224| Alex.

No supe cuánto tiempo estuve ahí, atado a esa silla, observando mi reflejo en el espejo con la cara morada y las ojeras marcadas. Pero solamente tenía que esperar; entre más tiempo pasara sin que Carlota hiciera ningún movimiento, sería mejor para mí.

Podía sentir la cálida sensación del rastreador por debajo de mi pierna, parpadeando. Había sido doloroso, más haberlo hecho yo mismo. Le pedí a uno de los trontes que trajera para mí uno de los rastreadores que utilizaba. Tenían un aplicador específicamente para eso, y supe entonces que tenía que hacer muchas más cosas a sangre fría.

En ese momento, cuando tomé el aplicador y lo clavé con fuerza en mi pierna, debajo de mi piel, y luego introduje el rastreador que quemó como un abrazo ardiente, el dolor había pasado.

Ahora estaba ahí, debajo de mi piel, alertándole a la persona que tuviese el control en qué lugar estaba. A esa altura, el mensajero que contraté para que llevara el control remoto del rastreador ya había llegado a casa. En
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