Paloma estuvo preparada para lo peor. Apretó con fuerza las piernas del hombre que tenía sobre la cama.Imaginó que mentía, que solamente por liberarse del dolor sería capaz de inventar cualquier mentira. Así que se aferró con fuerza a él, por si gritaba, por si trataba de huir. — Dímelo — le preguntó Cristian al hombre. — Carlota no ganará esta guerra. Nos va a destruir. Todas las organizaciones lo saben, nosotros lo sabemos... pero fueron sus órdenes. ¿Qué más podíamos hacer? Prométame... si le digo dónde está Yeison Idilio, va a perdonarme la vida.Paloma entendió a qué se refería. Sabía que los trontes no dejaban cabos sueltos, pero Cristian parecía ser diferente. Parecía que estaba cansado de todo aquel mundo de muerte. — Se lo prometo — le dijo Cristian — . Ahora dígame dónde está Yeison, o voy a volver a mover la empuñadura. — Dos pisos más arriba, en una bodega al sur del pasillo. Tiene seguridad y cámaras de vigilancia, pero Carlota está muy ocupada ahora con el cacique.
No supe cuánto tiempo estuve ahí, atado a esa silla, observando mi reflejo en el espejo con la cara morada y las ojeras marcadas. Pero solamente tenía que esperar; entre más tiempo pasara sin que Carlota hiciera ningún movimiento, sería mejor para mí.Podía sentir la cálida sensación del rastreador por debajo de mi pierna, parpadeando. Había sido doloroso, más haberlo hecho yo mismo. Le pedí a uno de los trontes que trajera para mí uno de los rastreadores que utilizaba. Tenían un aplicador específicamente para eso, y supe entonces que tenía que hacer muchas más cosas a sangre fría.En ese momento, cuando tomé el aplicador y lo clavé con fuerza en mi pierna, debajo de mi piel, y luego introduje el rastreador que quemó como un abrazo ardiente, el dolor había pasado.Ahora estaba ahí, debajo de mi piel, alertándole a la persona que tuviese el control en qué lugar estaba. A esa altura, el mensajero que contraté para que llevara el control remoto del rastreador ya había llegado a casa. En
Cristian tomó con un poco de brusquedad a Yeison por el brazo, obligándolo a caminar más rápido. Paloma iba tras ellos. En cuanto cruzaron la puerta, la alarma se encendió en el edificio, pero Cristian sonrió con la esperanza de que saldrían a tiempo.Entraron al elevador y presionaron el botón. A Paloma le pareció que era una mala idea usar el elevador; tal vez podrían interceptarlos. Detenerlo sería fatal: quedarían completamente atrapados. Pero Cristian era un experto en eso. — No pueden hacerlo, no en un lugar como este donde hay muchos elevadores y los clientes los están usando. Tal vez tengamos que pelear un poco para salir por el parqueadero, pero no será mucho — dijo Cristian, sacando de su pantalón un arma que le tendió a Paloma — . Tal vez la necesites.Antes de que Paloma extendiera la mano hacia ella, fue Yeison quien la tomó. — ya he disparado, puedo hacerlo. — Estás muy débil y cansado. — No me importa, así que puedo hacerlo. Tenemos que advertirles lo que pretende ha
Paloma presionó la herida que tenía Cristian en el abdomen que sangraba bastante. Tuvo mucho miedo. Movió el cuerpo del tronte hacia el asiento del copiloto, pero era tremendamente pesado. Si el hombre estuviera despierto, él mismo podría presionar su herida, pero Paloma no podía hacerlo toda sola. Encendió el auto y arrancó a toda velocidad hacia el hospital más cercano. Por suerte, los hombres de Carlota que estaban en el edificio no los habían perseguido, seguramente estresados por la conmoción del momento.Carlota había puesto en jaque a toda su organización, y cada uno de sus trabajadores debía de tener tanta tensión al límite que seguramente explotarían en cualquier momento.Pero, por lo menos, ya no quiso pensar en eso. Aceleró a toda velocidad y prácticamente metió el auto al área de urgencias. Cuando bajó el cuerpo inconsciente de Cristian, observó la cantidad de sangre que había dejado en el asiento. — ¡Ayuda! — gritó — . ¡Por favor, necesito ayuda!Un par de enfermeras sal
