Cuando Yeison despertó, tenía un profundo dolor de cabeza. Su propio tronte le había dado un puño en la cara que lo había noqueado al instante cuando intentó bajarse del auto y salir corriendo.Estaba atado en una silla, en una brillante habitación. Imaginó que era dentro de la casa de Carlota; se veía lujosa, antigua.Trató de moverse, pero tenía las manos fuertemente atadas a la espalda. Tenía la boca seca, con sabor a sangre, y el corazón le latía con fuerza, como cuando despertaba de alguna pesadilla. No podía creer que ahora era él. Hacía tampoco había sido su hermana Paloma y su hermano Raúl, y ahora era él, secuestrado.Se preguntó si la vida de todos, de ahí en adelante, sería siempre de la misma forma: secuestros y miedo constante. Probablemente así era, probablemente así sería por el resto de sus vidas.Nunca serían capaces de tener una vida tranquila. Se preguntó cómo Ezequiel había logrado mantenerlos a salvo durante todos esos años, hasta que apareció Máximo. Ningún enemi
Paloma no se podía quedar quieta; se la pasaba caminando de un lado para otro en la casa que compartía Yeison con Emilda.Sentía que el corazón se le podía salir en cualquier momento. Los papeles ahora se habían invertido; ahora era ella la que estaba en el lugar más triste y doloroso de un secuestro, en la incertidumbre de un familiar que no sabe qué hacer.Emilda estaba sentada en la orilla de la ventana, sostenía un rosario en las manos mientras se elevaba al cielo una plegaria para que su muchacho estuviera bien, pero Paloma sabía que aquella no serviría de mucho. Sentarse a rezar no traería a Yeison de vuelta.Recientemente había hablado con Alexander. Su hermana le había prometido que ahora se había encontrado una nueva motivación para los trontes. Todo estaría bien y ellos traerían de vuelta a su hermano a casa.Pero Paloma no quería quedarse de brazos cruzados, no quería sentirse una inútil que no había hecho nada. Cuando máximo, la había secuestrado. Yeison le había salvado l
Paloma contuvo el aliento mientras el tronte abría la oficina del director de la universidad. Era un hombre muy alto, rubio y fuerte. Tenía constantemente el ceño fruncido y, por alguna extraña razón, eso la hizo sentir de mal humor, como si la tensión que el hombre cargara encima se le contagiara.—¿Cómo te llamas? —preguntó ella, asombrada—. Pensé que ningún tronte tenía nombre.—Me llamo Cristian. No todos los trontes tienen nombre —le dijo él con frialdad mientras abría la puerta.Cuando esta se abrió, los dos entraron corriendo y la cerraron de golpe antes de que cualquier guardia se diera cuenta de que algo estaba ocurriendo.—Fue muy arriesgado que vinieras aquí —le dijo él, tomándola por el brazo—. Si el cacique se da cuenta...—El cacique es mi hermano, no mi patrón, ni mi jefe, ni mi dueño. No va a hacerme nada. Yo soy libre de hacer con mi vida lo que me dé la gana —respondió ella, soltándose del agarre del tronte.Paloma caminó con seguridad hacia el computador de mesa que
Salir de la universidad fue muchísimo más fácil de lo que Paloma había imaginado. El tronte, sin duda alguna, era un completo experto en aquellos temas.A Paloma le sorprendió la habilidad que tenía para esconderse en las esquinas, para ser capaz de hacerse entender sin pronunciar una sola palabra, solamente con señas que Paloma jamás había visto en su vida, pero que entendía a la perfección.No pudo evitar sentirse un poco protegida por el hombre. Evidentemente, aunque su misión principal no era cuidarla a ella, sabía que era la hermana del cacique y que debía protegerla.Le apoyaba la mano en la espalda, instándola a caminar, y la guió por el hueco de la alambrada en la parte trasera, por donde ella misma había entrado. Cuando estuvieron afuera, Paloma corrió hacia el parqueadero. En realidad, había dejado guardada su motocicleta, pero el tronte la sujetó por el codo. — Es mejor que vayamos en mi auto — dijo. — Una moto es mejor. Es más rápida y más ágil para escapar si es necesar
