al recibirte en la hacienda, me costó unos minutos reconocerte.
—No te preocupes, ya lo he olvidado —levantó su mano para tomar otro sorbo de su bebida.
Ambos fueron sorprendidos por una mujer que se acercó y tomó del brazo a Mauricio, Marina dirigió su mirada hacia ella y pudo notar su cabello negro, tez morena, alta y figura esbelta que, con gracia y coquetería se proponía atraer la atención de Mauricio, no sin antes, echar una ojeada a la que consideró, una intrusa.
—Mauricio, me debes un baile como me lo prometiste —dijo la mujer, intensificando sus gestos seductores.
—¡Hola Lupita! Te presento a la señorita Marina, es la hija del patrón —habló Mauricio mientras se dirigía a la mujer que acababa de interrumpirlos y, en seguida, hacia Marina: —Ella es Lupita, la hija de Don Macario.
Ambas se miraron y se saludaron sin dar tiempo a más presentaciones al tiempo que Lupita logró tirar del brazo de Mauricio y en menos de unos segundos se encontraron en la pista acondicionada para el baile.
Marina se dió la vuelta sosteniendo su vaso en la mano mientras pensaba que no debía importarle a ella que esos dos se encontraran bailando en la pista. En un gesto de bajar la tensión del momento, respiró profundo y llevó una mano a sus cabellos en son de arreglarlos con un leve sacudón. Se dirigió a saludar con una sonrisa radiante a viejos amigos de sus padres que hacía tiempo no veía. Todos la encontraron hermosa y comenzaron a charlar de manera amena, preguntándole sobre sus experiencias en la ciudad, mientras compartían recuerdos entrañables.
Marina empezaba a experimentar una cierta e inesperada serenidad y conexión con aquellas personas que reían mientras le hacían recordar historias llenas de travesuras de su niñez, de las cuales , ella apenas tenía un vago recuerdo. Mientras conversaba, empezó a percibir una mirada furtiva desde algún rincón generándole inquietud. Su curiosidad la llevó a buscar con la mirada el motivo de este secreto percibido en el bullicioso evento donde risas y murmullos llenaban el aire.
Mauricio la miraba fijamente mientras bailaba con Lupita, quien parecía querer captar toda la atención de quienes estaban a su alrededor, con sus movimientos y su voz estridente y penetrante. Marina fijó su mirada en él con expresión intrigante . Levantó su vaso con gracia, realizando un gesto de saludo. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro tratando de disimular sus emociones . Sus ojos revelaban un atisbo de nerviosismo o una sensación difícil de definir, como si aquel instante le afectara los sentidos.
La tarde transcurría como se había esperado. Antonia no paraba de andar a todos lados dando muestras de buena anfitriona.
Marina estaba un poco aturdida y decidió salir al jardín a dar un paseo, el clima se prestaba para ello, un suave viento acarició su rostro mientras caminaba entre las flores y escuchaba el susurro de las hojas, se sintió envuelta en la serenidad del momento. Pudo percatarse de que podía pasar varias horas sin pensar en Sebastián.
—La distancia me ha hecho bien —se dijo a sí misma.
Todo este ambiente tan fresco y natural parecía calmar sus pensamientos desastrosos que la trajeron a este lugar. Dio unos pasos y se disponía a sentarse sobre el césped cuando Antonia se acercaba a ella diciéndole:
—Marina vamos a partir el pastel, por favor, acompáñenos.
Se incorporó con la ayuda de la mano de Antonia y caminaron a la gran casa . Miró a todos lados y parecía que Mauricio ya no estaba . “Quizás se fue con su compañera”, pensó.
Antonia llamó a todos los asistentes quienes comenzaban a reunirse alrededor de la mesa.
—Mauricio, ¿dónde está Mauricio? —mientras buscaba un cuchillo para partir el pastel.
Mauricio no llegó. Marina no dudó en pensar que estaba con Lupita.