Escuché una explosión lejana. No sabía en qué lugar me encontraba o cómo sería el edificio en el que Carlota me tenía secuestrado, pero logré escuchar una fuerte explosión fue como un pequeño murmullo. Yo estaba tan concentrado en lo que sucedía al exterior que logré escucharla.A estas alturas, los trontes ya deberían de haber estado reunidos, y también por ellos tenía miedo y por la expresión indescifrable en el rostro de Carlota cuando me dijo que se desharía de ellos. Esa explosión, me hizo temer lo peor.Sin los trontes, el círculo bajo no era más que un grupo de millonarios indefensos. De haber sabido lo que planeaba... No hubiese dado la orden. Yo imaginé que lo que ella quería era tratar de convencerlos, no destruirlos. De todas formas, si me hubiera negado, hubiera matado a mis trillizos frente a mí. Era una situación imposible.Unos minutos después, la puerta se abrió con rabia, con una fuerte patada. Carlota entró al lugar. Sacó el cuchillo con la empuñadura de rubí, lo pus
El abuelo de Ana Laura estaba bien. Cuando Carlota atacó el escondite donde teníamos a mis hijos, asesinó a todos los trontes que los cuidaban. Por eso, ninguna había logrado avisar que los había secuestrado. El abuelo había sido abandonado en una carretera lejana. Por alguna razón, Carlota no tuvo el corazón para asesinarlo, y un par de días después tuvimos noticias de él en la embajada de Colombia en ese país.Las cosas se complicaron un poco para todos. Tuve que utilizar absolutamente todas las influencias que tenía dentro del círculo bajo para que lo que había sucedido no saliera en las noticias: los disparos en la torre central, donde Cristian y Paloma habían rescatado a Yeison; el movimiento enorme de los trontes buscándome por toda la ciudad; y luego las muertes dentro del edificio que Carlota había alquilado para secuestrarme. Fue un movimiento de papeles y llamadas que me tomó al menos dos semanas para finalizar.Cuando todo había terminado, me senté en la silla del edificio
Ver a todos los trontes que había en la ciudad reunidos me hizo sentir asustado. Realmente eran tantos, tan diversos, al mismo tiempo tan poderosos.Entendía por qué el círculo bajo había adquirido aquella organización; los trontes habían ayudado a construir el gran imperio que era ahora el círculo, y esperaba que con su ayuda mi hermano encontrara la forma de transformar todo aquello en lo que había sido en antaño, un enfoque diferente.Todos estaban ahí reunidos. Los pilares, en una tarima especial, ya habían sido previamente amenazados por mí. No tuve medias tintas en eso; les advertí que cedería el control del círculo bajo a mi hermano, que podrían confiar en él, que la sangre Idilio, tal como quería mi padre, seguiría gobernando el círculo, pero yo ya no lo haría.Alexander les explicó las nuevas condiciones y les di la oportunidad de que quien quisiera irse, lo hiciera. Pero ninguno dijo nada. Ninguno de los pilares dijo nada más allá. Los planes de mi hermano, más lentos y legal
¡No quería esperar un segundo más!Me escapé de la reunión de trabajo y me hice la tan esperada prueba de embarazo.Mientras apretaba el pequeño plástico en mis dedos, sentía que el corazón se me salía, y cuando aparecieron las dos pequeñas líneas indicando que, en efecto, estaba embarazada, sentí que mi mundo comenzaba a desvanecerse. ¡Estaba embarazada de mi jefe!Un hombre con el que había sostenido por dos años una relación fortuita y a escondidas. Ni siquiera había terminado de analizar mi situación cuando el teléfono en mi bolsillo sonó. No tuve que ver para saber que era Alexander, mi jefe, quien me solicitaba.Así que me puse la prueba de embarazo en el bolsillo y regresé nuevamente a la mesa. El cliente, gordo, de mejillas rojas y frente sudada, ya estaba un poco ebrio. Cuando me senté, extendió la copa de vino hacia mí.—Bebe —me dijo, arrastrando las palabras—. Bebe, y entonces firmaremos este negocio.—Lo siento, yo no quiero beber. Creo que con agua...—¡Bebe ahora!