Cuando abrí las puertas de la oficina del cacique en el edificio del círculo bajo, me encontré con Xavier. Mi hermano estaba ahí sentado en el amplio mueble; había bajado todos los libros de la repisa y los leía detenidamente. Estaba tan absorto que ni siquiera se había dado cuenta de que había entrado.Con su cabello rubio colgando por su frente, me acerqué y me senté a su lado y, con el dedo índice, aparté un poco los mechones del cabello del rostro. — ¿Llevas mucho aquí? — le pregunté.Xavier parpadeó. Tenía los ojos enrojecidos de tanto leer. — Es la historia del círculo bajo — dijo — , de su herencia, Alex. El círculo bajo era algo increíble. No podrías imaginar cuán precioso era al principio: sus ideales, las cosas que hicieron por las personas del mundo. Es tan triste que lo hayan transformado en lo que es ahora. Papá fue uno de los responsables. El padre de Máximo también guió al círculo bajo hacia el crimen organizado, pero papá lo llevó al siguiente nivel.— Por eso el no
Cristian se había alejado después de cortar la llamada con Alexander. Dio dos pasos atrás y observó por la ventana. Era una ventana estrecha y oscura, y se veía muy poco al exterior, pero el tronte se recostó en ella, apoyando la frente en el cristal. Su aliento producía un vapor que empañaba el vidrio, y Paloma se quedó ahí, abrazándose a sí misma.Recibió una taza de aguapanela que le dio Rubí. Aunque quiso negarse, no le pareció correcto, así que bebió del dulce líquido y se sorprendió al saber que estaba más bueno de lo que imaginaba. No sabía que necesitaba azúcar en su cuerpo hasta ese momento.Algo había cambiado en Cristian. Parecía tan pequeño, a pesar de sus casi dos metros y sus evidentes más de 100 kilos. Se veía pequeñito y asustado.Paloma se acercó a él. La ventana era estrecha, así que tuvo que acercarse más para poder observar el exterior. Por la calle transitaban unas cuantas personas, pero, de resto, parecía que aquel lugar era consumido por la soledad.Sus hombros
Apreté el teléfono con tanta fuerza que rompí la pantalla. Cuando lo observé, me devolvió un reflejo en tonos azulados verdosos, y se me hizo imposible marcar el número que tenía en la cabeza.Xavier, al mirarme, me tomó por los hombros para que me calmara, pero yo tenía tanta rabia que incluso tuve ganas de desquitarme con él. Quise golpearlo y empujarlo para que me soltara, y cuando fui consciente de aquello, me sentí tan mal que lo único que pude hacer fue abrazarlo.Me lancé sobre sus brazos como cuando era niño, y él me devolvió el abrazo con fuerza. — Carlota… Todo este tiempo nunca imaginé que podría traicionarme. Pensé que las diferencias que habíamos tenido no eran tan grandes, que podía encontrar la posibilidad de salvarnos a todos… Pero ahora es imposible. — Claro que no es imposible — me dijo, pero sabía que lo hacía solamente para calmarme, para hacerme sentir mejor.Pero no, ahora nada estaría bien. Mi misión principal desde el instante en que acepté convertirme en El
Rubí tenía en su casa ropa. Paloma, sinceramente, se preguntó de dónde habría sacado todo aquello. Le ofreció unas botas de su talla, de cuero, cómodas como para correr, ropa oscura y una malla que le cubría el cabello envuelto en la parte alta de la cabeza. El frío comenzaba a asentarse en el barrio; la niebla baja descendía desde las nubes altas de la ciudad.Cuando cayó la noche, Cristian se preparó de la misma forma, aunque ya tenía su uniforme extraño, militar oscuro. Se quitó esa ropa y se vistió con algo un tanto más modesto, menos llamativo. Necesitaban ser lo más discretos posible. Mientras encontraban la entrada de los túneles, pasaron un largo rato buscando en el mapa el punto exacto que los llevara hacia la mansión de Carlota. — Eso tiene que ser el lugar donde Yeison está — murmuró Cristian.Paloma sintió que las cosas se ponían demasiado tensas cuando Cristian recibió una llamada de su hermano Xavier. Ella permaneció en silencio; no quería meter al Tronte en problemas.