El sol despertó con suavidad, pintando el cielo con tonos cálidos. Marina sintió como un rayo de sol curioso se filtraba a través de las cortinas, acariciando su rostro con calidez. Se levantó de la cama , sintió una energía vibrante. El relinchar de los caballos resonaba en la distancia y se le ocurrió en ese instante que podría dar un paseo a caballo, algo que no practicaba desde que era muy niña pero sabía que podría hacerlo, ya que su padre le había enseñado muy bien a cabalgar.—¡Antonia! ¡Buen día!—¡Niña Marina! —exclamó ésta sorprendida—. Te has levantado muy temprano hoy. —Sí, querida mía, los rayos del sol me hicieron despertar —respondió—. ¿Es posible que hoy pueda dar un paseo a caballo? —preguntaba mientras pellizcaba el rico pan acabado de salir del horno.—Claro, por supuesto, niña. Me alegra mucho que tenga esos deseos hoy. Sólo tengo que avisarle a Ezequiel que prepare una de las yeguas más mansas que hay en el establo. Siéntese a desayunar que debe alimentarse bie
Al cabo de dos días desde el accidente, Marina reposaba en su habitación. Antonia permanecía a su lado, cuidándola con esmero y brindándole toda la atención necesaria. Por suerte, había recibido la noticia tranquilizadora del médico sobre la no gravedad del golpe en la cabeza y, la herida de la pierna había sido tratada adecuadamente. Recuperadas sus fuerzas tras el accidente, Marina comenzaba a experimentar destellos de recuerdos. Pequeñas imágenes se filtraban en su mente, recordando estar en los brazos de Mauricio y sentir la calidez reconfortante de su piel cerca de ella.—¿Habrá sido un sueño? —se preguntaba llevándose las manos a su cabeza como si al tocarla pudiera discernir entre la realidad y la ensoñación. Se preguntaba por qué tenía esa sensación que recorría su cuerpo y la hacía estremecer inquietándola y haciéndola desear volver a sentir esos brazos fuertes.Como ya no soportaba la incertidumbre ocasionada por sus pensamientos, tomó la decisión de levantarse de la cama y
A la mañana siguiente , Marina despertó en su cama, con la mente llena de imágenes fugaces de lo que creyó por un instante había sido un sueño. Sin embargo, las sensaciones entre sus piernas la hicieron darse cuenta de que no había soñado, sino que había experimentado algo real y tangible.Cerró los ojos y comenzó a sumergirse en el recuerdo de lo sucedido, dejando que las imágenes y sensaciones se desplegaran ante su mente. En instantes comenzó a sentir una ráfaga de calor en su cuerpo que disfrutaba mientras se daba la vuelta para incorporarse de la cama con una sonrisa en su rostro.—¡Niña Marina! —exclamaba Antonia, dando golpecitos a la puerta de la habitación—. ¿Está despierta? Le ha llegado un regalo. Venga, baje para que lo reciba —repetía sin cesar.Marina se levantó con curiosidad de la cama y se envolvió en un suave camisón de seda que hacía juego con su bata de dormir antes de dirigirse hacia la sala. Cuando abrió la puerta , Antonia ya iba de regreso por lo que no tuvo t
La hacienda El Paraíso estaba rodeada de hermosas palmeras y amplios campos que se extienden hasta donde alcanza la vista. Ubicada en una suave colina; la casa principal, construída con madera y piedra, daba un encanto rústico y acogedor. No había cambiado mucho desde la última vez que estuvo allí.Marina había llegado a la casa de Don Joaquín con la ayuda de Evelio; quien, a regañadientes, había accedido a llevarla en su vehículo. A pesar de las órdenes de Antonia de que no debía salir mientras se recuperaba del accidente, ella había insistido, hasta que Evelio finalmente cedió ante sus persistentes ruegos.Levantó la mano y golpeó suavemente la puerta de madera, Evelio la esperaba de pie recostado en su vehículo.—No tarde mucho ,señorita —Se dirigió a ella con un leve tono de angustia. La puerta se abrió lentamente. Del otro lado , una mujer con una cálida sonrisa la recibió.—¡Niña Marina! ¡Está usted igualita a su madre! Pase , pase adelante, por favor —Recordó inmediatamente
—¡No puedo regresar a la ciudad! ¿No entiendes la situación en la que me encuentro ? ¡Mald… sea la hora en que me metí entre las piernas de esa mujer! —Sebastián hablaba con voz crispada aferrando el móvil con fuerza en su oreja mientras miraba a su alrededor para evitar ser escuchado.—¿Y qué piensas hacer?—¡No sé .. no sé.. no se me ocurre nada en este momento. Tengo que convencer a Marina de que vuelva conmigo, pero no puedo contarle la verdad.—Necesitarás tu mejor esfuerzo amigo, no creo que te sea fácil lograr el perdón de Marina.—¡Vaya! Qué consuelo me das, Javier. ¿Estás del lado de tu amigo o no? —preguntaba Sebastián con tono irónico mientras llevaba su mano a la cabeza en un gesto de calmar su nervios.—Bueno, bueno … cálmate amigo, tampoco es tan grave. Marina estaba muy enamorada de tí, seguro sabrás cómo hacer que caiga de nuevo rendida a tus pies.Sebastián pretendía continuar con la conversación, pero escuchó un sonido a su espalda y giró la cabeza, Antonia estaba de
Al romper el alba, Marina despertó inundada de emociones y sentimientos, su cabeza parecía explotar, sentía un dolor punzante en la cabeza. Se levantó de la cama y se dirigió al baño, se refrescó lavándose la cara con agua fría para luego sentarse en la cama mientras procesaba todo aquello que le estaba sucediendo.—Debo arreglar toda esta situación —se dijo a sí misma.Después de tanto pensar, tomó la decisión de que hablaría con ambos. Debía terminar de una vez por todas con Sebastián y confesaría a Mauricio de sus verdaderos sentimientos hacía él . No sabía que pasaría luego pero, necesitaba calma en su vida y la única manera era aclarando las cosas.Con determinación; se levantó, se duchó y se vistió rápidamente, dejando el flujo de sus pensamientos a un lado para concentrarse en tomar unas cuantas respiraciones que le ayudaran a conseguir el valor que necesitaba en esos momentos.Salió de la habitación y se topó con Antonia, quien se acercaba con una taza de café en mano.—¿Neces
Habían transcurrido dos días y Sebastián no daba señales de querer marcharse de la hacienda, por el contrario, parecía sentirse a gusto en aquel ambiente. Lo que nadie sabía era que Sebastián necesitaba encontrar refugio, un lugar donde se sintiera a salvo por un largo tiempo. Así fue como, después de enterarse de que Marina estaba en la hacienda , decidió ir con la excusa de querer recuperar su relación con ella. Aunque pensaba que la hacienda le otorgaba refugio, una sombra de incertidumbre lo acosaba. No podía quitarse la sensación de que, por mucho que se escondiera, el peligro aún estaba al acecho.Cada vez que Sebastián escuchaba los pasos de Marina acercándose, procuraba desaparecer entre las sombras de la casa, evitando cualquier encuentro que pudiera llevar a tener que justificar su permanencia en ella. Estaba plenamente consciente de que el tiempo no estaba de su lado. Cada hora que pasaba, sentía la urgencia crecer dentro de él, sabiendo que debía actuar con rapidez para
—¡Mi amor! —exclamó Lupita mientras se apresuraba para abrazar al recién llegado—. ¡Qué sorpresa que hayas venido! —Lo tomó por el brazo y caminaron en dirección a una mesa.Mauricio se sentó, se quitó el sombrero y lo colocó en el espaldar de la silla. Guadalupe se acercó y lo saludó con mucha alegría al tiempo que lo felicitaba por la noble y peligrosa labor de haber salvado a la yegua y su cría. Todo acontecimiento, bueno o malo, se esparcía rápidamente por los alrededores.Lupita hablaba sin cesar, le explicaba a Mauricio que lo había ido a buscar y no lo había encontrado, aprovechando en ese momento, de contarle el hecho de que se había encontrado con el novio de Marina, y que le había traído en su camioneta hasta la cantina en un gesto de amabilidad.—¿Algo te sucede? —preguntó ella, al notar la poca atención que estaba recibiendo—. ¿Estás cansado? Podemos ir a una habitación, hay un par desocupadas desde hace días y, descansas un poco —decía esto en voz muy baja para evitar ser